Samaritanos como Cristo samaritano

Samaritanos como Cristo samaritano

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Queridos hermanos y amigos:

Acabamos de escuchar en este domingo uno de los textos evangélicos más conocidos: la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37). Como respuesta a la pregunta de un maestro de la Ley: ¿quién es mi prójimo?, Jesús lo explica, como es su costumbre, a través de la parábola.

Aunque esta parábola sólo la recoge el evangelista San Lucas podemos decir que han sido muchas sus interpretaciones desde la antigüedad cristiana hasta nuestros días. Yo quisiera hacerlo hoy desde la que hacen dos grandes padres de Occidente: Orígenes y San Agustín. Ellos interpretan la parábola como una alegoría del cristianismo, ambos nos dicen que el samaritano representa a Cristo y el hombre herido en el camino es Adán o el hombre en su estado caído.

Así lo ha interpretado también gráficamente, el gran artista del arte cristiano actual, el P. Marco Ivan Rupnik, jesuita. En la capilla "Redemptoris Mater" del Vaticano, una de las obras más importantes del artista y de su equipo, quiso representar esta parábola y lo hizo imaginando el momento en que el samaritano, que tiene el rostro de Cristo, se acerca hasta el hombre caído en el camino para levantarlo y, sorprendentemente, el que es auxiliado tiene también el rostro de Cristo.

El hombre caído en el camino es aquel que ha salido de Jerusalén, la ciudad santa, para buscar otra ciudad Jericó. En cierto sentido nos recuerda la parábola del hijo pródigo, que abandona la casa paterna en busca de su propia vida. Al hombre que abandona a Dios, el camino de su vida se convierte en una realidad peligrosa que lo llegan a herir profundamente.

San Agustín señala que el hombre que cayó en manos de los ladrones es figura de la humanidad herida y despojada de sus bienes por el pecado original y los pecados personales. "Despojaron al hombre de su inmortalidad, y lo cubrieron de llagas, inclinándole al pecado", el levita y el sacerdote que pasaron de largo simbolizan la Antigua Alianza, incapaces de curar. La posada era el lugar donde todos pueden refugiarse y representa a la Iglesia.

En esta situación que parece irreversible aparece el samaritano, signo de Jesús, que se acerca al hombre, a cada hombre para curar sus llagas, haciéndolas suyas. Es decir, lejos de abandonar y olvidar al hombre en su debilidad se ha hecho hombre, de ahí que Rupnik haya representado con el mismo rostro.

Los cristianos debemos ser, sobre todo, aquellos que saben que en el camino de nuestra vida no estamos solos, ni irremediablemente condenados a nuestra debilidad. Alguien, Cristo, nos ha amado tanto que siempre nos asiste, nos cura y nos pone al cuidado maternal de la Iglesia.

Por eso nuestra vida espiritual debe ser siempre un acto de apertura a esta misericordia de Jesús. Dejemos que Él nos asista, recurramos a Él en todos los momentos de nuestra vida. Y esto nos ayudará a ser también nosotros misericordiosos con los demás.

Somos miembros de la Iglesia, o sea los que están en la posada, para acoger a todos y cuidar de todos. Como en la parábola hemos oído la voz de Cristo que nos ha dicho: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta". Que ante cualquier situación de sufrimiento seamos el lugar que acoge, cuida y anima; ésa es la misión que a todos Él nos ha encomendado.

Quiero terminar con una oración de la beata madre Teresa de Calcuta que expresa muy bien lo que es la misericordia en la vida de cada cristiano.

Oración para aprender a amar:

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida. Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua. Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor. Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo. Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro. Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado. Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos. Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien. Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos. Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión. Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender. Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos. Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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