El arzobispo de Lima y Primado de Perú: “La situación que se vive en el país es difícil"

Aprovechando un hueco en su agenda romana, la corresponsal de COPE mantuvo una conversación con Mons. Carlos Castillo, Primado de Lima

El arzobispo de Lima y Primado de Perú: “La situación que se vive en el país es difícil"

Eva Fernández Huéscar

Roma - Publicado el - Actualizado

9 min lectura

Si existiera un séptimo sentido, el arzobispo tendría el de la justicia, una herencia de su padre, miembro de la Guardia Civil de Perú. En una ocasión consiguió resolver, sin necesidad de violencia, una intervención ordenada por un superior contra un grupo de personas, que hubiera ocasionado muchas víctimas. Su padre salvó vidas, pero como castigo a su “insubordinación”, nunca alcanzó el merecido ascenso. Otra prueba más del sentido de la justicia que lleva en sus genes es que en 1965 su hermano Ismael fue asesinado junto a un grupo de policías, cuando acudían en auxilio de un amigo atacado por la guerrilla.

Habla pausado, pero con frases gruesas que no nacen en abstracto, sino de la realidad que ha tocado haciendo trabajo de calle. La vida de Carlos Castillo cambió de la noche a la mañana cuando el 2 de marzo de 2019 dejó de ser el párroco para convertirse en arzobispo de Lima.

Aunque desde que terminó la secundaría barruntaba la posibilidad de ser sacerdote, durante unos Ejercicios que hizo a los 15 años optó por comprometerse previamente como laico. Fruto de esta decisión, a los 17 años fue nombrado presidente nacional de la Juventud Estudiantil Católica. Cuando terminó Sociología en la Universidad pública decidió recorrer el país para conocerlo a fondo. Al sacerdocio llegó tarde, cargado con esa otra alforja de lo que aprendió compartiendo la vida de los mineros en Cerro de Pasco, junto a los que trabajó como profesor. De ahí que su mirada tenga algo de revuelta a punto de manifestarse y esté poniendo patas arriba una diócesis que durante la pandemia ha conseguido que llegara ayuda hasta el último barrio de la ciudad.

España está en su corazón, porque realizó sus estudios eclesiásticos en el Pontificio Colegio Español de San José de Roma, y en 1987 obtuvo el Doctorado en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana.

El pasado domingo, en su primera Homilía en Lima, tras unos intensos días de trabajo en Roma subrayaba que la Iglesia está para servir, no para imponerse, y que, solamente sirviendo sin estruendos y sin poderes, se puede aproximar a las personas. Los pastores, aseguraba, deben ser capaces de recoger el sentir de los demás, especialmente en las situaciones difíciles de sufrimiento.

En estos momentos Perú afronta uno de los periodos más complicados de su historia moderna. El país se encuentra dividido en dos, y cualquier cambio que apueste por ser fructífero y duradero, debe cotar de amplio consenso social. La corrupción de los partidos tradicionales, la miseria de las clases populares y el hartazgo de los trapicheos políticos está en el origen de los resultados de las elecciones del pasado mes de junio. Pedro Castillo lidera el recuento oficial con apenas un 0,4% de los votos, pero su rival Keiko Fujimori alega que hubo fraude. Las misiones de observación electoral de la Organización de Estados Americanos y de la Unión Europea aseguran que no han encontrado evidencia de fraude. Paralelamente, tanto Estados Unidos como la Unión Europea confirman que las elecciones fueron justas.

La situación podría derivar a peor en los próximos días si finalmente la comisión electoral proclama ganador a Pedro Castillo, puesto que Keiko Fujimori ha advertido que no va reconocer la victoria de su rival.

Aprovechando un hueco en su agenda romana, la corresponsal de COPE mantuvo una larga conversación con el Primado de Lima, adelantada por Alfa y Omega y ampliada en estas páginas.

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El resultado de las elecciones en Perú ha desatado una oleada de miedo y división sobre el que la Iglesia tiene el derecho de opinar, aunque muchos preferirían que estuviera callada…

La situación que se ha creado en Perú es difícil, pero supone una ocasión extraordinaria para dar un paso adelante entre todos. En todas las familias hay desavenencias y en ocasiones el ambiente se tensa, pero pasado el primer enfado, conviene calmarse y aprender de los errores pasados. Estamos en ese momento y debemos aprovecharlo para estudiar a fondo qué es lo que nos está ocurriendo y cómo podemos mejorar como nación.

Los dos partidos tienen legítimos derechos de investigar lo sucedido tras las elecciones. Cuando en una anterior entrevista hablaba de “amoralidad” por parte de quienes intentan retrasar la proclamación del triunfo de uno de los candidatos no me refería al lícito derecho de averiguar si se ha cometido alguna irregularidad, sino más bien a quienes aprovechan la circunstancia para tensar más la situación sin respetar las reglas del juego democrático. La gran herida de Perú es la dificultad para conseguir ponernos todos de acuerdo y emprender un proyecto en común, comprendiendo el valor de lo que cada un da, sumando.

Si finalmente de demuestra que se han amañado las elecciones y que Pedro Castillo no es el vencedor, ¿Cuál sería la posición de la Iglesia en Perú ante Keiko Fujimori?

La Iglesia siempre estará con la legalidad y con el respeto de la voluntad popular. De hecho, puedo afirmar con rotundidad que el próximo Presidente de Perú contará siempre con la leal colaboración de toda la Iglesia. Estos días los obispos peruanos trabajamos con denuedo para que los resultados finales se acojan con paz, con respeto a la legitimidad constitucional y sobre todo fortaleciendo los lazos de unidad en el país. En el reconocimiento tanto de la victoria como de la derrota se podrá descubrir que la polaridad está llamada al complemento.

Ante los que intentan hacer una lectura ideológica de mis palabras, yo siempre les digo que no concibo un desarrollo económico del país sin solidaridad y sin justicia social, pero tampoco imagino una justicia social sin reconocer la intervención de la iniciativa privada. El diálogo político y social debe encontrar el equilibrio justo. ¿Esto es política? Yo creo que es Evangelio. Yo no puedo actuar sin que el otro cuente. El otro es también parte de mí. Todos somos peruanos, aunque seamos tan diversos. Por este motivo necesitamos estructuras justas que nos permitan acogernos y entendernos y no despreciarnos. Cuando hay polarización, como ocurre en Perú, salen a flote muchas heridas. Y ahí la misión profética de la iglesia es capital, limpiando lágrimas y curando las heridas.

¿Esta posición sería la suya o la de la Iglesia peruana? Lo digo porque parece que no todos sus compañeros de episcopado están alineados ante el mismo vencedor…

En líneas generales hay consenso y en lo esencial, unidad. Si todos podemos tener nuestras opiniones, la Iglesia nunca puede proponer un solo candidato. Sí, la religión tiene por función unir, suscitar valores, solidaridad, y reconocimiento del otro. Una unidad que va a lo profundo, a nuestra humanidad más honda. Convivimos en una sociedad legítimamente plural, con pensamiento diverso. Por ello la propuesta cristiana es resolver el conflicto dialogando, no destruyendo al adversario. Esto supondría caer en el marxismo, en la lucha de clases que justifica el uso de cualquier medio ante un bien impuesto, no propuesto. Eliminar al otro es inmoral.

Pedro Castillo ha asegurado que una de sus primeras medidas como jefe de Estado será convocar una Asamblea Constituyente para redactar “la primera constitución del pueblo”, ¿Se le podría ir de las manos?

Mi papel no es ser analista político. Nunca lo seré.

En cualquier circunstancia de la vida hay que estar muy seguro de lo que se hace cuando se adoptan decisiones que pueden repercutir en tantas personas de un país. Las reformas son sin duda necesarias, pero siempre con debate previo, escuchando a todos.

Por cierto, en agosto hay elecciones en la Conferencia Episcopal. ¿Se imagina usted al frente?

No creo. Hay otros obispos que pueden hacerlo muy bien y lo que la Iglesia del Perú necesita es que colaboremos todos. Por otra parte, mi papel prioritario ahora es contribuir a que la iglesia de Lima haga pasos decisivos en lo pastoral, particularmente en la solidaridad entre parroquias, en la conciencia participativa de todos los fieles y en la superación de la insensibilidad hacia las víctimas de cualquier tipo de abusos. Sin embargo, con el equipo adecuado, no tendría ningún inconveniente en ofrecer mi ayuda. Ese es mi sitio.

En los pasillos vaticanos se da por hecho que el Papa Francisco le tiene apuntado en su “lista secreta” de futuros cardenales….

La vocación supone siempre una llamada y si el Papa lo decide adelante, no seré yo el que ponga problemas (sonríe de nuevo). Las responsabilidades sólo se deben aceptar como un servicio para ayudar a crecer a la Iglesia y si se está dispuesto a dejar paso a otros. Fratelli Tutti, más allá de que todos seamos hermanos, nos invita a todos a colaborar.

En las imágenes del encuentro que tuvo recientemente con el Papa se nota la sintonía, pero apuesto que también le habrá puesto deberes…

El día que estalló la pandemia e Italia cerró sus fronteras yo acababa de estar con el Papa y tuvimos que interrumpir nuestro trabajo, porque con suerte conseguí un pasaje en el último vuelo que partió a Lima. Por ese motivo hemos vivido nuestro reencuentro con especial alegría.

Durante la conversación el Papa escuchó con mucho interés lo que le refería a la lucha contra la corrupción dentro de la misma Iglesia, que por desgracia también existe y, sobre todo, el impulso pastoral que estamos dando a la diócesis. Le expliqué que, durante los meses de confinamiento, junto con mis obispos auxiliares y nuestros más estrechos colaboradores, no hemos dejado de poner en marcha iniciativas para promover la creatividad orante, litúrgica y decisional de los fieles. Le gustó saber que los curas jóvenes y, sobre todo, los 250 jóvenes líderes de la Vicaría de la Juventud, se han movilizado durante la pandemia estos últimos meses trabajando en los barrios más pobres.

Y me aconsejó, por cierto, algo que ya me dijo cuando nos conocimos: “Abandónate al Espíritu, que Él va tejiendo las cosas. Déjate llevar, no dejes de rezar, y presta siempre atención a los problemas que vive y siente la gente”.

También me dijo: “Sigue la estela de los grandes santos limeños, que pasaron tanto tiempo pateando la ciudad, muy cerca de la gente”. La iglesia de Lima necesita resituarse y recuperar el espíritu que la convirtió en cuna de santidad. Necesitamos regenerar una Iglesia santa, pero no santurrona. Una Iglesia santa en el sentido de que está viva que vibre y vibra con su pueblo.

A estas alturas de la entrevista hacía tiempo que habíamos sobrepasado el tiempo convenido, pero todavía quedaban muchas preguntas para este obispo tallado con el buril de la teología y la investigación sociológica. De su predecesor, el arzobispo de Lima Juan Landázuri heredó, orgulloso, su báculo y cuando tomó posesión de la archidiócesis partió en procesión caminando hacia la catedral tal como hizo Santo Toribio de Mogrovejo a su ingreso en la ciudad en 1581.

Mientras yo miraba con preocupación el reloj, la grabadora iba registrando sus deseos por avanzar en la acogida de las personas, sean menores o adultos vulnerables, que han sufrido abusos sexuales (ahora están canalizando las denuncias hacia los tribunales civiles y religiosos). También expresaba su satisfacción porque se haya podido escuchar a tantos fieles en la Asamblea Sinodal, -insistía una vez más sonriendo-, pues es en las narraciones de las personas donde encontramos sus intuiciones y comprendemos su lenguaje. Según Carlos Castillo, uno de los problemas de Perú y del mundo es que muchas veces nos encerramos en nuestro propio lenguaje y nos volvemos sordos al otro.

Antes de concluir, se me quedó colgando su última petición: no dejes de escribir que estamos en una nueva era del Espíritu. Ahí radica el proceso de conversión que debemos afrontar en Perú. Necesitamos acoger todo lo que el Espíritu Santo nos tiene que decir.

Escasean las personas convencidas de que el “sí” suma y el no multiplica. El arzobispo de Lima es una de ellas. Y además con una sonrisa que no tiene precio.