Cinco mujeres del siglo XX que revolucionaron la vida de la Iglesia pese a las guerras y a las desigualdades

Qué mejor día que el 8 de marzo para reivindicar el legado de estas cinco mujeres que, con su tesón y fe en Cristo, contribuyeron a mejorar el mundo que les tocó vivir

Cinco mujeres del siglo XX que revolucionaron la vida de la Iglesia pese a las guerras y a las desigualdades

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Con motivo del Día Internacional de la Mujer que se celebra este martes, 8 de marzo, recordamos en Ecclesia a cinco de las figuras femeninas más relevantes del siglo XX, que entregaron su vida a Dios y a los demás. Todas ellas tuvieron una infancia difícil por diversas circunstancias, pero con trabajo, tesón y la protección de Jesucristo, lograron salir adelante y pasar a la historia como un ejemplo de mujeres luchadoras.

Teresa de Calcuta: una Premio Nobel de la Paz que entregó su vida a los leprosos

Agnes Gonxhia Bojaxhia, más conocida como Santa Teresa de Calcuta, nació el 26 de agosto de 1910 en la actual Macedonia. Ganadora de un Premio Nobel, la Madre Teresa fue una monja de gran repercusión internacional, tanto a nivel social como ejemplo de santidad para todos los cristianos.

Tras recibir una formación religiosa en la parroquia del Sagrado Corazón, administrada por los jesuitas, ingresó con 18 años a las Hermanas de Loreto en Irlanda. En ese momento, decidió adoptar el nombre de María Teresa en homenaje a Santa Teresa de Lisieux.

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En 1929, la religiosa fue enviada a la India, realizando allí sus primeros votos dos años después, tras lo cual fue destinada al colegio de St. Mary, en la ciudad de Calcuta. Allí permaneció durante veinte años, llegando a ser directora del centro. También en ese lugar realizó sus votos perpetuos en 1937.

Sin embargo, su vida dio un vuelco en 1946. Mientras se dirigía a un retiro, la Madre Teresa recibió del Señor la llamada de acudir al servicio de los más pobres: "Ven y sé tú mi Luz". De este modo, la "llamada dentro de la llamada" le llevó a abandonar su congregación para fundar las Misioneras de la Caridad, establecida oficialmente en 1950, dedicadas a los pobres y enfermos.

En 1965, San Pablo VI anima a Santa Teresa a que funde un centro de acogida para huérfanos en Venezuela, con lo que empieza la expansión internacional de la congregación.

En 1979, recibió el Premio Nobel de la Paz. Fruto de esto, el ámbito internacional comenzó a fijarse en ella, dando a conocer su obra en la India y otros países en defensa de la dignidad de todas las personas.

Hasta el momento de su muerte en Calcuta, en el año 1997, la Madre Teresa vivió entregada al servicio de los más necesitados. Fue beatificada en 2003 por San Juan Pablo II y, posteriormente, canonizada por el Papa Francisco en 2016. Durante la homilía en la Misa de Beatificación, el Papa polaco exhortó a los fieles a venerar "a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo".

Josefina Bakhita: víctima de la esclavitud que se convirtió en un símbolo contra la trata

El pasado 8 de febrero se celebró la Jornada Mundial de Oración, Reflexión y Acción contra la Trata de Seres Humanos, con el que se pretende denunciar la grave violación de los derechos humanos que reducen al ser humano a un estado de esclavitud.

Josefina Bakhita fue una religiosa nacida en Sudán, que sufrió en sus carnes el drama de la esclavitud. En su país natal fue secuestrada por unos comerciantes de esclavos cuando aún era una niña. Fue en aquel momento cuando le pusieron el apodo de 'Bakhita', que significa 'afortunada'.

Su calvario comenzó con siete años, cuando iba con una amiga. De repente, dos hombres se acercan pidiéndole que les coja algunas frutas del bosque. Cuando se separan ambas amigas ellos la retienen y capturan. Así empieza su cautiverio pasando de amo en amo.

La pequeña tuvo que salir de manera forzada de su país, perdiendo su nombre y siendo sometida a la esclavitud y la tortura. Pero pese a todo este maltrato físico y psicológico, nunca perdió su inocencia y su buen corazón. Logró que el calvario que vivió no se adueñase de su existencia, y lo transformó en esperanza.

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En este tortuoso camino siempre tuvo muy presente a Dios, lo que le permitió caer en el desánimo y salir adelante. Prueba de todo ello está en el diario que Josefina Bakhita escribía cada día cuando aún no era adolescente: “Fui realmente afortunada, porque el nuevo patrón era un hombre bueno. No me maltrataba ni humillaba, algo que me parecía completamente irreal”, escribía sobre el quinto amo que tuvo, y que le trató algo mejor que los anteriores.

Josefina Bakhita viajó con él a Italia donde trabajó de niñera para después ingresar al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad, en Venecia. Allí supo que Dios le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud y fue bautizada como Josefina Margarita Afortunada.

Dada sus vivencias, Josefina se ha convertido en todo un símbolo en la lucha contra la trata de seres humanos. En África es todo un referente. Todo un ejemplo de fuerza, delicadeza, firmeza y misericordia.

Falleció en 1947 y, menos de medio siglo después, fue beatificada y nombrada 'Hermana Universal' por Juan Pablo II en 1992, siendo imagen también a su vez, de la Jornada Mundial de Oración, Reflexión y Acción contra la Trata de Seres Humanos.

Ángela de la Cruz: sevillana que comenzó a labrar su vida de santidad en una zapatería

Nacida en Sevilla en 1846, la sencillez y el trabajo bien hecho de cada día definen el trabajo de Santa Ángela de la Cruz. Su familia era de origen pobre y humilde. El ambiente religioso siempre rodeó aquel hogar modesto.

Durante su juventud, Ángela trabajó en una zapatería, una tarea que compaginaba con la atención a los pobres y necesitados, siguiendo el Modelo de Cristo en el Evangelio que invitaba a ser mansos y humildes de corazón. De esto se serviría el Señor para encauzarle a la tarea que iba a desempeñar en la Iglesia.

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Y es que cuando tuvo por confesor al Padre Torres, ella hizo propósito de entrar en la vida religiosa, pero el guía espiritual le ayudó a descubrir los designios de la Providencia, que le llevaba a fundar un nuevo carisma: La Compañía de las Hermanas de la Cruz. Su cometido fundamental era precisamente la asistencia los más necesitados, siguiendo la idea que Ángela había desempeñado hasta ese momento. A ello se unía la austeridad que tenían. También asumieron muchos rasgos del espíritu franciscano, en su camino de perfección, ya que él era ejemplo de desprendimiento por Dios.

Muere el año 1932 en la capital hispalense, dejando escritos de gran profundidad. San Juan Pablo II le beatificó durante su visita a España en 1982. Él mismo la canonizó en Madrid en el año 2003, después de que en 2002 se aprobara el milagro de un niño que sufría una sería obstrucción de la arteria que pasaba por la retina, con lo cual no veía, pero tras encomendarse a Santa Ángela recuperó visión de forma instantánea.

Edith Stein: la judía conversar que murió en un campo de concentración nazi

Edith Stein nació el 12 de octubre en la Breslau alemana de 1891, hoy oeste de Polonia. Creció en el seno de una familia judía. Era la menor de once hermanos la que sería una de las santas co-patronas de Europa.

Por lo que se dice de Edith, ya desde pequeña poseía una mente prodigiosa y un interés por el conocimiento fuera de lo común. Antes de cumplir quince años, decidió abandonar la práctica de su religión, aunque siguió fiel al ayuno durante toda su vida.

Su afán en la búsqueda de la verdad le llevó a la universidad de Gotinga. Allí, se topó con su maestro Adolph Husserl, también judío. Su inquietud despertó la atención del filósofo, que la acompañaría hasta el summa cum laude en su doctorado. Historia, Ciencia y, por supuesto, la Filosofía, fueron varias de sus compañeras de viaje, del que se bajó su fe, ya que Edith se declararía atea.

Mientras la historia de la joven pensadora Edith Stein seguía floreciendo, la de la Humanidad se acercaba a uno de sus más profundos desiertos. En pleno crecimiento intelectual, estalló la Primera Guerra Mundial. Un tiempo en el que Edith dejó a un lado los libros para alistarse como voluntaria de la Cruz Roja para atender a los enfermos en un hospital de Austria. Por sus servicios obtuvo la medalla al valor.

Poco después, Jesucristo comenzó a llamarla. Todo comenzó cuando Edith se fijó en una mujer que rezaba en una iglesia. Ese hecho, hoy quizás cotidiano, le llamó mucho la atención. Su cercanía a Dios solo había pasado por las celebraciones judías, no por "acercarse", en sentido literal, a hablarle. Ese primer contacto de Edith Stein con Jesús se consumó en casa de unos amigos.

Como filósofa, las librerías eran una de las pasiones de Edith. La vida le puso en contacto con la obra de Santa Teresa de Ávila. No era el tipo de obra al que parecía estar acostumbrada pero, entre las páginas de la historia de la santa, comenzó a escribirse su propia historia de santidad.

Ingresó como Sor Teresa Benedicta de la Cruz en las Carmelitas Descalzas después de bautizarse y recibir la Confirmación. Lo hizo también junto a Rosa, una de sus hermanas. La elección de esta orden religiosa estaba hecha para Edith, ya que se fundamenta en el pensamiento de lo Divino. Todo un reto para un intelecto de su talla.

Entre los muros del monasterio de Colonia, en Alemania, transcurrían sus días. Edith, o sor Teresa, continuó pensando a Dios, acercándose por fin a Él como aquella feligresa que tanto le había llamado la atención.

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Sin embargo, también se estaba acercando otro de los momentos por el que aún hoy se clama al cielo. El antisemitismo y la tensión crecían en Europa hasta levantar el telón de la Segunda Guerra Mundial. El auge del nazismo y la persecución a los judíos ponía en peligro la vida de la nueva carmelita descalza.

Desde su orden, lograron enviar a Edith y a Rosa lejos del convento. Se refugiaron en un templo de Echt, en Holanda, país neutral en la contienda. Parecía que por fin Edith podría disfrutar de la contemplación de Jesús lejos de la guerra y el odio. No obstante, mientras ella seguía escribiendo y rezando, Hitler 'tocó' de nuevo su puerta.

Por ello, pidió el traslado a otro convento en Francia junto a su hermana. No pudo ser, ya que si Edith tuvo oportunidad de marcharse, no era el caso de Rosa, por lo que finalmente decidió permanecer en Holanda. Como judía conversa, Edith y su hermana no tenían nada que temer hasta que los lazos de las SS se estrecharon sobre los bautizados judíos.

Fue un domingo 2 de agosto de 1942 cuando se subieron a un camión para ser deportadas al campo de concentración de Auschwitz, llamado la 'fábrica de la muerte'. Una semana más tarde, la presa 4.470, Edith Stein, se unía como mártir en la cámara de gas a los millones de personas que fueron asesinadas tras las alambradas del campo.

Su historia y su testimonio escaparon de aquellos muros y llegaron hasta nuestros días. Su comunidad en Polonia y Alemania insistieron durante los años ochenta en su beatificación y posterior canonización. Fue Juan Pablo II quien la elevaría como santa y co-patrona de Europa en 1998. El Santo Padre polaco reconoció a Edith como una joven que buscaba la verdad y que, a pesar de ser una gran pensadora, se dejó conquistar por ella.

Guadalupe Ortiz: la química del Opus Dei que perdonó a los verdugos de su padre

En mayo de 2019, el Papa Francisco elevó a Guadalupe Ortiz de Landázuri como beata de la Iglesia. Científica madrileña nacida el 12 de diciembre de 1916, fue una "apasionada de la Química". Con tan solo diez años, tuvo que trasladarse con su familia a Tetuán, después de que a su padre militar le trasladaran al norte de África.

Volvería a Madrid en 1932. Acabó sus estudios de Bachillerato en el Instituto Miguel de Cervantes. Un año después, comenzó su idilio con la Química. Guadalupe era una de las cinco chicas que cursaban entonces la carrera en la Universidad Central. Cinco mujeres de una clase de setenta personas. Tal era su pasión por la Ciencia que comenzó su doctorado porque había encontrado su vocación: compartir sus conocimientos químicos con los alumnos.

Pero su trayectoria académica se vio empañada con motivo de la Guerra Civil Española (1936-1939). Su padre fue capturado y fusilado. Guadalupe, que por aquel entonces tenía veinte años, tuvo oportunidad junto a su familia de despedirse de él y darle unas últimas palabras de aliento. Además, nuestra protagonista perdonó de corazón a quienes habían condenado a muerte a su padre.

La familia de Guadalupe vivió en Valladolid hasta el final de la guerra. Regresaron a Madrid en 1939. Ese año, Guadalupe cumplía su sueño de ser profesora.

Durante esta etapa de su vida como docente en el colegio de La Bienaventurada Virgen María y en el Liceo Francés fue cuando se sintió llamada por Dios. Ocurrió en una misa de domingo en 1944. Salió de la iglesia con ganas de hablar con un sacerdote. Compartió este deseo con un amigo suyo, que le puso en contacto con un tal José María Escrivá (fundador del Opus Dei).

El 25 de enero habían quedado para conocerse. Ese día se habían citado en el que era el primer centro de mujeres del Opus Dei. La propia Guadalupe tenía el recuerdo de ese encuentro como el descubrimiento de qué quería Dios de ella. Jesús la llamaba a amarle a través del trabajo profesional y el día a día.

Guadalupe sentía que esa era su vocación, pero decidió ponerla en manos de Jesús. Después de rezar y asistir unos días de retiro espiritual, le dijo que "sí" al Señor. A sus 27 años comenzó a vivir muy en serio su relación con Dios, con amor en el trabajo.

Durante los primeros años del movimiento, desempeñó tareas de administración doméstica de las residencias de estudiantes que estaban abriendo en Madrid y Bilbao. Guadalupe se dedicó durante unos años a estas labores, sin olvidarse de su amada Química. Acabó dirigiendo una de esas residencias y, quienes la recuerdan, rememoran su facilidad para conectar con las universitarias. Su receta: paciencia, cariño y sentido del humor para ayudarlas en sus vidas académicas y personales.

San José María invitó a Guadalupe a dar un paso más. Quería que llevase el mensaje del Opus Dei a México. A Guadalupe le faltó tiempo para embarcarse rumbo a un país donde le esperaba la Virgen de Guadalupe.

Su otra "debilidad" eran los pobres y ancianos, a quienes dedicó su tiempo. De hecho, con una amiga médico, idearon un dispensario para los más pobres. Juntas recorrían los barrios más necesitados para 'despachar' a los enfermos y recetarles los medicamentos gratis.

Quienes se cruzaron con ella en esta vida, destacan su gran corazón y su carácter resuelto, que procuraba domar con dosis de delicadeza y suavidad al expresarse. Sin embargo, su carácter resultaba atractivo para los demás.

La historiadora Beatriz Gaytán recuerda: “Siempre que pienso en ella oigo, a pesar del tiempo trascurrido, su risa. Guadalupe era una sonrisa permanente: acogedora, afable, sencilla”. Durante los años que estuvo en México fue una de las impulsoras de Montefalco, una exhacienda colonial que estaba en ruinas. Guadalupe y sus acompañantes la levantaron y la convirtieron en lo que hoy es sede de un centro de convenciones y casa de retiros y de dos instituciones educativas: el Colegio Montefalco y la escuela rural El Peñón. Tras su periplo en México, San José María Escrivá volvió a llamar a Guadalupe, esta vez para ayudarle con el gobierno del Opus Dei.

No obstante, en 1956 le descubren una cardiopatía. Esa dolencia le obliga a parar y tener que volver a España. Sin embargo, parar le costaba. Recuperó la investigación y la vida académica con ganas. Tantas, que ganó el premio Juan de la Cierva con una investigación que también convirtió en tesis doctoral. Estos méritos los consiguió mientras seguía trabajando como profesora, esta vez en el Instituto Ramiro de Maeztu durante dos cursos, y en la Escuela Femenina de Maestría industrial durante los diez años siguientes.

A partir de 1968 participa en la planificación y puesta en marcha del Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas (CEICID), del que será subdirectora y profesora de Química de textiles. Quienes coincidieron con ella recuerdan que era más comprensiva que exigente con las personas, y que se veía que buscaba a Dios a lo largo del día: en su oración, en su trabajo en su trato con los demás.

Con todo y con eso, Guadalupe seguía padeciendo esa dolencia en el corazón. Se cansaba mucho al caminar o subir escaleras. Se esforzaba por que no se le notase y, por supuesto, no se quejaba. En 1975 los médicos le operaron de su patología. Por ello, fue trasladada hasta Navarra para ingresar en la Clínica Universitaria. Su delicada intervención coincidió con una noticia agridulce: pocos días antes había fallecido en Roma José María Escrivá.

Guadalupe recibió la noticia con gran dolor pero con la paz y la alegría de saber que ya gozaba de Dios. Ella misma, a los pocos días, iba a enfrentar su propia muerte con la misma serenidad.

Murió el 16 de julio de 1975, fiesta de la Virgen del Carmen. El 5 de octubre de 2018 sus restos fueron trasladados desde Pamplona al Oratorio del Caballero de Gracia de Madrid.