El duro testimonio del misionero Paul Schneider al frente de la misión de Lagarba en Etiopía

El país está al borde de una guerra civil, con muchos muertos en el norte y al oeste del país, y con la amenaza constante del islamismo radical

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Redacción Religión

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El misionero de Getafe Paul Schneider está al frente de la misión de Lagarba en Etiopía, ahora también tendrá que encargarse de la de Dhebiti, a tres horas de camino de la anterior, desde donde escribe esta crónica, agradeciendo los mensajes que recibe.

Según su testimonio en la página de OMP: “El motivo por el que el obispo me va a entregar esta misión -y seguiré ocupándome igualmente de Lagarba- es que durante el confinamiento del Covid esta comunidad estuvo 7 meses (de febrero a septiembre) sin sacerdote y sin sacramentos, sin una sola Eucaristía. Por carretera desde AsebeTeferi, donde viven varios sacerdotes etíopes, el camino es tortuoso y en estos tiempos inestables hay un poblado rebelde que exige pequeños sobornos, y si no se les da, no apartan las piedras que a modo de obstáculo han puesto para cerrar el camino de tierra que baja desde Asebot hacia el sur para llegar a esta misión. Entonces a los sacerdotes y al obispo les ha parecido bien que me ocupe yo, que puedo venir discretamente a pie por senderos estrechos de la montaña, y a mí me ha parecido mejor aún, porque me conmovía hasta las entrañas el abandono pastoral que padecían. Hay aquí en Dhebiti 63 familias católicas, y muchas otras ortodoxas y musulmanas. Estas familias vienen a sumarse a la población de la que ya cuidaba, mis 115 familias de la parroquia de san Francisco en Lagarba. Ya he empezado a visitar familias, a celebrar la Eucaristía, a reunir al consejo de la misión, y resolver muchos asuntos pendientes, y los problemas y conflictos no faltan. Estoy muy animado, Dios me inspira muchas buenas decisiones, estoy con buena salud y fuerzas. Qué más se puede pedir. Siento un gran amor por todas estas familias, que son mis hermanos, mis hijos.

Os escribo hoy desde Dhebiti, aunque no pensaba pasar esta semana aquí, porque el domingo por la mañana los católicos de aquí nos llamaron y nos dijeron que habían encarcelado al catequista, Sisay Mengistu, un joven de 25 años, y a otros 4 jóvenes. El motivo es que estos 4 jóvenes (dos parejas recién casadas) son musulmanes que quieren hacerse cristianos. En realidad ellos, los varones, eran católicos antes, y se hicieron musulmanes para que las familias de ellas les permitieran casarse con sus hijas, pero luego, en secreto y de común acuerdo con sus esposas, quisieron hacerse cristianos los cuatro. Empezaron a venir al recinto de la iglesia, a compartir con Sisay su deseo, y fueron acogidos. Y se desató una pequeña persecución. Por denuncia del imán de la mezquita fueron encarcelados los cinco, y el lunes por la mañana vine aquí a toda prisa, incluso dejando en la misión a dos voluntarios, un maravilloso matrimonio argentino-uruguayo, Patricio y Florencia, recién casados, solos en Lagarba al frente de la misión.

Como decía, el lunes vine a toda prisa con otros dos hombres, por más que varias personas me quisieron disuadir de venir a esta zona, dado el momento de riesgo en el país, y rumores de revueltas en esta zona. Los que hayáis leído noticias de Etiopía estos días sabréis que el país está al borde de una guerra civil, con muchos muertos en el norte y al oeste del país, y con la amenaza constante del islamismo radical. Fui directamente a hablar con el administrador del Kebele de Dhebiti y sus soldados, casi todos musulmanes, y les advertí de que si estos jóvenes no eran liberados, me pondría en contacto con sus superiores de la Woreda de AsebeTeferi para que fueran trasladados a esa instancia, porque llevaban más de 24 horas encarcelados (las dos parejas llevaban ya 3 días allí) sin haber cometido ningún delito, solamente por querer cambiar de religión. Me respondieron en tono altivo y autoritario, y acusaban a los jóvenes de estar creando un ‘problema político’ y de generar disturbios entre la población.

Finalmente, os comparto un pensamiento. Yo he venido aquí por la fe. Si un día me pasara algo, sabed que salí de mi país por la fe, por el amor a Cristo, para servir a la gente, para amarles, para ser testigo, y querría vivir cien años más para seguir haciéndolo y, a la vez, no me importa la muerte, porque estar con Cristo es, con mucho, lo mejor. El no ser capaz de hablar bien las lenguas de aquí es una pobreza, una incapacidad mía, pero que me recuerda que la fe no es una cuestión de discursos y sagacidad, sino de vida, de amor y de entrega. Tampoco es la fe un activismo social o un mero reparto de comida o materiales, sino la presencia y el amor a personas concretas. Vivir, comer, descansar bien, ser valiente, no hacer caso a los temores, no tener miedo a amar, aprender de la experiencia, aprender, educar y acompañar, y rendir cuentas de todo a la propia conciencia y a Dios. A Abrahán Dios le pidió algo sencillo, que saliera de su tierra y creyera en Sus promesas. El día a día es sencillo, vivir y dejarse guiar por él. Antes me preocupaba mucho de las ideas, de mis discursos y homilías elaboradas. Ahora, de un modo más directo y sencillo, me preocupo de las personas, de su fe y de su bienestar. Y yo soy un pequeño instrumento, en realidad el que les está sosteniendo y proveyendo es Dios. La misión es un regalo que he recibido de Él, es lo que orienta mi vida y mi sacerdocio. Estoy feliz y lo comparto con vosotros, mis amigos. Sed pacientes y estad serenos en las epidemias y confinamientos, Dios nos premiará nuestra fe y nuestra alegría será multiplicada”.

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