Emilio Rocha, arzobispo electo de Tánger: “Somos un puente entre África y Europa, entre islam y cristianismo”

"Tras el atentado de Algeciras vino gente a darnos el pésame y a decirnos "«nosotros no somos así»", desvela el franciscano madrileño, cuya ordenación episcopal será el 25 de marzo

Emilio Rocha, arzobispo electo de Tánger: “Somos un puente entre África y Europa, entre islam y cristianismo”

José Ignacio Rivarés

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La Iglesia de Tánger es una Iglesia “insignificante pero significativa”, una Iglesia de encuentro y muy dedicada al diálogo, una Iglesia que es “puente entre África y Europa, entre Oriente y Occidente, entre islam y cristianismo”. Lo dice el nuevo arzobispo, el franciscano Emilio Rocha Grande, quien desde que la Santa Sede anunciara su nombramiento (el pasado 7 de febrero) vive prácticamente pegado al teléfono.

El relevo en la sede de monseñor Santiago Agrelo, franciscano también, al igual que el cardenal Carlos Amigo o Antonio Peteiro, pastores igualmente en su día de Tánger, explica a ECCLESIA como es la diócesis y cuáles van a ser las prioridades pastorales de su gobierno. La ceremonia para la ordenación episcopal ya tiene fecha: será en la catedral de Tánger el 25 de marzo, y será oficiada por el arzobispo de Rabat, cardenal Cristóbal López Romero, el nuncio del Papa en el país, Vito Rallo, y el anterior arzobispo, monseñor Agrelo.

¿Cómo es el nuevo arzobispo electo de Tánger? Preséntese brevemente, por favor.

— Soy una persona muy normal, no tengo grandes talentos, soy fácil para las relaciones, y me siento muy a gusto con las personas y también con la oración.

Es usted madrileño.

— Sí, nací en Madrid en 1958. Estudié con los Hermanos de La Salle, y como no era muy buen estudiante empecé a trabajar en un banco. Fue allí donde surgió la vocación. Ingresé joven como franciscano: hice la profesión temporal en 1978, con 20 años, y luego pasé por unos cuantos conventos de la antigua provincia de Castilla (que ahora forma parte de la nueva provincia de la Inmaculada), e hice algunos escarceos misioneros. De 1991 a 1996, durante la guerra de los Balcanes, estuve en Bosnia con temas de ayuda humanitaria, y de 1996 al 2015 en Albania, en la zona norte, junto a Kosovo, colaborando con una comunidad de religiosas que había allí. Siempre quise estar en misiones, pero nunca fue posible. Mi último destino antes de Marruecos fue una comunidad de oración, un eremitario franciscano en El Palancar, en la zona de Cáceres, un convento fundado por San Pedro de Alcántara.

Emilio Rocha, arzobispo electo de Tánger: “Somos un puente entre África y Europa, entre islam y cristianismo”

Y allí le sorprendió, hace once meses, su nombramiento como administrador apostólico de Tánger. ¿Ya conocía Marruecos?

— No. No había pisado Marruecos antes; había estado, como digo, en Albania, en Bosnia… pero en Marruecos no. Fue una sorpresa absoluta. Fui nombrado administrador el 25 de febrero de 2022.

¿Y cómo fue su aterrizaje en el país, era como esperaba?

— La verdad es que no esperaba nada. La de Marruecos, pero especialmente la de Tánger, es una Iglesia muy peculiar. Aquí nos gusta decir que es una Iglesia insignificante pero significativa. Insignificante en el sentido de que es muy pequeña numéricamente: según el Anuario Pontificio en la diócesis hay unos 3.000 católicos entre más de cuatro millones de habitantes. Pero al mismo tiempo muy significativa: y no solo por la historia — porque aquí hay presencia prácticamente desde el inicio del cristianismo — sino por toda la obra de carácter social y caritativa que se hace. La evangelización expresa a los marroquíes está prohibida por ley, por tanto nuestra manera de anunciar a Jesucristo es a través de las obras.

Deme algunas pinceladas más sobre esta Iglesia.

— Es una Iglesia al servicio del Reino de Dios que no busca crecer (es imposible), sino ponerse al servicio de la sociedad en la que vive. Es una Iglesia fundamentalmente de extranjeros, pero no es una Iglesia extranjera, pues lleva aquí muchos siglos. Es una Iglesia muy dedicada al diálogo, al encuentro, a la comunión… Y es una Iglesia que es puente entre África y Europa, entre Oriente y Occidente, entre islam y cristianismo.

¿Me equivoco mucho si digo también que es una “Iglesia peregrina al encuentro del islam”?

— Esa es una de las dimensiones, no la única. Es una Iglesia peregrina, sí, y al encuentro del islam, porque el islam es la gran realidad que tenemos delante, pero también al encuentro de la población católica. Esta población es a veces católica de nombre, pero está muy poco vinculada a la Iglesia: son personas que no están fijas de manera permanente, sino en tránsito, estudiantes, trabajadores de empresas, etc.

Y también, claro, una Iglesia al encuentro del mundo de la migración (de la religión que sean) y de los otros cristianos, porque aquí hay también una Iglesia anglicana y otra evangélica, y tenemos encuentros con ellos. La de Tánger es una Iglesia de encuentro.

Hace unos años se hablaba de entre 2.000 y 3.000 católicos. ¿Siguen siendo válidas estas cifras?

— Sí, entre otras cosas porque es imposible saberlo con exactitud. Por un lado, ha habido europeos que han abandonado la diócesis, pero al mismo tiempo esta se ha enriquecido con la llegada de un importante número de jóvenes universitarios de países del África Negra, que están estudiando becados por el gobierno marroquí. Y hay también un grupo significativo de migrantes subsaharianos católicos en situación irregular, a los que tratamos de ayudar a regularizarse en Marruecos para que se queden a vivir aquí, que es lo que están deseando. Cruzar a Europa cada vez es más difícil y Marruecos es un país de posibilidades para quien quiere trabajar e integrarse.

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Decía que la evangelización a los marroquíes está prohibida.

— Sí, lo impide la ley.

Entonces, no puede haber cristianos marroquíes.

— Es posible que los haya, pero en cualquier caso sería un número muy reducido y lo viven con enorme discreción.

Hábleme un poco del clero. ¿Con cuántos sacerdotes y religiosos cuenta la archidiócesis?

Si no me equivoco, con 17 sacerdotes y unas 50 o 60 religiosas. Los sacerdotes son todos religiosos, no hay ningún sacerdote diocesano. Los franciscanos llevamos aquí prácticamente desde el siglo XIII. Hay una pequeña custodia de veinte frailes: yo tengo 7 en Tánger y los otros están en la diócesis de Rabat. Hay asimismo una comunidad con cuatro jesuitas, y están también tres javerianos y dos trinitarios. Luego hay una comunidad de Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca que atienden a minusválidos profundos físicos y psíquicos, y una pléyade grande de comunidades de vida consagrada femenina. Muchas de las religiosas son ya mayores. La edad media del clero religioso masculino es bastante menor.

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Tánger es menor tamaño que Rabat, la otra diócesis que hay en Marruecos.

— Sí. Nuestro territorio se corresponde básicamente con lo que era el protectorado español del norte de África. Territorialmente no es muy grande, el equivalente a la Comunidad Valenciana. Es una diócesis manejable. Rabat, por el contrario, es una diócesis enorme: 430.000 kilómetros cuadrados. Pero aun siendo “pequeña”, desde la punta más oriental que es Nador, lindando ya con Melilla, hasta la parte más inferior, pegando ya con el Sáhara, tenemos por carretera unas once horas en coche.

El hecho de tener las fronteras de Ceuta y Melilla la convierten en una sede muy ligada a la inmigración, ¿verdad?

— Así es. Y lo es desde siempre. El anterior arzobispo, monseñor Santiago Agrelo, creó la Delegación Diocesana de Migraciones en un momento en que la inmigración era un problema acuciante. Esa delegación sigue funcionando y acogiendo y trabajando en bien de los migrantes. Y es que a 14 km. tenemos enfrente Gibraltar y Cádiz, lugares que a los migrantes se les presentan como el paraíso, aunque sea ciertamente complicado saltar vallas o cruzar el mar. La situación nos obliga a que buena parte de nuestras energías, empeños e intereses vayan a atender a la población inmigrante, tanto a la que desea salir como a la que desea permanecer.

¿Cómo ayuda la Iglesia tangerina a quienes llegan a ella buscando ayuda y consuelo?

— De mil maneras. Por ejemplo, con ayuda de emergencia a los que vienen machacados por el viaje, o con ayuda profunda a nivel psicológico… Están las Misioneras de la Caridad; están las Carmelitas de la Caridad Vedruna, que atienden a mujeres embarazadas que han sido violadas una o múltiples veces durante el flujo migratorio, o que venían con una pareja estable y luego han sido abandonadas. La Iglesia proporciona ayuda de primera necesidad, ayuda legal, formación… En Nador, junto a Melilla, hay una escuela de formación profesional para migrantes dirigida por los jesuitas. Si podemos, proporcionamos también alguna posibilidad de trabajo aunque sea muy inestable, vivienda… Cada persona es un mundo y requiere una atención particular. Desde la Delegación de Migraciones, pero también desde las Cáritas parroquiales y desde las Congregaciones, se hace un esfuerzo ímprobo en este campo.

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¿Cuáles van a ser sus prioridades pastorales? Me imagino que la pastoral migratoria será una de ellas.

— Evidentemente es una de ellas, pero no la única. Hubo un momento en que la emergencia hizo que fuera la gran prioridad. Ahora es una prioridad importante también la dimensión caritativa con la población marroquí: tenemos escuelas de corte y confección para las mujeres (todas marroquíes), guarderías, centro de acogida de protección de menores que el gobierno encomienda a las Religiosas de Jesús María, escuelas de formación profesional… Pero he de decir que la Iglesia no se sostiene únicamente en la caridad. La caridad es expresión de una comunidad que celebra, y queremos también cuidar, animar y potenciar todo el tema de la liturgia, e igualmente toda la evangelización ad intra (formación, crecimiento en la fe), que es una asignatura pendiente: dar una solidez doctrinal y de formación bíblica a nuestras comunidades cristianas. Los tres grandes pilares de una comunidad eclesial son la liturgia, la celebración, la caridad, y la evangelización y formación.

¿Alguna prioridad más?

La juventud es otra prioridad, y también la familia. Los jóvenes subsaharianos que llegan son muy dinámicos y participan activamente en la vida de la parroquia. Tenemos previsto participar en la JMJ desde aquí, sin salir de Marruecos, pues prácticamente ninguno de ellos podría obtener el visado. Hay entre 80 y 100 jóvenes que convivirán durante toda esa semana, y participarán telemáticamente a través de pantallas grandes en las celebraciones con el Santo Padre. Tendrán también encuentros de catequesis, actividades festivas y lúdicas, etc.

¿Ya tiene fecha para su toma de posesión?

— Prefiero hablar de ordenación episcopal. Sí, será el 25 de marzo, a las 5 de la tarde, en la catedral de Tánger. Y la presidirá el cardenal de Rabat, don Cristóbal, salesiano, que es también presidente de la Comisión Episcopal Regional de los Obispos del Norte de África (CERNA). Los dos obispos co-consagrantes serán el nuncio en Marruecos (Vito Rallo) y el anterior obispo, el emérito, don Santiago Agrelo, que si no me equivoco será su primera visita desde que se le aceptó la renuncia hace ya cuatro años.

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¿Cómo vivieron ustedes en Marruecos el atentado yihadista de Algeciras? ¿Qué repercusión tuvo, cómo reaccionó la población local?

— Nosotros, la población en general y los cristianos en particular, lo vivimos con dolor y con tristeza, porque hay muerte, sufrimiento, y heridas que afectan a las relaciones. Y también con desconcierto, porque es una realidad que no parecía previsible porque está todo mucho más sereno. He de decir que apenas se supo la noticia vino gente al obispado (y también a las comunidades religiosas) a darnos el pésame y a decirnos “nosotros no somos así”. Y esto es significativo. Hay una cordialidad muy grande a nivel de relaciones entre la población marroquí y los católicos, y esto es extensible a las autoridades. La relación es muy cordial, muy de respeto y de colaboración. Esto se acentuó mucho con las dos visitas papales a Marruecos, primero la de Benedicto XVI y luego la del Papa Francisco, visitas que han marcado un clima de entendimiento y la colaboración mutua, siempre en el respeto a la diversidad.

Usted ya estaba en Marruecos cuando se produjeron también las muertes de los inmigrantes en la valla de Melilla. ¿Quiere hacer algún comentario al respecto?

— Fue una situación dolorosísima que no debería haberse producido. El drama de la migración tendría que ser trabajado en primer lugar en los países de origen. La Unión Europea también puede gestionar el tema migratorio de manera más efectiva en el plano humano. Fueron muchos muertos, nunca se podrá saber exactamente el número porque las cifras bailan depende de quién las dé, pero aunque hubiera sido uno solo ya sería dramático. Desde la delegación de Migraciones, que está en Nador, se hizo un esfuerzo por paliar el sufrimiento de los heridos. Lo vivimos con dolor, consternación y sufrimiento.