Los refugiados ucranianos «llegan catatónicos o solo pueden responder con monosílabos»

El arzobispo de la Eparquía Greco-católica de Kosice (Eslovaquia) asegura que hubo días en que llegaban 15.000 personas, "con humildad y casi sin querer ser una carga"

El arzobispo de la Eparquía Greco-católica de Košice (Eslovaquia) asegura que hubo días en que llegaban 15.000

Ángeles Conde

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«Hay personas que llegan catatónicas o solo pueden responder con monosílabos». Así describe monseñor

cómo llegan algunos de los refugiados ucranianos hasta Eslovaquia después de un extenuante éxodo. Este jesuita atiende a ECCLESIA ahora que la primera emergencia se ha estabilizado y tiene un respiro. Es el arzobispo de la

, en Eslovaquia, una diócesis de tan solo 70.000 personas que colinda con Ucrania y que se ha convertido en una casa de puertas abiertas para miles de ucranianos. Tras la asistencia material, que no falta ni ha faltado, asegura que ahora toca pensar en la espiritual y psicológica para estos refugiados que comienzan a caer en la cuenta de que les será muy difícil volver a la vida de la que gozaban hasta hace poco.

—¿Cómo es ahora la situación aquí en la frontera con Ucrania?

—Hemos tenido días en los que llegaban hasta 15.000 personas. Ahora la cifra es mucho menor, pero temo que estemos ante la calma antes de la tormenta porque si continúan los combates las personas que están ahora esperando al otro lado con la esperanza de que termine la guerra, también huirán. Mi impresión es que la mayor parte de los que han cruzado lo han hecho porque tenían algún contacto familiar o de amistad, bien en Eslovaquia bien en otros países europeos. Es curioso que el ruso sea la lengua materna de la mayor parte de ellos. Vienen de Kiev, Járkov, Jersón, Zhitómir… nombres que ahora nos son familiares. Hay muchas mujeres con niños, algún hombre anciano, chicos de menos de 18 años y hombres si son padres de familia numerosa con tres hijos menores a su cargo.

—Intentamos no atosigar a nadie con preguntas porque son personas que han viajado durante varios días y están estresadas y agotadas. Aunque hay que decir que llegan con humildad y casi parece que no quieran ser una carga. Algunas personas con solo una pregunta se abren en canal y cuentan todo lo que les ha sucedido. En otros casos, se cierran en banda, están casi catatónicas o responden solo con monosílabos. Hemos visto ataques de pánico, a mujeres que se enteran en el momento de que el marido ha muerto o incluso mujeres que se han puesto de parto en la frontera. Hay una historia que se me ha quedado dentro. En la estación, hace unos días, había una niña pequeña, de 6 o 7 años, que llevaba consigo a un pajarito en su jaula. Hemos visto a personas con su perro o su gato, pero no con un pájaro. Imagina cómo ha huido con la jaula, lo incómodo que ha debido ser. Era una imagen surreal y, al mismo tiempo, muy conmovedora. Ese pajarito para ella representaba su casa. Son situaciones que no habíamos visto desde la II Guerra Mundial.

—Cuando puse las noticias no me lo podía creer. Fui a mi oficina y lo primero que hice fue telefonear al arzobispo mayor,

, que está en Kiev. Él me consolaba a mí. Me decía que iban a combatir y que no me preocupara.

Es una guerra asimétrica porque en la otra parte hay una potencia mundial que ha atacado un país por cielo, mar y tierra. No son escaramuzas de frontera o una operación destinada a destruir instalaciones militares. Se está revelando como una guerra estúpida de la que no se sabe cómo salir y de la que ninguno saldrá victorioso.

—Si no estuviéramos hablando de una tragedia, tendría que estar casi agradecido porque esta crisis me ha hecho ver la parte más hermosa de la Iglesia, de mis sacerdotes, seminaristas y de los fieles. El mismo 25 de febrero convoqué a todos los sacerdotes por videollamada con indicaciones y fuimos a la frontera. Junto a la diócesis latina y a otras organizaciones, se empezó a prestar ayuda humanitaria sobre la marcha a medida que veíamos nuevas necesidades. Por ejemplo, las madres necesitaban agua hirviendo para preparar biberones o un lugar caliente para cambiar los pañales porque las temperaturas eran bajo cero.

Yo he visto lo mejor de mis sacerdotes en estas semanas. Para mí es un gran consuelo. Por primera vez en mi vida como obispo he tenido que usar mi autoridad e invocar la obediencia al obispo para hacer descansar a mis sacerdotes. Ahora estamos pensando más en la acogida psicológica y espiritual. En la frontera tenemos una capilla donde queremos ofrecer un primer consuelo. No queremos hacer allí teología de grandísimo nivel, simplemente ofrecer una oración y una bendición.

Con los voluntarios, también hemos organizado el traslado de refugiados a ciudades vecinas o a los alojamientos de la diócesis. Teníamos que saber muy bien quiénes eran esos voluntarios porque en estas situaciones puede aparecer gente malintencionada. Por eso, por ejemplo, pedí a mis sacerdotes que fueran con sotana porque los ucranianos están acostumbrados a ver a los sacerdotes vestidos con sotana y les da confianza.

—¿Han tenido noticia de algún intento de secuestro?

—Sabemos que se ha acercado gente que pretendía cobrar 100 euros a los refugiados por llevarlos a algún punto. Uno de nuestros voluntarios se dio cuenta de una situación en la que un hombre y una mujer ofrecieron llevarse a mujeres con niños. Este voluntario, muy inteligentemente, se acercó a ellos y les pidió una foto. Huyeron enseguida. Se está advirtiendo a los refugiados de este peligro. En esta frontera, todo aquel que se lleva a refugiados en su coche tiene que dar su nombre, su identificación y la matrícula del coche. El gobierno se está ocupando ahora de la situación.

—¿Qué opina de lo que está haciendo Francisco?

—Las declaraciones del Papa van en un

de dureza, sin medias tintas, aunque algunos se quejen de que no nombra a jefes de estado o países. No hace falta. Las expresiones que usa van más allá de una declaración diplomática tibia. La palabra «sacrilegio», por ejemplo, en el lenguaje dogmático tiene un valor mucho más contundente que cualquier declaración política.

—También el Santo Padre está llamando a una caridad duradera...

—El Papa sabe, como nosotros, que estos acontecimientos generan una corriente de solidaridad y entusiasmo, pero esto dura un tiempo. Occidente se ha unido en la condena a esta agresión y se ha mostrado dispuesto a hacer sacrificios. La pregunta es si estará dispuesto a que estos sacrificios duren en el tiempo. San Basilio decía que la verdadera generosidad comienza cuando no das lo que te sobra, sino cuando comienza a faltarte porque se lo has dado a los demás.

—¿Tienen miedo de que la guerra se extienda?

—En Eslovaquia no creo que haya miedo, hay cierta preocupación. Creo que la gente está convencida de que aquí no nos puede pasar, aunque también estaban convencidos los ucranianos. Desde el punto de vista geopolítico se sabe que si hubiera un ataque a Eslovaquia significaría atacar a la OTAN. Piense que hay un aeropuerto ucraniano a menos de 80 metros de la frontera con Eslovaquia. Si lo bombardearan y se desviase un misil unos pocos metros…

Hemos de rezar por nuestros gobernantes y por sus decisiones, para que no improvisen, pero para que tampoco cedan a chantajes fáciles. Realmente es necesario el Espíritu Santo. Necesitamos oración para cambiar la mente de quienes deciden la suerte de la humanidad porque el gatillo lo aprieta un soldado, pero la orden viene de un superior.