¿Quién mató al obispo camerunés Benoit Balla?

Después de cinco años las autoridades no han modificado su versión de que el prelado, de 58 años y excelente nadador, se suicidó tirándose a un río

¿Quién mató al obispo camerunés Benoit Balla?

José Ignacio Rivarés

Publicado el - Actualizado

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Este 31 de mayo se han cumplido cinco años de la muerte del obispo de Bafia (Camerún), Jean-Marie Benoit Balla. La versión oficial de que su muerte fue un suicidio sigue sin ser aceptada por los obispos, que en su día ya denunciaron públicamente que fue víctima de un homicidio. «No se suicidó, fue brutalmente asesinado», aseveró ya el 13 de junio el arzobispo de Douala y presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Samuel Kleda. El pastor volvió a reafirmarse en su covicción en el primer aniversario del fallecimiento.

Si es así, como parece, el crimen permanece impune. Como los de tantos otros clérigos en ese país.

Un «suicidio» lleno de incongruencias

La versión oficial de la muerte del obispo Balla está llena de incongruencias. La primera y principal: cuando fue hallado flotando en las aguas del río Sanaga, el cadáver presentaba claros signos de violencia, pues tenía un brazo y una pierna rotos y los genitales mutilados. Uno de los médicos que participó en la autopsia informó extraoficialmente de que en sus pulmones no había rastro de agua, por la que muerte no se pudo producir por ahogamiento. Para rizar el rizo, el prelado, de 58 años y excelente nadador, tenía los zapatos colocados al revés: el del pie derecho en el pie izquierdo, y viceversa, lo que quiere decir que había sido desvestido.

La tesis del suicidio no se sostiene. Primero porque, como ya dijera entonces otro prelado, Cornelius Esua Fontem, arzobispo de Bamenda, «los obispos no se suicidan». Y segundo, porque si así fuera, Balla sería el primero que se quita la vida anunciando que se va a dar un baño ¡de madrugada! —«estoy en el agua», decía la nota manuscrita hallada junto a su documentación en su coche— y molestarse antes en dejar el vehículo orientado para volver a casa, en dirección contraria a la marcha que llevaba.

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Todo hace pensar, como sospecha la Iglesia, que el obispo fue asesinado, aunque se ignoren los autores y los motivos. Está acreditado que recibió de noche la llamada de una mujer y que tras ella, y pese a lo intempestivo de la hora, se puso en ruta hacia Yaundé. Nunca llegó. El coche blanco que conducía fue encontrado aparcado en plena vía, junto a un puente. Se cree que por el camino el obispo fue interceptado y torturado, y que su cadáver fue arrojado posteriormente al río; probablemente desde el aire, pues los habitantes de Tsang, una localidad cercana al lugar en el que apareció el cuerpo, a casi una veintena de kilómetros del coche, dijeron haber oído los motores de un aparato que sobrevoló la zona entre las dos y las cuatro de la madrugada.

Las autoridades tardaron mucho en comunicar a la Iglesia el resultado de la autopsia. Y cuando lo hicieron, esta no recogía nada que no permitiera apuntalar la hipótesis previa del suicidio. Aun así, y dado que se filtró a la prensa el estado en el que había aparecido el cadáver, se encargó a la Interpol un segunda análisis forense del cuerpo. Este corroboró la muerte por ahogamiento, pero no convenció a nadie, dados los persistentes rumores de que se le había practicado a otro cadáver.

La larga lista de crímenes no resueltos

El de monseñor Balla lleva camino de convertirse en uno de los muchos crímenes impunes que han tenido por víctimas a clérigos en este país. La lista es larga: el sacerdote y periodista Joseph Mbassi (25 octubre de 1988), el abogado católico Me Ngongo Ottou (30 octubre de 1988), el arzobispo emérito de la diócesis de Garoua, Yves Plumey (3 de septiembre de 1991), las religiosas francesas Germaine Marie Husband y Marie Léone Bordy (2 de agosto de 1992), el Padre Amougou (a finales de ese mismo año), el jesuita Engelbert Mveng (21 de abril de 1995), el claretiano alemán Anton Probst (24 diciembre 2003), el profesor de Teología Eric De Putter (8 de julio de 2012)… Todos estos homicidios tienen en común el no haber sido resueltos o haber sido cerrados en falso, con culpables de paja. Se sospecha que, si no todos, al menos algunos han podido ser cometidos por agentes del poder.

Monseñor Balla llevaba catorce años como obispo de Bafia, una diócesis de la provincia eclesiástica de Yaundé con unos 275.000 católicos. Dos semanas antes que él fue hallado muerto allí en su habitación el Padre Jean Armel, joven rector del seminario de Saint André, un deceso que afectó mucho al prelado. Poco después, otro sacerdote camerunés, Ndi Augustin, también aparecido muerto en su habitación en la localidad de Nguti.

En 1995, en el funeral de una de esas víctimas, el del jesuita Mbeng, el entonces nuncio en el país, el español Santos Abril, afirmó: «De todos los casos de muertes de personas de Iglesia, solo en una ocasión ha habido un poco de claridad y de justicia. (…) En los otros casos, incluso aquellos sobre los que hemos pedido información acerca de las investigaciones, jamás hemos obtenido explicaciones reales y convincentes». El hoy cardenal Abril, oriundo de Teruel, dijo también que daba la impresión de que quería «cubrir con el silencio» todas esas muertes, y que el silencio de la Iglesia no significaba que se renunciara «a nuestro derecho a pedir que se haga luz sobre cada caso, y a que se nos informe debidamente».

Visto lo visto, las cosas no han cambiado mucho. La Conferencia Episcopal interpuso en julio de 2017 una denuncia por asesinato. La investigación, si la ha habido, no ha dado frutos. El obispo Balla, que murió el 31 de mayo, no pudo recibir sepultura hasta el 3 de agosto. Fue enterrado en sagrado, en su catedral de Saint-Sébastien de Bafia. Veinticinco días después de la inhumación, su tumba, dentro del templo, fue profanada.

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