Ximena Cabezas, misionera en Chad: «Les aseguro que lo que ustedes dan, nos llega»
La religiosa chilena, uno de los rostros de este Domund 2022, lleva veinticinco años sirviendo a los pobres en la República Democrática del Congo, Camerún y Chad
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«Las Obras Misionales Pontificias (OMP) nos ayudan un montón. Les aseguro que lo que ustedes dan, nos llega». Palabra de misionera —y de misionera veterana— en este domingo 23 de octubre en el que la Iglesia celebra el Domingo Mundial de las Misiones, el célebre Domund con el lema «Seréis mis testigos».
Ximena Cabezas, la religiosa que las pronuncia, pertenece a la congregación de las Misioneras de Cristo Jesús y lleva 25 de sus 55 años en África. Su vida es un espejo de la universalidad de la misión. Nacida en 1967 en Santiago de Chile, estudió el noviciado en Bolivia, cursó teología en Zaragoza, y finalmente, en 1997, consiguió cumplir su sueño de partir para África, el más pobre y olvidado de los continentes al que ha consagrado su vida. En él, su primer destino fue la República Democrática del Congo. Luego, como sabía dibujar y se le daba bien la enseñanza, fue enviada a Camerún, donde pasó doce años dedicada sobre todo a la promoción de la mujer enseñando en talleres de confección. «Fue en la diócesis de Maroua-Mokolo, donde ahora está Boko Haram», recuerda. Finalmente, ha dado con sus huesos en el Chad, donde ya lleva otros doce años en el vicariato apostólico de Mongo.
La hermana Ximena lo tiene claro: «En África hay mucha vida, y todo lo que se nos presenta son conflictos. El pueblo africano es un pueblo de vida, la religión musulmana también es atacada por Boko Haram».
—Hermana, ¿cómo es el Chad, religiosamente hablando?
—Los musulmanes son alrededor del 60%, luego hay un 30% de fieles de la religión tradicional y el resto somos cristianos. Los cristianos están en la parte sur. Yo estoy en el centro del país, en el vicariato apostólico de Mongo, en la zona de la frontera con Sudán. El vicariato va desde Libia, por el norte, hasta Centroáfrica, por el sur; Yamena, la capital está el oeste, y Sudán, al este. En 1.460 kilómetros de diócesis hay 10 sacerdotes, contando al obispo, y 9 religiosas.
—La parte de Sudán es la del Darfur. ¿Ya estaba usted allí cuando aquellas terribles matanzas? ¿Cómo vivió eso?
—Con un poco de miedo, aunque la gente nos protege mucho. Pero no hay que ir tan atrás en el tiempo para hablar de matanzas. En enero de este año hemos tenido conflicto porque no han querido aceptar la autoridad de un sultán: mataron a unas 60 personas. Allí se vive todo muy a flor de piel.
—¿Les llegaron desplazados del Darfur?
—Sí, hay varios campos de refugiados en los que la Iglesia está presente a través de la oficina de refugiados de los Jesuitas y de Cáritas. Algunos de estos refugiados ya se han instalado, se han hecho casas de cemento. Pero hay un poco de tensión con la población local, pues esta se siente un poco desasistida. Los refugiados tienen mucha ayuda: disponen de escuelas, de sanidad… Y lo locales piensan que están tan necesitados como ellos. Nosotros, con las escuelas y los centros de salud, intentamos dar más asistencia a los locales para hacer un trabajo de conjunto. Se intenta vivir lo más armoniosamente posible. Tenemos una docena de escuelas, 54 bibliotecas… Hacemos encuentros de oración y formamos catequistas, pues hay muy pocos sacerdotes.
—¿Cuántas son ustedes en su comunidad?
—Yo me he venido por un tiempo a prestar un servicio que se me ha pedido y han quedado cinco. Nosotras estamos en Abéché; a 400 kilometros está Mongo, donde hay dos religiosas, una nigeriana y otra chadiana; y 60 km más allá hay otras dos hermanas: francesa la una, mexicana la otra.
—¿Y qué hacen ustedes exactamente?
—Tenemos una escuela materna para niños de 3 a 5 años, y tenemos proyectos de pozos y huertos con las mujeres. Las mujeres africanas, sobre todo si son musulmanas, cuando son niñas despende de su padre, cuando se casan, de su marido… siempre están dependiendo de alguien. Tienen un gran potencial de resiliencia. Nosotras, con otras mujeres y otras religiosas, hemos creado huertos para mujeres, para que tengan su autonomía económica. En Chad colabora con nosotros la ONG Ayuda Más y el ayuntamiento de Getxo: gracias a ellos hemos podido hacer cinco huertos y ocho pozos.
El mensaje de Jesús, no pude separarse de la vida diaria. O lo encontramos con los pies en la tierra, o el mensaje se nos pierde por las nubes.
—¿Atienden ustedes algún centro de salud o dispensario? ¿Están presentes en el campo de la sanidad?
—El vicariato tiene tres centros de salud, nosotros como congregación no. Las Misioneras de Cristo Jesús tenemos una maternidad en Camerún en la que ahora, y desde unos cinco años, solo hay hermanas africanas (del Congo) y una venezolana que acaba de llegar. Las españolas y la belga que había tuvieron que salir porque Boko Haram estaba raptando a sacerdotes y religiosas.
—Hermana, ahora se va a quedar un tiempo en España. ¿Tiene pensado volver a Chad más adelante?
—Por supuesto. A mí me han destinado a África, y yo voy a morir a África. Mi vida misionera será siempre en África, en los países en los que estamos presente con la Congregación: de momento Congo, Camerún y Chad… Aunque puede que pronto abramos casa en algún otro. Ya se verá.
La hermana Ximena es de lágrima fácil. Lo demostró en la presentación de la jornada de este Domund 2022. «Si me emociono —dijo a los periodistas— ya me perdonarán, porque la verdad es que me emociono mucho al hablar de Jesús y de la misión».