Papúa Nueva Guinea no olvida al Papa Francisco medio año después de su visita: "Se emocionan cuando saben que está enfermo"

El Padre Martín Prado, misionero argentino del Instituto del Verbo Encarnado, ha sido testigo directo del cariño que su comunidad en Vanimo siente por el Pontífice 

Redacción Religión

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En las profundidades de la selva de Papúa Nueva Guinea, el Padre Martín Prado, misionero argentino del Instituto del Verbo Encarnado, ha sido testigo directo del cariño que su comunidad en Vanimo siente por el Papa Francisco

“La gente lo siente como uno de los suyos”, asegura. “Se emocionan cuando saben que está enfermo, rezan por él, le escriben”. De hecho, los niños papúes han enviado cartas a Jorge Mario Bergoglio, expresando su alegría al saber que ha superado sus recientes problemas de salud y ha regresado a su residencia en Santa Marta. “Le dijeron que lo quieren, que piensan en él cuando están en la selva. Para ellos, Francisco es parte de la familia”, relata el sacerdote.

Esa conexión se consolidó durante la visita de Francisco a Papúa Nueva Guinea el pasado mes de  septiembre. Aunque breve, el paso del Sucesor de Pedro dejó una huella profunda. La gente aún guarda en el corazón su paso por Vanimo, una región olvidada del mundo, pero ahora presente en el corazón del Papa. Incluso durante su hospitalización, Francisco mantuvo la atención puesta en aquellos márgenes del mapa, como lo demuestra su decisión, tomada desde la cama del hospital, de firmar el decreto de canonización de Peter To Rot.

Peter To Rot: un mártir que inspira

La figura de Peter To Rot, catequista laico y mártir durante la ocupación japonesa en la Segunda Guerra Mundial, es un faro espiritual para los papúes. Para el Padre Martín, su canonización no es solo un acto de justicia histórica, sino también un gesto potente de inclusión de las periferias: “Francisco lo conocía bien, me dijo una vez que era un ejemplo hermoso porque fue fiel hasta el final, siendo laico, padre de familia y catequista”.

To Rot ejercía su labor evangelizadora cuando los sacerdotes estaban presos, y lo hacía con una firmeza y amor que le valieron la admiración de su pueblo y también la persecución. Su testimonio sigue inspirando a los cristianos de Baro, el pueblo que lo venera como patrón. “Nuestro fundador lo conoció y le tenía una gran devoción. Por eso quiso que nuestra comunidad estuviera dedicada a él”, señala el misionero.

La esperanza como motor misionero

Para quienes viven y sirven en lugares tan remotos como Vanimo, la esperanza no es una idea abstracta. Es una necesidad vital. Por eso, el Jubileo dedicado a esta virtud encuentra un eco profundo en la experiencia del padre Martín. “Me gusta porque nos recuerda que debemos conocer y vivir la esperanza en lo cotidiano. Es una virtud olvidada, pero necesaria”, reflexiona.

Lejos de discursos grandilocuentes, el sacerdote habla desde la experiencia: la esperanza como fuerza para seguir en medio de las dificultades, como consuelo ante el aislamiento, como confianza activa en la presencia de Dios. “No se trata solo de esperar la vida eterna, sino de vivir esperando en el día a día, sabiendo que Dios está en cada cosa”, afirma. De esa esperanza, dice, brotan la paz, la belleza y la alegría.

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