Semana Santa

La penitencia en Semana Santa, ¿cuestión de fe?

Con la llegada de la Semana Santa, numerosos cofrades se lanzan a la calle para cumplir duras penitencias que en ocasiones rozan el espectáculo

Procesión de "los picaos"

Natxo de Gamón

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Durante estos días vamos a ver a numerosos penitentes en las diferentes procesiones que van a recorrer toda nuestra geografía. Son jornadas de mucho recogimiento y de alabanza y agradecimiento. Por eso, el silencio es siempre una característica de los desfiles procesionales, pero también lo son -en algunos lugares- los duros actos de penitencia.

En la mayoría de procesiones de nuestro país, desde las grandes capitales hasta los pueblos, aparecen algunos penitentes ataviados con cadenas que les aprisionan los pies, descalzos o cargando con una cruz.

Sin embargo, las penitencias más espectaculares son las de algunas procesiones como la de “los picaos” de San Vicente de la Sonsierra, en La Rioja. Los participantes en esta procesión lo hacen descalzos, mientras se flagelan con una madeja de cuerdas de cáñamo, llegando a herirse y provocándose sangre. Además, una vez concluida la procesión, un integrante de la cofradía, empleando un utensilio con cristales puntiagudos, les pincha en doce ocasiones, una por cada apóstol.

También en Jueves Santo se celebra en Valverde de la Vera, en Extremadura, la procesión de “los empalaos”, que desfilan con el torso y los brazos envueltos en cuerda, descalzos y con un madero cargado sobre los hombros, a modo de cruz. El atuendo de los penitentes lo completa una corona de espinas sobre la cabeza. Al concluir, el "empalao" es asistido por su familia, que le realiza friegas con alcohol para recuperar la circulación en los brazos.

Aunque, quizá, las penitencias más extremas se dan en Filipinas. En el país asiático, con un 95 % de católicos, cada año se producen con motivo de la Semana Santa crucifixiones auténticas emulando la que sufrió Jesucristo. En concreto, en San Pedro Cutud, a 70 kilómetros al norte de Manila (la capital), los penitentes se flagelan la espalda con ramas de palmeras hasta hacerse sangrar y después se cuelgan de las cruces clavándose los pies y las manos. La Iglesia y las autoridades piden desde hace tiempo que dejen de realizarse estas crucifixiones reales, que han llegado a convertirse en una atracción turística que desvirtúa completamente su sentido religioso.

Y es que el Catecismo de la Iglesia, cuando habla de la penitencia, no hace referencia en ningún momento a la necesidad de un castigo físico que provoque heridas. En el punto 1434, recuerda que “la Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna”.

En el punto 1435, el Catecismo señala que “la conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia”, y concluye indicando que “tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia”.

Por lo tanto, este tipo de penitencias provienen de la tradición. El objetivo de los penitentes es compartir con Cristo el dolor que sufrió durante su Pasión, aunque en muchas ocasiones se desvirtúan hasta convertirse en representaciones violentas que poco tienen que ver con la auténtica fe católica.

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