Ejercicios espirituales, padre Bovati: comprender quiénes somos para renacer
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El primer paso es siempre presentarse, mostrando el "documento de identidad" interno. Pero para hacer esto realmente necesitamos "entender quiénes somos". Con estas claras palabras llenas de profundidad espiritual, el jesuita Pietro Bovati inició la mañana del 2 de marzo la primera meditación de los ejercicios espirituales de la Curia Romana en la Casa del Divino Maestro en Ariccia.
Por tanto, lo primero que hay que hacer en este tiempo de Cuaresma, según el padre Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, es entender "quiénes somos", yendo "al origen del prodigio de nuestro nacimiento". Y en la Sagrada Escritura -explicó el religioso- "se nos dice la verdad sobre nuestra constitución: se nos dice que fuimos hechos a imagen de Dios porque llevamos en nuestra carne algunos rasgos de Aquel que nos generó". Meditar sobre nuestro génesis -señaló- no es algo secundario o preliminar, sino que es lo que sostiene, guía y da sentido a toda nuestra existencia. Tanto es así que "meditar el cómo venimos a al mundo, en nuestra relación con Dios y con otras cosas, constituye el principio y fundamento de nuestra vida espiritual".
Los dos nacimientos
Continuando con su reflexión, el predicador propuso la actualidad de "dos nacimientos": el de Moisés, "el hombre que Dios eligió para la tarea fundacional de liberar a Israel", y el de Jesús, "el Salvador del mundo, enviado precisamente para llevar a cabo el plan de liberación de Dios".
Estas son dos "historias que meditamos como prefiguraciones e indicaciones del significado de nuestra venida personal al mundo", subrayó el padre Bovati haciendo hincapié en que "las historias de Moisés y Jesús tienen carácteres irrepetibles"; sin embargo, en ellas se revela el misterioso significado de nuestra venida al mundo: "estamos constituidos como hijos prodigiosamente donados por el amor eterno de Dios". Por otro lado, repasando la historia de Moisés, el sacerdote jesuita recordó que "La Sagrada Escritura se atreve a decir que en el vientre de cada mujer es Dios mismo quien forma el feto y le da el aliento de vida. Como si Él continuara su obra creadora en la puntualidad de cada acontecimiento histórico".
Y precisamente "esta ardiente imagen de Dios tiene el mérito de hacernos comprender que toda existencia humana es una obra querida por el Creador, siempre deseada y realizada por Él en el tiempo establecido". He aquí "una primera consideración maravillosa y vertiginosa de lo que somos: ¿cómo no reconocer en adoración y en conmovida gratitud que nací, y que estoy vivo por un proceso maravilloso que me hace decir que Dios me quiso en mi individualidad, conduciendo cada elemento hasta mi venida al mundo?
El plan de Dios: salvarnos
Y en alusión a la historia de Moisés, que escapó de la muerte cuando era niño, el predicador explicó que "nosotros también nacimos como fruto de una manifestación extraordinaria, un conjunto de causas inimaginables, pero guiadas por el plan de Dios. Y fuimos salvados. Podríamos haber muerto muchas veces, podríamos habernos perdido. Y estos son sólo los rastros, los signos de un maravilloso plan para nosotros". Sin embargo, el sacerdote jesuita advirtió que este hecho no puede ser interpretado trivialmente, creyendo que "tuvimos suerte":
"Esta experiencia debe ser leída más bien como un evento de amor, porque alguien nos salvó, sacándonos de la amenaza de muerte, del vórtice de las aguas, en algunos casos de muerte física, en otros de muerte espiritual".
Y así, en primer lugar, el creyente siente en esta consideración la manifestación del amor de Dios. Ser salvado, en otras palabras, "es la verdad permanente de mi existencia que celebramos en el signo sacramental del bautismo". Y, en segundo lugar, "el hecho de ser salvado es la experiencia de haber sido amado por personas concretas".
Por lo tanto, el predicador hizo hincapié en que durante este tiempo cuaresmal, es oportuno "sacar nuestra genealogía a través de la oración y, en ella, ver los rostros de aquellos que me amaron y ayudaron, porque en esos rostros, como signos, se manifiesta la voluntad providencial de Dios hacia mí". En última instancia, según el Padre Bovati, "como Moisés, nos salvamos porque fuimos adoptados más allá de nuestros padres: otras figuras han asumido el papel parental hacia nosotros, para hacer posible nuestro crecimiento humano y espiritual y el hecho de ser adoptados nos hace comprender la belleza de nuestra adopción filial en Cristo".
El ejemplo de José
Si en la historia de Moisés, de niño, "son sobre todo las figuras femeninas las que intervienen para mostrar la presencia activa de Dios", en la historia de Jesús es un hombre, José, el que toma este papel. Precisamente el ejemplo de José -explicó el religioso- "debe guiar nuestras decisiones" con la fuerza de su "dócil, predispuesta y humilde obediencia a la voz de Dios". Y también como "emblema de esa castidad que sabe aceptar el amor de la mujer y sabe vivir en el amor sin poseer, sin apropiarse en beneficio propio de la carne que le ha sido confiada". Además, señaló, "el amor de José, en su manifestación histórica, consiste en renunciar a los proyectos personales".
"A partir de estas consideraciones -continuó el padre Bovati-, queremos entender, contemplar con creciente admiración" que el Hijo de Dios "quiso tomar esta dimensión de hijo de hombre; y su nacimiento de carne virginal es ciertamente prodigioso, pero se nutrió de las palabras y el ejemplo de las personas que contribuyeron a su propia formación como hombre".
"También nosotros somos hijos de Dios -concluyó el predicador- pero todo se lo debemos también a aquellos que el Señor ha puesto en nuestro camino como madres y padres adoptivos que nos han ayudado a crecer como hijos del hombre y como hijos de Dios. Y esto es porque nosotros también nos convertimos en testigos para ayudar a otros a vivir de este mismo don, para reconocerlo en su propia historia", concluyó.