Treinta años de la visita de Juan Pablo II a Sevilla y al Rocío de Huelva: "¡Que todo el mundo sea rociero!”

Karol Wojtyla aterrizaba en Sevilla en junio de 1993 para clausurar el Congreso Eucarístico Internacional. Luego llegaría a Huelva para impulsar la Romería más popular de España

Treinta años de la visita de Juan Pablo II a Sevilla y al Rocío de Huelva: "¡Que todo el mundo sea rociero!”

Redacción Religión

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Este miércoles, 14 de junio, se cumplen treinta años de la visita del Papa Juan Pablo II al Rocío, lo que supuso un verdadero impulso para el mundo rociero. Muchos lo recordarán como si fuese ayer. El Santo Padre polaco acudía como un peregrino más al Rocío.

El viaje a la aldea onubense se produjo en el marco del viaje que Karol Wojtyla realizaba a Sevilla para clausurar el XLV Congreso Eucarístico Internacional, un acontecimiento que sigue vivo en la memoria de la Iglesia hispalense. Era la segunda vez que el Sucesor de Pedro polaco pisaba la capital andaluza durante su Pontificado, siendo la primera en noviembre de 1982.

Uno de los que con mayor cariño recuerda aquella visita de Juan Pablo II a Sevilla es José Manuel Martínez, al ser ordenado sacerdote por el propio Papa junto a otros 37 diáconos de la diócesis: “Recuerdo cuando Juan Pablo II nos dio el abrazo después de la ordenación y, personalmente, me dijo en ese abrazo 'hijo mío, quiere mucho a la Iglesia que es tu madre'. Recuerdo entrañablemente la voz, palabra, beso y abrazo de Juan Pablo II y desde entonces quiero llevar a buen término ese mandato expreso de amor y respeto a la Iglesia”, recordaba un emocionado José Manuel tres décadas después.

Así fue la visita de Juan Pablo II al Rocío

Miles de fieles llegados de todas partes esperaban al Pontífice a los pies del Santuario de Almonte, que hacía su llegada en helicóptero entre fuertes medidas de seguridad. Fue recibido dos veces, en el mismo helipuerto y a las puertas del Santuario por el capellán del mismo, el alcalde de Almonte y por el hermano mayor de la hermandad Matriz de Almonte.

Juan Pablo II pisó las arenas del Rocío entre aplausos y vítores: “¡Viva la Virgen del Rocío!”, “¡Viva la Blanca Paloma!”,“¡Viva el Papa rociero!”... Muchísima expectación para acoger a su Santidad, que saludó a todas las autoridades que lo esperaban a las puertas del Santuario. Posteriormente, se postró a los pies de María Santísima del Rocío durante varios minutos, donde los numerosos fieles lo acompañaron en silencio.

Poco después, acompañado por el obispo de Huelva, Rafael Conzález Moralejo, salió al balcón del santuario erigido expresamente para dicho acto en una esquina del Santuario. Los aplausos y las palmas al compás rompieron el silencio que se mantuvo durante la oración.

Posteriormente llegaba el momento más esperado, las palabras de su Santidad a los miles de rocieros que se congregaban en la explanada con un discurso que comenzaba así: “Es para mí motivo de honda alegría y de acción gracias culminar mi visita apostólica a la diócesis de Huelva peregrinando a estas marismas en las que la Madre de Dios recibe, en la romería de Pentecostés e incesantemente durante todo el año, el vibrante homenaje de devoción de sus hijos de Andalucía y de muchos otros lugares de España. A esa multitud incontable de romeros, he querido reunirme hoy, ante esta bellísima imagen de la Virgen, para venerar a nuestra Madre del cielo”.

Juan Pablo II continuaba su alocución aludiendo a la felicidad que sentía de estar en el Rocío: “Queridas hermanas y hermanos rocieros, me siento feliz de estar con vosotros en esta hermosa tarde, aquí, en este paraje bellísimo de Almonte y ante este bendito Santuario, en el que acabo de orar por la Iglesia y por el mundo antes de bendeciros, alabemos juntos a María: ¡Viva la Virgen del Rocío!, ¡viva la Blanca Paloma!, ¡que viva la madre de Dios!“.

Ante la interrupción varias veces de su discurso por los aplausos, el Santo Padre decía: “Se ve que lo decís de verdad, se ve con este aplauso. ¡Que todo el mundo sea rociero!”, dejando así para la historia del Rocío una frase que tan hondo caló en el corazón de los rocieros que pronto se fundarían hermandades y asociaciones fuera de nuestro país.