El Papa Francisco pide que “no nos olvidemos de los pobres”

La basílica de San Pedro en el Vaticano ha acogido este domingo la eucaristía presidida por el Papa de la VIII edición de la Jornada Mundial de los Pobres, y a mediodía almorzará con 1.300 personas necesitadas

EFE


Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Este domingo 17 de noviembre, el Papa Francisco ha presidido la Santa Misa con motivo de la VIII Jornada Mundial de los Pobres en la basílica de San Pedro en el Vaticano, y ha pedido a Iglesia, Estados y organismos internacionales a no olvidarse de los pobres, y apeló a los fieles a ir más allá de la pobreza global y a comprometerse "para mejorar la realidad" de su alrededor. 

Una celebración que tiene lugar dentro de una semana intensa con oportunidades en el entorno del Vaticano para los más necesitados. En concreto, este mediodía, tras presidir la misa, el Pontífice compartirá junto a 1.300 personas necesitadas en el Aula Pablo VI un almuerzo, ofrecido este año por la Cruz Roja italiana. Estos días también se instaló una clínica móvil en la plaza de San Pedro que ofrece asistencia sanitaria y vacunas gratuitamente a los necesitados

Un futuro cada vez más incierto

En la homilía el Santo Padre destacó el “anuncio de esperanza” que hace Jesús en el evangelio del día al anunciar que “en la hora de la oscuridad y la desolación, justo en el momento en que todo parece derrumbarse, Dios viene, Dios se hace cercano, Dios nos reúne para salvarnos” aunque sea en mitad de la “angustia”. Esta, para Francisco es “un sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto”.

“También hoy vemos el sol oscurecerse y la luna apagarse, vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas, vemos los horrores de la guerra y las muertes inocentes. Frente a esta realidad, corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia”, alertó el pontífice. "Nos dejamos llevar por la inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que 'el mundo es así' y 'no hay nada que yo pueda hacer'", ante lo que "incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad".

Todo ello, destacó el Papa Francisco, “mientras una parte del mundo está condenada a vivir en los sectores marginales de la historia, al tiempo que crecen las desigualdades y la economía castiga a los más débiles, mientras la sociedad se consagra a la idolatría del dinero, sucede que los pobres y los excluidos no pueden hacer otra cosa que continuar esperando”.

“No es solo tirar una moneda en las manos de un mendigo, hay que tocar sus manos y mirar a sus ojos”

Ante este panorama, destacó Francisco, Jesús “enciende la esperanza. Nos abre completamente el horizonte, alargando nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos abandona, que actúa para nuestra salvación” ya que “el poder de su resurrección destrozará las cadenas de la muerte, la vida eterna de Dios surgirá desde la oscuridad del sepulcro y un mundo nuevo nacerá de los escombros de una historia herida por el mal”. “No es solo tirar una moneda en las manos de un mendigo, hay que tocar sus manos y mirar a sus ojos”, reivindicó el Papa.

Para el Pontífice, “nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra historia terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca”. “Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado”, reclamó. 

“Es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”, añadió ya que “la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, de una fe que opere en la caridad, de cristianos que no se hagan los desentendidos”, una fe que es “mística de ojos abiertos” como decía el teólogo J-B. Metz. 

No debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos social y políticamente para mejorar la realidad que nos rodea”, dijo Francisco. A esto, añadió, “podría parecernos poca cosa, pero nuestro poco será como las primeras hojas que brotan de la higuera, una anticipación del verano que se acerca”. “Lo digo a la Iglesia, lo digo a los gobiernos de los Estados y a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres”, concluyó.