El Papa en la Audiencia: "La resurrección de Cristo quita la tristeza como la piedra del sepulcro"
El Santo Padre ha reflexionado en su catequesis sobre la tristeza, entendida como un abatimiento del alma, una aflicción constante que impide la alegría
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Como cada miércoles, El Santo Padre ha expuesto en el aula de Pablo VI su catequesis y no ha querido dejar pasar esta oportunidad para señalar que: “Hay en efecto una tristeza que es propia de la vida cristiana y que con la gracia de Dios se transforma en alegría: ésta, por supuesto, no puede rechazarse y forma parte del camino de conversión". Ha recalcado que “hay también un segundo tipo de tristeza, que se insinúa en el alma y que la hace caer en u estado de abatimiento: es este segundo tipo de tristeza el que hay que combatir resueltamente y con todas las fuerzas, porque procede del Maligno. Ha nombrado también a San Pablo, quien en la carta a los Corintios dice lo siguiente: “Esa tristeza, de Dios, produce un arrepentimiento que lleva a la salvación y no se debe lamentar; en cambio, la tristeza del mundo produce la muerte"
"Hay una segunda tristeza, que es una enfermedad del alma"
El Pontífice añadió que “hay una segunda tristeza, que es una enfermedad del alma”. Surge en el corazón humano cuando se desvanece un deseo o una esperanza. Aquí podemos referirnos al relato de los discípulos de Emaús, en el Evangelio de Lucas. Aquellos dos discípulos salen de Jerusalén con el corazón desilusionado, y se confían al forastero, que en cierto modo los acompaña: “Nosotros esperábamos que fuera él – o sea Jesús – quien librara a Israel. La dinámica de la tristeza está ligada a la experiencia de la pérdida". En el corazón del ser humano nacen esperanzas que a veces se ven defraudadas. Puede tratarse del deseo de poseer algo que no se puede conseguir; pero también de algo importante, como la pérdida de un afecto. Cuando esto sucede, es como si el corazón del ser humano cayera en un precipicio, y los sentimientos que experimenta son desánimo, debilidad de espíritu, depresión, angustia. Todos pasamos por pruebas que nos generan tristeza, porque la vida nos hace concebir sueños que luego se hacen añicos. En esta situación, algunos, tras un tiempo de agitación, se apoyan en al esperanza; pero otros se revuelcan en la melancolía, dejando que ésta se infeste gangrenandose en sus corazones. La tristeza es el placer del no- placer.
El monje Evagrio cuenta que todos los vicios persiguen el placer, por efímero que sea, mientras que la tristeza disfruta de lo contrario: adormecerse en una tristeza sin fin. Ciertas tristezas prolongadas, en las que una persona sigue engrandeciendo el vacío de quien ya no está, no son propias de la vida en el Espíritu. Ciertas amarguras resentidas, en las que una persona tiene siempre en mente una reivindicación que le hace adoptar el disfraz de víctima, no producen en nosotros una vida sana, y menos aún cristiana. Hay algo en el pasado de todos que necesita ser sanado. La tristeza, de ser una emoción natural, puede converetirse en un estado de ánimo maligno.
"Es un demonio astuto, el de la tristeza"
Para finalizar, el Santo Padre añadía que: “Es un demonio astuto, el de la tristeza. Los padres del desierto la describían como un gusano del corazón, que erosiona y vacía a quien la alberga. Pero se puede combatir fácilmente custodiando el pensamiento de la resurreción de Cristo. Por muy llena que esté la vida de contradicciones, de deseos vencidos, de sueños no realizados, de amistades perdidas, gracias a la resurrección de Jesús podemos creer que todo se salvará. Jesús ha resucitado no sólo por sí mismo, sino también por nosotros, para redimir toda la felicidad que ha quedado insatisfecha en nuestras vidas. La fe echa fuera el miedo. Y la resurrección de Cristo quita la tristeza como la piedra del sepulcro".