El Papa Francisco: "La Resurrección cambia nuestras vidas por completo y para siempre"

El rezo del Ángelus durante la Pascua se conoce con el nombre de 'Regina Coeli' y se trata de la felicitación que se le realiza a la Virgen María por la resurrección de Jesús

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El Papa Francisco ha pedido el don de la paz para "las personas extenuadas por la guerra, por el hambre, por toda forma de opresión", en un llamamiento tras el rezo del ángelus del Lunes de Pascua en la plaza de San Pedro desde la ventana del palacio apostólico.Francisco agradeció todos los mensajes de cercanía y oraciones que le han llegado en esta Semana Santa y pidió "que el don de la paz del Señor resucitado" llegue a todos y especialmente, agregó, "donde más se necesita, a las personas extenuadas por la guerra, por el hambre, por toda forma de opresión".

"No renunciemos a la alegría de la Pascua"

En el mensaje de Pascua de este domingo, leído desde la logia central de la basílica de San Pedro, Francisco pidió un alto el fuego inmediato en Gaza, y también pidió el acceso a las ayudas y la liberación de los rehenes.

También instó a un intercambio de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania y advirtió de la necesidad de detener los "vientos de guerra" que soplan sobre Europa y el Mediterráneo.

Con el rezo del ángelus, en el que se felicita a María por la resurrección de su hijo Jesucristo, han concluido los ritos de la Semana Santa del papa Francisco, que renunció a presidir el vía crucis en el Coliseo de Roma para salvaguardar su salud , pero que ha asistido en buena forma y leyendo las homilías preparadas al resto de celebraciones.

En el ángelus de este lunes, el papa afirmó que la resurrección de Jesús "nos dice que no temamos, no tengamos miedo, no nos hundamos en una vida sin esperanza, no renunciemos a la alegría de la Pascua".

Lee aquí el texto completo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, lunes de la Octava de Pascua, el Evangelio (cf. Mt 28,8-15) nos muestra la alegría de las mujeres por la resurrección de Jesús: ellas, dice el texto, salieron del sepulcro con "gran alegría" y "corrieron a contarlo a sus discípulos" (v. 8). Esta alegría, nacida del encuentro vivo con el Resucitado, es una emoción desbordante, que las impulsa a difundir y contar lo que han visto.

Compartir la alegría es una experiencia maravillosa, que aprendemos desde muy pequeños: pensemos en un niño que saca una buena nota en la escuela y no ve la hora de enseñársela a sus padres, o en un joven que logra su primer éxito deportivo, o en una familia en la que nace un niño. Intentemos recordar, cada uno de nosotros, un momento tan feliz que incluso nos costó expresarlo con palabras, ¡pero que quisimos contar enseguida a todos!

Aquí, las mujeres, en la mañana de Pascua, experimentan esto, pero de una manera mucho mayor.

¿Por qué? Porque la resurrección de Jesús no es sólo una noticia maravillosa o el final feliz de una historia, sino algo que cambia nuestras vidas por completo y para siempre. Es la victoria de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el desaliento. Jesús ha atravesado la oscuridad de la tumba y vive para siempre: su presencia puede llenarlo todo de luz. Con Él cada día se convierte en la etapa de un viaje eterno, cada "hoy" puede esperar un "mañana", cada final un nuevo comienzo, cada instante se proyecta más allá de los límites del tiempo, hacia la eternidad.

Hermanos, hermanas, la alegría de la Resurrección no es algo lejano. Está muy cerca, es nuestra, porque nos fue dada el día de nuestro Bautismo. Desde entonces, también nosotros, como las mujeres, podemos encontrar al Resucitado y Él, como ellas, nos dice: "¡No temáis!" (v 10). Y si Jesús, vencedor del pecado, del miedo y de la muerte, nos dice que no temamos, no tengamos miedo, no nos hundamos en una vida sin esperanza, no renunciemos a la alegría de la Pascua. Al contrario, alimentemos la alegría de Jesús, que es el motor de la vida.

Pero, ¿cómo alimentar esta alegría? Como hicieron las mujeres: encontrando al Resucitado, porque Él es la fuente de una alegría que nunca se agota. Apresurémonos, pues, a buscarlo en la Eucaristía, en su perdón, en la oración y en la caridad vivida. Y no olvidemos que la alegría de Jesús crece también de otra manera, como demuestran siempre las mujeres: anunciándola, dando testimonio de ella. Porque la alegría, cuando se comparte, aumenta.

La Virgen María, que en Pascua se alegró de su Hijo resucitado, nos ayude a ser sus testigos gozosos.