Francisco, en su última catequesis sobre la vejez: "Después de la muerte nacemos en el cielo"

Asegura que en la vejez se hace más intensa la importancia de detalles como una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora

Audiencia general del papa el 24 de agosto

Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Este miércoles ha concluido el ciclo de catequesis que el Papa Francisco ha dedicado a la vejez. Así ha recordado que después de la muerte nacemos en el cielo, el espacio de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva tierra y se va construyendo el hogar definitivo del hombre.

“Lo mejor de la vida está por verse” y hay que esperar “esa plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame”. Inspirado en la reciente celebración de la Asunción de la Virgen María al cielo, el Pontífice ha reflexionado sobre la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros, anticipa nuestro destino de resurrección.

“En el acto divino de la reunificación de María con Cristo resucitado no transciende simplemente la normal corrupción corporal de la muerte humana, sino que se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. Se anticipa el destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos y hermanas”.

Audiencia general del papa el 24 de agosto

El nacimiento en el cielo

Francisco ha recordado que Jesús resucitado fue el primero que resucitó y que “luego iremos nosotros” porque nuestro destino es resucitar. Como le dice Jesús a Nicodemo –explicó el Papa– es como volver a nacer: “Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo”. Un nacimiento, añade el Pontífice, en el que “somos siempre nosotros, los que hemos caminado sobre la tierra”, como Jesús Resucitado que no perdió su humanidad, su vivencia ni su corporeidad.

“¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde la memoria, no abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra” (…) Y Él vendrá, no sólo vendrá al final por todos, vendrá cada vez por cada uno de nosotros. Él vendrá a buscarnos para llevarnos a Él. En este sentido la muerte es un poco el escalón para el encuentro con Jesús que me espera para llevarme a Él”.

Un sitio para todos

El Papa ha indicado que “el Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre”. Un Reino de Dios, ha señalado el Santo Padre, que el mismo Jesús describe como un banquete de bodas, como una fiesta con los amigos, como un trabajo bien hecho o una buena cosecha. De allí su invitación, especialmente, a los ancianos, sus “coetáneos”, a ponerse en sintonía con ese destino.

Luz para los demás

“En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, la importancia de tantos ‘detalles’ de los que se constituye la vida - una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel - se hace más intensa. Lo esencial de la vida, al que en las cercanías de nuestra despedida nos damos más importancia, nos parece definitivamente claro”, ha asegura el Pontífice. Por ello su invitación a transmitir esa sabiduría a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a toda la comunidad a ser “luz para los demás”

“Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor, pero nacerá y la vida del cuerpo resucitado será cien y mil veces más viva que la que probamos en esta tierra”.

Lo mejor de la vida está por verse

Francisco ha insistido al final de su catequesis que la espera de esa otra vida, debe ser palpitante, estremecedora, no una espera “anestesiada” o “aburrida” y, aunque “pasar por esa puerta da un poco de miedo, siempre está la mano de Dios que te hace avanzar.

“Sí, queridos hermanos y hermanas, sobre todo vosotros, los ancianos, lo mejor de la vida está por verse. Esperemos, esperemos esa plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame”.

Texto completo de la audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el cumplimiento de la gracia que ha plasmado el destino de María y que también ilumina nuestro destino.

Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo quisiera concluir el ciclo de las catequesis sobre la vejez. En occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta por una luz gloriosa; en oriente se representa tumbada, durmiente, rodeada por los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la lleva entre las manos como si fuera una niña.

La teología ha reflexionado siempre sobre la relación de esta singular "asunción" con la muerte, que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros. En el acto divino de la reunificación de María con Cristo resucitado no transciende simplemente la normal corrupción corporal de la muerte humana, sino se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. En efecto, se anticipa el destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos y hermanas.

Podríamos decir – siguiendo la palabra de Jesús a Nicodemo – que es como volver a nacer (cf. Jn 3, 3-8). Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo. No por casualidad el Apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, habla de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Como, recién salidos del seno de nuestra madre, somos siempre nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos en el cielo, en el espacio de Dios, y somos siempre nosotros los que hemos caminado sobre esta tierra. Análogamente a lo que le sucedió a Jesús: el Resucitado es siempre Jesús: no pierde su humanidad, su vivencia, ni siquiera su corporeidad, porque sin ella ya no sería Él.

Nos lo dice la experiencia de los discípulos, a quienes Él aparece durante cuarenta días tras su resurrección. El Señor muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son las fealdades del envilecimiento sufrido dolorosamente, ya son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde la memoria, no abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. A sus amigos les prometió: «Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14,3).

El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre. Nosotros no podemos imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que ella mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios. Nos permitirá participar, con sublime emoción, a la exuberancia infinita y feliz del acto creador de Dios, del que viviremos en primera persona todas las aventuras interminables.

nuestros programas

ECCLESIA ALVARO SAEZ

Ecclesia

Con Álvaro Sáez

Domingos a las 13:00h