El Papa, en la Audiencia General: "Debemos saber llevar nuestras cruces cotidianas con esperanza"

Francisco ha reflexionado este miércoles sobre la figura de santa Catalina Tekakwitha, la primera nativa norteamericana en ser canonizada: "Cumplió su vocación con sencillez"

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Redacción Religión

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El Papa Francisco ha presidido como cada miércoles la Audiencia General en el Aula Pablo VI y ha continuado sus catequesis sobre los “testigos ejemplares de celo apostólico”. Este miércoles el Santo Padre ha dedicado su catequesis a santa Catalina Tekakwitha, la primera mujer nativa de Norteamérica que fue canonizada

Hija de un jefe mohawk no bautizado, su madre le enseñó a rezar y a cantar himnos a Dios: “Muchos de nosotros también fuimos presentados al Señor por primera vez en el ámbito familiar, sobre todo por nuestras madres y abuelas. La evangelización comienza a menudo así: con gestos sencillos, pequeños, como los padres, que ayudan a sus hijos a aprender a hablar con Dios en la oración y les hablan a ellos de su amor grande y misericordioso”.

Durante la Audiencia General, Francisco ha recordado la vida de santa Catalina Tekakwitha. Tanto sus padres como su hermano menor murieron a causa de una grave epidemia de viruela que azotó su pueblo y ella misma quedó con cicatrices en su rostro y problemas de visión. Tuvo que enfrentarse a muchas dificultades en su vida: incomprensiones, persecuciones e incluso amenazas de muerte tras su bautismo en 1676.

“Todo esto hizo que Catalina sintiera un gran amor por la cruz, signo definitivo del amor de Cristo, que se entregó hasta el final por nosotros. En efecto, el testimonio del Evangelio no consiste solo en lo que es agradable; también debemos saber llevar nuestras cruces cotidianas con paciencia, con confianza y esperanza”, ha subrayado Francisco.

El testimonio de fe de Catalina Tekakwitha “nos muestra que todo desafío puede superarse si abrimos nuestro corazón a Jesús, que nos concede la gracia necesaria para continuar por el camino de la vida cristiana con fidelidad y perseverancia”.

Esta santa tuvo que refugiarse entre los mohawks en la misión jesuita cercana a la ciudad de Montreal: allí asistía a Misa todas las mañanas, dedicaba tiempo a la adoración ante el Santísimo Sacramento, rezaba el Rosario y llevaba una vida de penitencia. Al mismo tiempo, enseñaba a rezar a los niños de la Misión y, mediante el cumplimiento constante de sus responsabilidades, incluido el cuidado de los enfermos y de los ancianos, ofreció un ejemplo de servicio humilde y amoroso a Dios y al prójimo.

Santa Catalina se entregó totalmente al Señor haciendo el voto de virginidad perpetua en 1679: “Por supuesto, no todos están llamados a hacer el mismo voto de Catalina; sin embargo, todo cristiano está llamado a comprometerse diariamente con corazón indiviso en la vocación y en la misión que Dios le ha confiado, sirviendo a Él y al prójimo con espíritu de caridad”.

“En Catalina Tekakwitha, por tanto, encontramos a una mujer que dio testimonio del Evangelio, no tanto con grandes obras, porque nunca fundó una comunidad religiosa ni ninguna institución educativa o caritativa, sino con la alegría silenciosa y la libertad de una vida abierta al Señor y a los demás”, ha afirmado el Papa.

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