El Papa, en Pentecostés: "El Espíritu nos enseña que la Iglesia sea una casa acogedora sin muros divisorios"
El Pontífice ha centrado su homilía este Domingo en las tres enseñanzas del Espíritu: por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar
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Este Domingo, aunque estaba previsto que el Papa Francisco presidiera la Eucaristía en la solemnidad de Pentecostés, no lo ha hecho. Debido a sus problemas en la rodilla, el Papa permaneció delante del altar en en la Basílica de San Pedro y ha leído la homilía. En ella se ha centrado en las tres enseñanzas del Espíritu: por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar. A raíz del Evangelio de este domingo 5 de junio, el Pontífice ha destacado que “Dios no quiere convertirnos en enciclopedias o en eruditos. No. Es una cuestión de calidad, de perspectiva. El Espíritu nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús. Yo lo diría de esta manera: en el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar”.
Por dónde empezar
Para Francisco, el Espíritu nos recuerda que el centro es el amor, que no procede del cumplimiento, el talento y la religiosidad: “El Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, sino que es un don suyo. El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar. Él es el “motor” de nuestra vida espiritual”.
Además, ha invitado a alimentar la memoria espiritual de lo que Dios ha hecho en cada uno. Porque el Espíritu es la memoria de Dios, “que enciende y reaviva el amor de Dios en nuestro corazón”. Al recordar la experiencia de perdón, se reaviva la presencia y nos sentimos “llenos de su paz, de su libertad y de su consolación”.
Por eso, el Papa pide recordar el bien, no lo que va mal, los fracases y deficiencias: “Él, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar esas heridas que te queman por dentro. Él nos enseña a no suprimir los recuerdos de las personas y de las situaciones que nos han hecho mal, sino a dejarlos habitar por su presencia”. Entonces, en su homilía ha destacado que el Espíritu sana los recuerdos, “dándole importancia a lo que cuenta, es decir, el recuerdo del amor de Dios y su mirada sobre nosotros. De este modo pone orden en la vida; nos enseña a acogernos, a perdonarnos a nosotros mismos y a reconciliarnos con el pasado. A volver a empezar”.
Qué camino
Frente a las encrucijadas de la vida el Espíritu sugiere “el mejor camino a recorrer”. De ahí la importancia de saber discernir su voz de la del espíritu del mal, siguiendo el lenguaje de san Ignacio de Loyola. Ante esto, el Papa ha recordado que “la amargura, el pesimismo y los pensamientos tristes se agitan dentro de ti, es bueno saber que eso nunca viene del Espíritu Santo, sino que viene del mal, que se siente cómodo en la negatividad y usa a menudo esta estrategia: alimenta la impaciencia, el victimismo, hace sentir la necesidad de autocompadecernos y de reaccionar a los problemas criticando, y echando toda la culpa a los demás. Nos vuelve nerviosos, desconfiados y quejosos”.
Sin embargo, “el Espíritu Santo nos invita a no perder nunca la confianza y a volver a empezar siempre, haciendo que tomemos la iniciativa, sin esperar que sea otro el que comience. Y luego, llevando esperanza y alegría a quienes encontremos, no quejas; no envidiando nunca a los demás, sino alegrándonos por sus éxitos”.
Además, dejando claro que el Espíritu no es idealista, Francisco ha expresado que el Paráclito “quiere que nos concentremos en el aquí y ahora, porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia”. Sin embargo, el mal espíritu “ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado”. Así, el Espíritu Santo lo que hace es llevar a las personas a “amar el aquí y el ahora, no un mundo ideal, ni una Iglesia ideal, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez. ¡Qué diferencia con el maligno, que fomenta las cosas dichas a las espaldas, las habladurías y los chismorreos!".
Cómo caminar
Recordando que los discípulos estaban encerrados en el cenáculo y que el Espíritu les hizo salir, ha expresado que “en cada época, el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad; siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto, sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios, una casa acogedora sin muros divisorios”.
Por el contrario, el mal espíritu presiona para “que nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias nacionales y de grupo. El Espíritu Santo no. Él nos invita a olvidarnos de nosotros mismos y a abrirnos a todos. Y así rejuvenece a la Iglesia”.
Por último, ha invitado a poner atención en que es el Espíritu quien rejuvenece, no las personas: “Porque la Iglesia no se programa, y los proyectos de renovación no bastan. El Espíritu nos libera de obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos, los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo”.