El megáfono

El megáfono hay que sujetarlo con firmeza, profesionalidad y una buena dosis de prudencia

Rodrigo Pinedo Texidor

Publicado el - Actualizado

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Mil palabras valen mucho, pero a veces un silencio puede valer mucho más. Para bien y para mal. No siempre es fácil entenderlo porque no hay una receta mágica: en cada momento conviene medir lo que se dice y cómo se dice, o incluso si no se dice.

Si te han nombrado encargado del megáfono, esta recomendación torna en obligación. Desde la lealtad a quien te lo ha dado, hay que sujetarlo con firmeza, profesionalidad y una buena dosis de prudencia. Para que no te lo quite nadie por detrás y acabe colando su discurso, pero también para que no se lo lleve por delante ningún huracán.

A veces no es fácil verse en el ruedo, aunque quizá nadie dijo que lo fuera. Puede generar cierta frustración oír gritos por todos lados y sentir que, en medio del ruido, en medio de los reproches de una y otra trinchera, tu voz queda diluida. Y por eso hay que pararse, recapacitar, valorar qué se quiere contar, qué se está contando y qué se dice que cuentas; sin perder de referencia que tú solo sostienes el megáfono y que, al final, hablas en nombre de otros, por Otro.

Son un ejemplo aquellos que, desde la confianza absoluta, aceptaron cargar el megáfono y lo usan como en conciencia creen que deben usarlo. También son un ejemplo aquellos que asumen que, en esa tarea, son circunstanciales. Desde la confianza absoluta.

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