Un brillo inconfundible de victoria

José Luis Restán analiza la actualidad religiosa en esta crisis del coronavirus

ctv-rwr-cq5damthumbnailcropped750422

José Luis Restán

Publicado el

2 min lectura

Hace una semana contemplábamos al Papa sólo y vulnerable bajo la lluvia, inclinado ante el crucifijo en la plaza de San Pedro. Era la imagen de una humanidad herida pero no derrotada. Desde aquel lugar que narra la fe pétrea del apóstol Pedro, que ha desafiado invasiones y pestes a lo largo de la historia, Francisco proclamaba que “con Dios la vida nunca muere” y recordaba que la fe nos permite entrar en las contrariedades y penalidades de esta hora con una creatividad y un empuje que no vienen de nuestras meras fuerzas humanas. Esa es la experiencia que millones de personas, con todas sus debilidades a cuestas, están haciendo estos días, mostrando una fe que obra por la caridad.

En medio de las limitaciones y peligros que impone la pandemia, las Cáritas de todo el mundo trabajan a pleno pulmón, reinventándose para seguir sosteniendo a los más vulnerables. También hemos visto a los capellanes en los hospitales, ofreciendo una llama de esperanza a los enfermos y al personal sanitario extenuado, y a las monjas de clausura cosiendo mascarillas en medio de su tiempo de oración, que es como la respiración del mundo. Las iniciativas de las diócesis son inagotables para acompañar a las familias, y para estar cerca de los más descartados: presos, personas sin hogar, ancianos solos…

Muchas instalaciones eclesiásticas se han puesto a disposición de las autoridades, e incluso se han creado fondos de solidaridad para parados y pequeñas empresas en riesgo. Y no olvidemos a nuestros misioneros en los cinco continentes, testigos que no huyen cuando llega el azote de la pandemia en medio de condiciones inimaginables. Es el brillo inconfundible de la Pascua que ilumina la oscuridad de esta hora.

Esta Semana Santa ayunaremos de muchas cosas hermosas y necesarias. Sin embargo tenemos la oportunidad de ir al fondo de esa fe rocosa que la Iglesia custodia y comunica aun a través de la fragilidad de sus hijos. Una fe que nos ayuda a reconocer y cuidar nuestra común pertenencia, que nos empuja a cuidar de nuestros hermanos.