La Segunda Comunión

La “segunda Comunión” es la que viene después de la Primera Comunión. Pura matemática. Muchos no la hacen... y tenemos un problema

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Txomin Pérez

Publicado el - Actualizado

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Mes de mayo. Mes de María. Viviendo la Pascua. Y en plena temporada de “primeras comuniones”.

Miles son los niños y niñas que toman la Comunión por primera vez durante estos fines de semana. Y esto es motivo de alegría plena. Para ellos, los protagonistas, en primer lugar… pero también para sus familias, sus catequistas, sus comunidades parroquiales o educativas, y para toda la Iglesia.

Para todos ellos ha sido el momento culminante de un proceso de preparación que ha podido durar años. Reuniones semanales para hacer grupo, para sentirse pequeña comunidad, para conocer mejor a Jesús, para conocer más a la Iglesia, para aprender cómo queremos vivir los cristianos… para poner todo esto en práctica. Y para llegar al gran día.

No me voy a detener mucho en los “clásicos”… que si de tan vestidos que van parecen bodas en pequeño, que si el gasto muchas veces es excesivo, que si hay muchas cosas que despistan de lo importante. Todo eso está ahí… y que sea así… es más responsabilidad de los mayores que de los pequeños.

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de estos pequeños es más consciente de lo que hacen al tomar la Primera Comunión… que lo que nos creemos los mayores. Saben -con sus “razonamientos” de ocho años- que encontrarse con su AMIGO JESÚS por primera vez es algo muy importante. Y, a pesar de los ruidos, muchos viven el momento con la relevancia que tiene. Y quieren seguir haciéndolo.

Ahora bien… pasada la “primera”… me trae loco la “Segunda Comunión”. La que muchos no hacen nunca. Que lleva a la tercera, a la cuarta, a la quinta... Y esto es una tragedia. Imaginen: estar esperando durante dos años que llegue el día de jugar con un gran amigo… y no volver a hacerlo nunca.

Causas habrá miles… casi tantas como niños, casi tantas como familias, casi tantas como comunidades parroquiales. Pero tenemos que hacérnoslo mirar.

Las familias tendrán -tendremos- que dar una vuelta a si la vivencia de la fe de nuestros hijos es importante o no, más allá de cumplir con el “rito” -a veces más social que eclesial- de la Primera Comunión. Porque si consideramos que es importante… habrá que cuidarlo, mimarlo y hacerlo crecer. Y si consideramos que no es importante… habremos “tomado el pelo” a nuestros hijos. Y, ustedes mismos… llámenlo como quieran.

Las comunidades parroquiales -la Iglesia entera- tendrán que dar una vuelta a qué ofrecen a estos niños. A qué hacen con estos niños. Que no puede ser tenerlos, más o menos “entretenidos”, en procesos de postcomunión hasta que comiencen a prepararse para otro Sacramento… el de la Confirmación.

En el reciente Sínodo, los jóvenes clamaban por ser protagonistas… en la Iglesia y en el mundo. Lo que me vale para los jóvenes me vale para los niños. Todo el esfuerzo que hagamos para que lo sean… respetando su edad, partiendo de sus centros de interés, hablando su idioma, siendo creativos, rezumando alegría… no caerá en saco roto. Y seguramente el futuro será mejor que el presente.