AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES, 31 DE MAYO DE 2017
Francisco invita a esperar al Espíritu junto a María
Miles de peregrinos han acudido desde primeras horas de la mañana a la Plaza de San pedro, en Roma, para escuchar la catequesis del papa Francisco en este miércoles de la VII Semana del Tiempo de pascua, después de La Ascensión del Señor y a la espera de la Venida del espíritu Santo el próximo domingo en la Solemnidad de Pentecostés. Con ella culminará la Pascuas. En este miércoles31 de mayo y Fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima Isabel, el Pontífice se ha referido al Espíritu Santo durante su alocución:
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ante la inminencia de la Solemnidad de Pentecostés no podemos no hablar de la relación que existe entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo. El Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y convertirnos en un pueblo “sedentario”.
La Carta a los Hebreos compara la esperanza con un ancla (Cfr. 6,18-19); y a esta imagen podemos agregar aquella de la vela. Si el ancla es lo que da seguridad a la barca y la tiene “anclada” entre el oleaje del mar, la vela en cambio es la que la hace caminar y avanzar sobre las aguas. La esperanza es de verdad como una vela; esa recoge el viento del Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja la nave, según sea el caso, al mar o a la orilla.
El Apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo, escuchen bien, escuchen bien qué bonito deseo: «Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo» (15,13). Reflexionemos un poco sobre el contenido de esta bellísima palabra.
La expresión “Dios de la esperanza” no quiere decir solamente que Dios es el objeto de nuestra esperanza, es decir, a Quien esperamos alcanzar un día en la vida eterna; quiere decir también que Dios es Quien ya ahora nos hace esperar, es más, nos hace «alegres en la esperanza» (Rom 12,12): alegres de esperar, y no solo esperar ser felices. Es la alegría de esperar y no esperar de tener la alegría. Hoy. “Mientras haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.
San Pablo – hemos escuchado – atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso “sobreabundar en la esperanza”. Abundar en la esperanza significa no desanimarse jamás; significa esperar «contra toda esperanza» (Rom 4,18), es decir, esperar incluso cuando disminuye todo motivo humano para esperar, como fue para Abraham cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo, Isaac, y como fue, aún más, para la Virgen María bajo la cruz de Jesús.
El Espíritu Santo hace posible esta esperanza invencible dándonos el testimonio interior que somos hijos de Dios y sus herederos (Cfr. Rom 8,16). ¿Cómo podría Aquel que nos ha dado a su propio Hijo único no darnos toda cosa con Él? (Cfr. Rom 8,32). «La esperanza – hermanos y hermanas – no defrauda: la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Por esto no defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro que nos impulsa a ir adelante, siempre adelante. Y por esto la esperanza no defrauda.
Hay más: el Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros – como Él y gracias a Él – los “paráclitos”, es decir, consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amargura, puede sembrar perplejidad, y esto no es cristiano, y tú, si haces esto, no eres un buen cristiano. Siembra esperanza: siembra el bálsamo de esperanza, siembre el perfume de esperanza y no vinagre de amargura y de des-esperanza. El Beato Cardenal Newman, en uno de sus discursos, decía a los fieles: «Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por el mismo dolor, es más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón ejercitados a toda obra de amor hacia aquellos que tienen necesidad. Seremos, según nuestra capacidad, consoladores a imagen del Paráclito – es decir, del Espíritu Santo – y en todos los sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes, dispensadores de consolación. Nuestras palabras y nuestros consejos, nuestro modo de actuar, nuestra voz, nuestra mirada, serán gentiles y tranquilizantes» (Parochial and plain Sermons, vol. V, Londra 1870, pp. 300s.). Son sobre todo los pobres, los excluidos, los no amados los que necesitan de alguien que se haga para ellos “paráclito”, es decir, consoladores y defensores, como el Espíritu Santo se hace para cada uno de nosotros, que estamos aquí en la Plaza, consolador y defensor. Nosotros debemos hacer lo mismo por los más necesitados, por los descartados, por aquellos que tienen necesidad, aquellos que sufren más. Defensores y consoladores.
El Espíritu Santo alimenta la esperanza no sólo en el corazón de los hombres, sino también en la entera creación. Dice el Apóstol Pablo – esto parece un poco extraño, pero es verdad. Dice así: que también la creación “está proyectada con ardiente espera” hacia la liberación y “gime y sufre” con dolores de parto (Cfr. Rom 8,20-22). «La energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino es la acción del Espíritu de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2) al inicio de la creación» (Benedicto XVI, Homilía, 31 mayo 2009). También esto nos impulsa a respetar la creación: no se puede denigrar un cuadro sin ofender al artista que lo ha creado.
Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés – que es el cumpleaños de la Iglesia: Pentecostés – esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del Espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad. Gracias.
Posteriormente, el Pontífice saludó en lso principales idiomas en los que hizo también un breve resumen de sus palabras. Por fin, hizo esta invocación al Espíritu Santo en unión con María que espera orante con los discípulos su Venida:
Invitando a estar unidos en la oración con la Virgen María, para recibir el don del Espíritu Santo y abundar en la esperanza, el Santo Padre dio su bienvenida a los peregrinos llegados para participar en la Vigilia de Pentecostés, en ocasión de los 50 años de la Renovación Carismática Católica.
Tener la valentía de buscar a Jesús, con el amparo de la Virgen
Un año más, el Papa se unió a los numerosos jóvenes polacos, que peregrinaron al Santuario de Lednica para celebrar la fe y los encomendó a todos a la Madre de Dios, en el día en que la Iglesia recuerda la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Desde ese momento – destacó el Santo Padre – Ella acude siempre a visitar a sus hijos para llevar a su Hijo Jesús:
«Queridos amigos
El lema de vuestro encuentro es: ‘¡Anda y ama! Los guía María, que habiendo percibido en su corazón esta llamada, fue a visitar a Isabel para compartir la alegría de su encuentro con Dios y para llevar una ayuda concreta. Desde ese momento está siempre en camino, visita a sus hijos y les lleva a Cristo, Su Hijo.
El segundo patrono de vuestro encuentro es Zaqueo, del que les hablé en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, alentándolos a tener la valentía de buscar a Jesús y de abrirle las puertas de vuestros corazones.
Hoy, el Señor Jesús les dirige también a ustedes las palabras que le dirigió a Zaqueo: ‘Baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’ (Lc 19, 5).
Quiere estar con ustedes para enviarlos a los hermanos, para que compartan su amor. Él sabe que no es fácil, entonces les envía el Espíritu Santo, que los colmará con su fortaleza. Pídanle a Él el coraje. Pídanlo para que los ayude a derrumbar los muros que los dividen y los haga capaces de comprenderse los unos a los otros y de construir la unidad de todos los hombres. A todos los que están reunidos en las orillas del Lago de Lednica, cerca de las fuentes bautismales de Polonia, los encomiendo a María y los bendigo de corazón».
En su saludo especial a los fieles de la República Checa, el Papa se dirigió en particular a los participantes en la peregrinación nacional, encabezada por el Cardenal Dominik Duka, Arzobispo de Praga, en ocasión del 75 aniversario de la masacre de Lídice perpetrada por el régimen nazi:
«Queridos amigos
Acudan con confianza a la intercesión de la Virgen Santa, que ustedes veneran en el icono de la Virgen de Lídice. Que Ella los ayude a ser valientes testimonio de la Resurrección de Cristo aun en los momentos de dificultad o de prueba. A todos ustedes, mi Bendición».
Invoquemos al Espíritu Paráclito, para que nos guíe siempre en la esperanza y en la paz
También en su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Irak, Egipto y Oriente Medio, el Obispo de Roma hizo hincapié en que tenemos necesidad de esperanza para vivir y del Espíritu Santo para esperar:
«No hay vida sin esperanza, ni esperanza auténtica sin una confianza firme en Dios, fuente y meta de toda esperanza verdadera. Pidámosle al Espíritu Santo, en esta inminente solemnidad de Pentecostés, que visite los corazones afligidos para reanimarlos; las mentes ofuscadas para iluminarlas; y que colme la vida de cada uno de nosotros para transformarnos en llama de esperanza y en verdaderos testimonios de su Esperanza. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja del maligno!»
«Que su peregrinación a la Ciudad Eterna prepare a cada uno a vivir intensamente la Solemnidad de Pentecostés y que el don del Espíritu Consolador sostenga y alimente la virtud de la esperanza», fue el reiterado deseo del Papa antes de sus palabras a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Queridos jóvenes, pongan por encima de todo la búsqueda de Dios y de su amor; queridos enfermos, que el Paráclito los ayude y conforte en los momentos de mayor necesidad; y ustedes, queridos recién casados, con la gracia del Espíritu Santo, que vuestra unión sea cada día más profunda».
Finalmente, se rezó el Padrenuestro y se impartió la Bendición Apsotólica, especialmente para enfermos impedidos.