ANGELUS DEL DOMINGO, 20 DE AGOSTO DE 2017

Francisco pide liberar al mundo de toda forma de violencia

Una fe fuerte como la de la mujer cananea: fue lo que pidió el Papa Francisco a la Virgen María, en el mediodía del 20 de agosto a la hora del Ángelus.Como todos los domingos el Santo Padre se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para meditar sobre el Evangelio del día y elevar su oración junto a los fieles presentes en la plaza de san Pedro, a la Madre de Dios.

Pope Francis make his speech during his Sunday Angelus prayer in Saint Peter's square at the Vatican

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Queridos hermanos y hermanas, buenos días

El Evangelio de hoy (Mt 15,21-28) nos presenta un singular ejemplo de fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, un extranjera en relación a los judíos. La escena tiene lugar mientras Él está en camino hacia las ciudades de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es allí donde la mujer implora a Jesús que sane a su hija, dice el Evangelio, que «sufre terriblemente por estar endemoniada» (v. 22). El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, tanto, hasta el punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por ella. La aparente distancia de Jesús no desanima a esta madre, que insiste en su invocación.

La fuerza interior de esta mujer, que permite superar cada obstáculo, va buscada en su amor maternal y en la confianza en que Jesús puede atender su pedido. Y esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres. Con su fortaleza son capaces de obtener cosas grandes,¡hemos conocido muchas! Podemos decir que es el amor que mueve la fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor intenso hacia su hija le induce a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!» (V. 22). Y la fe perseverante en Jesús permite que no se desanime, ni siquiera ante su rechazo inicial; así «la mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó: ¡Señor, ayúdame!» (V. 25).

Al final, ante tanta perseverancia, Jesús se queda admirado, casi asombrado, por la fe de una mujer pagana. Por lo tanto, Él acepta diciendo: «"¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que quieres". Y desde ese mismo momento quedó sana su hija». (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como un ejemplo de fe inquebrantable. Su insistencia en el invocar la intervención de Cristo es para nosotros un estímulo a no desanimarnos, a no desesperarnos cuando somos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se gira hacia otra parte ante nuestras necesidades, y, si a veces parece insensible a los pedidos de ayuda, es para poner a la prueba y fortalecer nuestra fe. Nosotros debemos seguir gritando como esta mujer: "¡Señor, ayúdame! ¡Señor, ayúdame!" Así, con perseverancia y valentía. Es éste el coraje que se necesita en la oración. 

Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos necesitamos crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece más plano, sino duro y difícil; cuando es agotador ser fiel a nuestros compromisos. Es importante alimentar día a día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como "grito" hacia Él,  "¡Señor, ayúdame!" y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo.

Confiémonos en el Espíritu Santo para que él nos ayude a perseverar en la fe. El Espíritu infunde audacia en los corazones de los creyentes; da a nuestra vida y a nuestro testimonio cristiano la fuerza de la convicción y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulidad hacia Dios y la indiferencia hacia nuestros hermanos.

Que la Virgen María nos haga cada vez más conscientes de nuestra necesidad del Señor y de su Espíritu; nos obtenga una fe fuerte, llena de amor, y un amor que sepa hacerse súplica, súplica valiente a Dios.

Tras los atentados terroristas que han alcanzado en los últimos días varias ciudades europeas y africanas, el Santo Padre elevó su súplica a Dios para que se ponga fin a la que él llama “deshumana violencia” y pide a todos los hermanos y hermanas rezar “por los difuntos, por los heridos y por sus familiares”. 

Palabras del Papa después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

En nuestros corazones llevamos el dolor por los actos terroristas que, en los últimos días, han causado numerosas víctimas, en Burkina Faso, en España y en Finlandia. Rezamos por todos los difuntos, por los heridos y por sus familiares; y suplicamos al Señor, Dios de la misericordia y de la paz, de liberar al mundo de esta deshumana violencia. Rezamos juntos, en silencio y después a la Virgen (rezo).

Dirijo un cordial saludo a ustedes, queridos peregrinos italianos y de diferentes países. En particular, saludo a los miembros de la Asociación francesa “Roulons pour l’Espoir” (Paseo por la Esperanza), llegados en bicicleta desde Besanzón, a los nuevos Seminaristas con los Superiores del North American College de Roma; a los Clérigos de Rivoltella en Brescia y a los chicos de Zevio en Verona.

A todos les deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista. 

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