Vivir en el desierto

Vivir en el desierto

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

La Pandemia ha sido un tsunami. Se ha llevado por delante muchos de los proyectos, iniciativas, ofertas y actividades que como Iglesia teníamos pensado ofrecer para este par de meses que llevamos confinados, y desde luego para los próximos meses, porque nadie piensa realmente casi nada para antes de septiembre? y veremos. La pandemia ha convertido nuestra vida institucional en un desierto.

Se han caído reuniones, capítulos, asambleas, congresos, jornadas. Se han caído campamentos, campos de trabajo, peregrinaciones. Se han caído cursos, retiros, clases. Sobrevivimos en los colegios con iniciativas parciales vía telemática. Las reuniones de grupos y comunidades de fe han pasado a ser quedadas digitales. Catequesis y formaciones se han detenido sine die. Y hasta en las celebraciones por aquello del aforo, ahora que hemos vuelto a abrir las Iglesias, estamos a medio gas, o a un tercio… Tan solo la solidaridad y el cuidado de los que más sufren no ha parado ni un momento.

Puede generarse la sensación ?o más bien puede llegar la tentación?- de pensar que todo esto sea un desastre y un drama, como si lo eclesial fuera, al modo de la economía, una maquinaria que al detenerse se gripara, perdiera el ritmo o incluso se bloqueara. Puede llegar a pensarse en este desierto religioso como una amenaza porque al no estar ofreciendo dinámicas, actividades, iniciativas, proyectos o celebraciones, la gente se aleje de la fe.

Esa reflexión ?que cabe que se de- me parece que cae en algunas debilidades.

Una sería la de considerarnos imprescindibles, por eso si no hacemos cosas, la gente estará perdida. Otra puede ser la de la necesidad de justificarnos en nuestras acciones, pues si no hacemos cosas, ¿para qué servimos, para qué sirven nuestras instituciones? También la de pensar que la fe de otros depende de lo que hacemos nosotros, ¡somos responsables de la fe de los otros y sin nosotros la gente no sabe creer bien!

Da la sensación que hemos caído en el mal de la agitación y el movimiento perpetuo. Que tratamos a los creyentes como infantiles inseguros que no pueden cuidar su fe, de los que dudamos que no vayan a alejarse de Dios en cualquier momento. No deja de nacer la sospecha de que el paternalismo clerical se nos cuela en un activismo afiebrado que esconde un vacío interior. Que necesitamos justificar nuestra vida con lo que hacemos porque no llegamos a ser lo que deberíamos.

Además, con una mirada algo más amplia y lúcida, quizás tocaría poder pensar que antes de la pandemia mundial del Covid-19, muchas de las iniciativas que teníamos, no es que fueran demasiado exitosas. Es más quizás he ahí uno de los problemas de nuestras claves pre-pandemia: buscábamos éxitos con nuestras iniciativas, principalmente éxitos en números. Que nuestras iglesias se llenen, que nuestras peregrinaciones se llenasen, que nuestros campamentos, cursos, grupos, celebraciones, clases de religión, catequesis estuvieran llenas de mucha gente? Quizás teníamos el foco de nuestras acciones un tanto descentrado, más orientado a nosotros mismo y nuestras necesidades y nuestros miedos y nuestras comodidades que a los fines del evangelio.

Y sin embargo de veras creo que esto del Covid-19 es una inmensa oportunidad. El desierto como oportunidad. El desierto leído con claves bíblicas. El desierto como lugar de purificación, de encuentro con Dios, de espera para entrar en los trabajos de las promesas de Dios. El desierto como lugar de preparación, de reflexión, de discernimiento, de conversión. El desierto como lugar para despojarse, vaciarse, empobrecerse.

Cuando el tsunami de la pandemia se retire veremos qué ha dejado, qué ha quedado en pie, qué es interesante reconstruir o qué tenemos que tirar sin más. Pero tengo la convicción de que nada puede volver a ser igual y que los cambios que necesitamos en nuestra Iglesia vendrán por el dejar de hacer cosas en vez de por hacer cada vez más. Por eso sería más que muy interesante que podamos de veras detenernos, pararnos del todo, elegir la pobreza y la libertad, elegir la verdad del ser más que del hacer, elegir la inteligencia de instituciones aligeradas, mínimas, a penas coberturas, bien orientadas, que no sean una justificación sino una plataforma, que no sean cadenas, si no alas.

Me consta que muchos creyentes están viviendo así el desierto. Que muchas instituciones están aprovechando el desierto. Pero aun así sigo sintiendo que hay también muchos que estamos deseando volver a la normalidad. A la vida de antes, a la vida normal, perdiendo de vista que quizás el problema era la normalidad. Eso nos muestra que hemos pasado por el confinamiento, pero el confinamiento no ha pasado por nosotros, que no estamos viviendo el desierto en claves de Dios.

Fray Vicente Niño Orti, OP

@vicenior

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