Aconfesionalidad del Estado, creencias de los ciudadanos y servicio a la concordia ? editorial ECCLESIA

Aconfesionalidad del Estado, creencias de los ciudadanos y servicio a la concordia – editorial ECCLESIA

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Aconfesionalidad del Estado, creencias de los ciudadanos y servicio a la concordia

Ya dedicábamos nuestro comentario Editorial del pasado 1 de agosto, número 3.790, a este mismo tema. Eran entonces los desplantes de los alcaldes de las principales ciudades gallegas, incluida la capital, Santiago de Compostela. Y también nos referimos entonces al anuncio, hecho después realidad, de la alcaldesa de Barcelona, de no asistir a la misa de la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad condal, y a "secularizar" sus programas y carteles de fiestas.

Ahora ha acontecido lo mismo en Zaragoza con la ausencia del primer edil a la misa de la Virgen del Pilar y su participación, eso sí, incluso colaborando -¿para que se le viera?- en la colocación de las flores de la tradicional y multitudinaria ofrenda floral a la patrona de la ciudad y de la Hispanidad. También en Valencia, el alcalde, del mismo conglomerado de siglas y fuerzas políticas que los anteriores, se negó a la que la "senyera" entrara en la catedral para recordar que a este templo, entonces mezquita, sí que entró, en el siglo XIII, el conquistador de la ciudad, Jaime I. Y en Madrid, las cosas, de momento, se hacen de modo más subrepticio y sutil, pero igualmente eficaz, haciendo desaparecer de la programación de fiestas de los barrios ?hasta en seis de trece distritos- cualquier referencia a los actos religiosos de estos festejos, omitiendo incluso el nombre ?que es, además, obvia razón de ser de los mismos-, como los de San Miguel o el Pilar, sustituyéndolos por el eufemístico "festejos populares".

Visto lo visto, quizás lo mejor que podríamos hacer es aplicar aquel refrán que dice que el "mejor desprecio es no hacer aprecio"? o esa otra máxima de la sabiduría popular que reza "ellos se lo pierden"? Con todo, pensamos que es bueno denunciar estos comportamientos y hacerlo pensando, de un lado, en el innecesario malestar que suscitan entre los ciudadanos ?fieles y no tan fieles?- y en el incumplimiento legal que significan, tanto en su "letra" como en su "espíritu". Además, creemos que este gota a gota de secularismo y de también ?por qué no llamarlo así, cuando lo es- de decimonónico anticlericalismo y hasta anticristianismo, contribuye a inundar a nuestra sociedad y a nuestros ciudadanos en una ola de descristianización que no es ni buena, ni justa, ni democrática, ni conveniente.

Es evidente que la Constitución española no ampara las actitudes y acciones referidas de los ediles de las precisamente principales ciudades de España. La aconfesionalidad del Estado español (artículo 16, 3 de nuestra vigente Carta Magna) no puede interpretarse -salvo por ignorancia, sectarismo o mala fe- en el sentido que se propugna y se ejerce mediante actitudes como las descritas. Aconfesionalidad es neutralidad, sí, y es también, a la luz del citado artículo constitucional –"Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones", cooperación, colaboración, laicidad positiva y no rancio laicismo excluyente.

Por si fuera poco, en las reglamentaciones internas de algunos de estos municipios, como en el de Zaragoza, está estipulada la obligatoriedad de los ediles a asistir, por ejemplo, a la misa del Pilar, y ello lo es no por confesionalidad, sino por respetar a los ciudadanos y a sus sentimientos y señas de identidad.

Y es asimismo evidente que las citadas fiestas populares han logrado ser eso, populares, porque antes, en y después, fueron y siguen siendo fiestas religiosas y cristianas. ¿Tan difícil es entender que la aconfesionalidad del Estado y de sus instituciones no está reñida con las creencias religiosas de los ciudadanos? Una vez elegidos, los representantes del pueblo no se deben ya a las siglas e ideologías con las que se presentaron a las elecciones, sino a la entera soberanía popular, y al ocupar cargos públicos no representan solo a sus votantes, sino también al resto de la ciudadanía.

Cuestionado por el desplante del alcalde de Zaragoza a la misa de la Virgen del Pilar, el arzobispo de Zaragoza respondió que "no es buena la ausencia de los representantes públicos en los actos religiosos de las Fiestas del Pilar" porque "no se construye así la democracia". Y es que de esto se trata: de construir y de servir para todos la democracia y la concordia.