Un año para conocer, confesar,celebrar y testimoniar la fe ? editorial Revista Ecclesia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Año de la Fe 2012-2013 ya ha llegado, ya está aquí. Y lo está gozosa y esperanzadoramente como un tiempo de gracia que es preciso aprovechar. En las páginas 14 y 15 nos hacemos eco de su magna apertura en Roma La celebración eucarística del 11 de octubre, la vigilia y procesión vespertina de las antorchas, los encuentros ecuménicos al más alto nivel y la audiencia del Papa a los padres conciliares presentes a Roma y a los presidentes de las conferencias episcopales componen un espléndido mosaico de belleza, simbolismo y eclesialidad extraordinarias. El Año de la Fe ha sido también inaugurado, con primor y solemnidad, en todas las diócesis de la Iglesia. Y la percepción primera que se deduce de todo ello es la oportunidad de la iniciativa, el acierto en su programación con un año previo de preparación y las buenas expectativas y vibraciones evangelizadoras que suscita.
En la carta de convocatoria del Año de la Fe, la Porta fidei, Benedicto XVI, al igual que en otras intervenciones suyas y del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización ?dicasterio vaticano encargado de su animación-, llaman a vivir el Año de la Fe como tiempo para "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este Año".
Y es que, más allá de pesimismos, derrotismos o irenismos y hasta triunfalismos varios, frente al creciente y hasta galopante "analfabetismo religioso" y "desertificación espiritual", la primera tarea del Año de la Fe es la formativa [pullquote]la primera tarea del Año de la Fe es la formativa[/pullquote], es la catequética. Su primera fuente e inagotable manantial es la Palabra de Dios. Instrumento asimismo privilegiado ha de ser el Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, gran fruto del Concilio Vaticano II, "subsidio precioso e indispensable", y sus ediciones sectoriales como el YouCat o catecismo para jóvenes. La fe cristiana ?y católica para más señas- ha de ser redescubierta y ha de ser propuesta, de nuevo, en sus contenidos propios y específicos. Los documentos conciliares, en cuya letra ?como, una vez más, recordó Benedicto XVI el pasado 11 de octubre- late el verdadero y único espíritu, del Vaticano II, han de ser leídos, trabajados, rezados, dialogados. Nada se puede dar ya por supuesto y por sabido. El Año de la Fe ha de ser, de este modo, el año de la formación, una formación, según los casos, inicial, reactualizada, permanente, transversal. La fe ha de ser mostrada, propuesta sin complejos y con la fundamentación e incisividad precisas para que todos sepamos dar razones de ella a un mundo descreído.
"El cristiano ?escribe Benedicto XVI en la Porta fidei– no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él". La fe, pues, ha de ser confesada y profesada en el corazón y en la vida, en lo privado y en lo público. Porque "lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin".
Conocer la fe y confesar la fe lleva al creyente a celebrarla en la vida y, ante todo, en los sacramentos. El Año de la Fe ha de ser una renovada oportunidad una celebración armoniosa, frecuente y fructuosa de los sacramentos. Especial relevancia se ha de dar en este tiempo santo a los sacramentos de la infancia cristiana y a su índole y preparación catecumenal y catequética, ya aludidas. El Año de la Fe ha de redescubrir el gusto, la necesidad y deber interior y del alma en la participación dominical ?todos los domingos y fiestas de precepto- la eucaristía. Y el Año de la Fe, con toda su carga y llamada a la conversión, ha de revitalizar el aprecio y la praxis del sacramento de la confesión o de la penitencia.
Y solo así, desde estas premisas básicas, el creyente podrá testimoniar la fe. Una fe que crece creyendo, que se aquilata y consolida en las pruebas y que se traduce en caridad ?"no hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe" y en misión.