Católicos y científicos: Lorenzo Sierra, por Alfonso V. Carrascosa

Católicos y científicos: Lorenzo Sierra, por Alfonso V. Carrascosa

Alfonso V. Carrascosa

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A los ya numerosos presbíteros de la Iglesia católica y científicos de la España Contemporánea, sumar a Lorenzo Sierra (1872-1947), padre Paúl de la Congregación de la Misión (CM).

Tras la primaria en su ciudad natal, Ezcaray (La Rioja), estudió latín y humanidades en la preceptoría que dirigía Ángel Manso, cura de Ezcaray, más adelante canónigo de Santo Domingo de la Calzada y académico de la Historia y Bellas Artes: religión en la escuela en la base de su formación científica, que ahora dicen los laicistas que es malísima aunque no sepan porqué.

En 1887 ingresó en el Seminario interno o noviciado de los padres paúles de Madrid, donde por su capacidad desempeñó una cátedra de Derecho Canónico y de Hermenéutica (1894). Trasladado a Cantabria, de 1894 a 1915, se dedicó al estudio de la paleontología, siendo su primer descubrimiento importante el de Aldea Cueva, valle de Carranza (Vizcaya), donde unos alumnos le invitaron a visitar una cueva que conservaba huesos humanos y que, en efecto, él examinó en verano de 1895, clasificándolos como restos prehistóricos, algo corroborado literalmente por el experto profesor francés Edouard Harlé.

Sus hallazgos le permitieron establecer relaciones internacionales de primer nivel con científicos expertos en la materia tales F. Birkener, de la Facultad Antropológica de Múnich; H. Obermaier; el abate Breuil, del instituto de Paleontología de París; el barón A. Blanc, de la Universidad de Roma; J. Nelsen, de Nueva York; F. Harlé, de la Universidad de Toulouse; el famoso príncipe de Mónaco; H. Alcalde del Río; el señor marqués de Cerralbo y otros científicos nacionales y extranjeros. Estas relaciones le permitieron publicar en colaboración ?Les cavernes de la Région Cantabrique? (1911). Más tarde presentaría en el Primer Congreso de Naturalistas Españoles, celebrado en Zaragoza del 7 al 10 de octubre de 1908, una memoria seguida del mapa en que hace relación de las cuarenta y cuatro cavernas de la provincia cántabra descubiertas hasta entonces, con los nombres de sus descubridores y objetos hallados en cada una así como su descripción y clasificación. Más de la mitad de esas cuevas habían sido estudiadas exclusivamente por él. Como nos sigue contando Antonino Orcajo Orcajo, CM, en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, merecen especial mención los restos del reno de la Cueva de Valle y de Ojebar, cuyo estudio fue, sin duda, el trabajo más laborioso e importante del padre Sierra, recogido en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural (mayo de 1913). Otro cura católico paleontólogo, Hugo Obermaier, dijo que los trabajos científicos ejecutados por él y por el conde de la Vega del Selle, ateniéndose a la sistemática moderna, propiciaron que la región de Asturias y Santander fuera la mejor investigada de España.

El padre Siera fue, asimismo, socio numerario de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, de la Real Sociedad Española de Historia Natural, de la Sociedad Española de Física y Química y socio fundador de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales, de Zaragoza. Llegado a Madrid en 1939, se dedicó a escribir la historia de su congregación hasta su muerte, ocho años después. Destacan entre sus obras: Notas para el Mapa Paleográfico de la Provincia de Santander, c. 1908 (inéd.); Les cavernes de la Région Cantabrique, Mónaco, Impr. Vve. A. Chéne, 1911; "Materiales o datos para el estudio del establecimiento de las Hijas de la Caridad en España", en Anales de la Congregación de la Misión (1927), págs. 457 y ss.; Las Hijas de la Caridad, llamadas comúnmente Hermanas de la Caridad. Lo que son y deben ser y lo que serán, Madrid, La Milagrosa, 1940; "Una Carta Magna de la Congregación de la Misión", en Anales Madrid (1941), págs. 260 y ss.; Guía de las instituciones de Madrid, Madrid, Más, 1945; "Lista de las Asociaciones de Caridad en España, según el orden de su fundación", en Anales de la Congregación de la Misión (1945), págs. 279 y ss.