Consagrados a Dios y al hombre, por José-Román Flecha Andrés, en Diario de León (31-1-2015)

Consagrados a Dios y al hombre, por José-Román Flecha Andrés, en Diario de León (31-1-2015)

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Consagrados a Dios y al hombre, por José-Román Flecha Andrés, en Diario de León (31-1-2015)

El día 2 de febrero se celebra la presentación del niño Jesús en el Templo y la purificación de María, de acuerdo con lo prescrito por la Ley de Moisés. Ambos acontecimientos evangélicos son un motivo suficiente para celebrar en ese día la Jornada de la vida consagrada, de especial relieve en este año dedicado precisamente a la Vida Consagrada.

Esa opción de vida nos es bien conocida. O debería serlo. Como ha dicho el Concilio Vaticano II, "desde los principios de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se propusieron seguir a Cristo con mayor libertad por la práctica de los consejos evangélicos, e imitarle más de cerca, y cada uno a su manera llevaron una vida consagrada a Dios."

Seguramente hemos leído algo sobre el monacato antiguo. Recordamos el nacimiento de las órdenes mendicantes, el heroísmo de las órdenes dedicadas a la redención de los cautivos o al cuidado de los enfermos. Conocemos las modernas congregaciones religiosas y su dedicación a las misiones y a la enseñanza, Y somos testigos de las nuevas formas de consagración que el Espíritu ha suscitado en la Iglesia.

A veces se oye preguntar qué hacen los religiosos y religiosas o, más en general, las personas consagradas. La pregunta por lo que hacen no es la más adecuada, porque hacen de todo en la Iglesia y en la sociedad. Sería más oportuno preguntarse cómo y por qué lo hacen, para descubrir que lo hacen todo siguiendo el espíritu de Jesucristo.

Las personas consagradas dedican su vida a afirmar a Dios y su señorío. Viviendo a la escucha de la Palabra de Dios, nos ayudan a comprender al hombre como una unidad fundamental de cuerpo y espíritu, nos proponen el ideal del triunfo sobre las apetencias nocivas y nos muestran la vida fraternal de la comunidad como maqueta para una sociedad justa.

Las personas consagradas dedican su vida a la afirmación de la verdad, la bondad y la belleza, a la transmisión de la fe en culturas diversas. Nos exhortan a la conversión a lo esencial y nos indican los caminos de la evangelización y de la liberación, de la paz y del progreso.

Su amor a Dios y su fidelidad a la llamada de Dios nunca han apartado a las personas consagradas de su fidelidad y amor a las personas concretas. Han colaborado como nadie en la transmisión de la cultura, aprendiendo las lenguas de todos los pueblos, promoviendo las ciencias, la técnica y las artes.

Las personas consagradas nos enseñan a escuchar la voz de los sin-voz, a redescubrir la dignidad de la persona, la fraternidad humana y la comunión eclesial. Por medio del anuncio, la denuncia y la renuncia nos muestran el valor de la gratuidad y la gratitud, dan razón de la esperanza y dan esperanza a la razón.

Y, prestando atención al Espíritu, nos recuerdan, con su palabra y sus silencios, con su vida y su testimonio, que Cristo es el verdadero modelo para la vida del hombre y la fuente de la verdadera alegría.

José-Román Flecha Andrés