Cristo me amó y murió por mí
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cristo me amó y murió por mí
Resulta difícil en muchas ocasiones hablar de Dios con la gente que nos rodea, porque Dios es un personaje bajo sospecha. Se nos ha explicado tantas veces la acción de Dios sobre la humanidad de modos que resaltan de tal modo el poder de Dios que, por un lado, se nos hace difícil conciliar esa acción de Dios con la libertad, con la autonomía del hombre.
Si Dios nos salva, y de igual modo con su poder podría condenarnos (y esto se ha dicho hasta desde la catequesis más tradicional: "Dios? que premia a los buenos y castiga a los malos", repetíamos memorizando el catecismo), ¿para qué nos ha concedido Dios la libertad, si luego va a coartarla con la amenaza de la condenación? ¿No habría sido más sencillo hacernos autómatas programados, predestinados de antemano? Dios se convierte, así, en amenaza para mi libertad, para mi autonomía, y para la de todo hombre.
Pero, además, la acción benefactora de Dios sobre la humanidad está puesta en entredicho desde la experiencia del sufrimiento, del dolor, de la misma muerte. Ante las grandes masacres de las que hemos sido testigos (Auschwitz, la antigua Yugoslavia, Ruanda y Congo,?) y los sufrimientos más cotidianos (desde las muertes por desnutrición y epidemias en el Tercer Mundo hasta las experiencias de accidentes de tráfico, crímenes de violencia doméstica, incluido el asesinato de los propios hijos, o enfermedades como el cáncer, el SIDA,?), nos asalta la pregunta: "¿Dónde está Dios?", ¿cómo podemos creer en un Dios bueno si permite todos estos grandes y pequeños horrores?
Sin embargo, desde la misma Revelación, tanto la Escritura como la Tradición y el Magisterio, seguimos afirmando que tenemos un Dios tan infinitamente bueno que fue capaz del mayor sacrificio, la Encarnación, Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo, para salvarnos. Seguimos afirmando con san Pablo "la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20). Y la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes" sobre la Iglesia en el mundo dice en su párrafo 22b: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre". No sólo es que se haya unido o se haya entregado por toda la humanidad en abstracto, no, lo hace, como dice san Pablo y subraya la GS, es un encuentro "con todo hombre", es decir, con todos y cada uno de los seres humanos en su condición y existencia concreta. Y esto se hace tanto más difícil explicarlo cuanto más alejada de la salvación es la existencia concreta de una persona. ¿Cómo se le puede decir a alguien sumido en el dolor, por cualquier causa, que Dios está de su parte, cuidando de él o ella?
Este es el núcleo fundamental de la fe cristiana y el escollo más importante de la increencia. Pero, gracias a Dios, siempre hay personas que, desde el trabajo intelectual más brillante y lúcido y, al mismo tiempo, desde la gran honestidad y sencillez que da una fe profunda y vivida en contacto con las necesidades de los demás, iluminan el camino.
Es el caso concreto de una tesis doctoral en Teología Dogmática, la de nuestro compañero y hermano Mario Corrales Serrano, que bien merecería ser leída como Santo Tomás de Aquino decía que había que hacer teología, "de rodillas", porque se está ante el misterio del mismo Dios. El trabajo de Mario Corrales, titulado "La universalidad de Cristo Salvador. Nuevas categorías en la soteriología del siglo XX", defendido el martes 10 de febrero, y que le ha merecido el título de doctor con la máxima calificación, es una reflexión sobre esta cuestión de cómo Jesús, el Verbo encarnado, muerto y resucitado, es capaz de salvar a cada ser humano concreto de todos los tiempos, lugares y situaciones, partiendo de la fórmula apuntada de Gaudium et Spes, y teniendo en cuenta la crítica de la modernidad a la fe cristiana y a la salvación en concreto.
Mario nos presenta, con rigor y honestidad intelectual, pero también con sabiduría y humildad espiritual, las distintas categorías con las que, a partir del Vaticano II, se ha explicado cómo Jesucristo puede salvar a cada hombre y mujer, desde dos grupos fundamentales.
El primero lo forman las categorías de "representatividad", "solidaridad" y "proexistencia", que podemos resumir muy sintéticamente diciendo que Jesucristo actúa por nosotros, pero no "en lugar de" nosotros (la "sustitución vicaria", categoría común en la tradición anterior al concilio), sino "a favor de" nosotros, en una vida y muerte marcadas por la comunión con nuestras dificultades, limitaciones, debilidades, en el servicio absoluto a los hombres.
Aquí se hacen más difíciles sospechas sobre el respeto a la libertad de Dios, ya que no opta por el poder, sino por el servicio, no es su fuerza, sino su renuncia absoluta la que nos salva.
Y el segundo lo forman las categorías de "pobre absoluto" y "buen samaritano", desde la misericordia que Dios muestra en la Encarnación, vida, muerte y Resurrección de Jesucristo. Desde estas categorías podemos intentar acercarnos al misterio del dolor y del sufrimiento, sabiendo que Jesús lo asumió en su propia vida, haciéndose el pobre absoluto, entendiendo esa pobreza no sólo en el ámbito socioeconómico, sino en cualquier ámbito personal y colectivo, material y espiritual; y trabajó por aliviarla haciéndose el buen samaritano, el capaz de ayudar a quien lo necesita.
Además, estas nuevas categorías implican al creyente en su vivencia de fe concreta, porque tanto unas como otras suponen que Jesús ha abierto el camino por el cual podemos vivir la salvación, cosa que no podíamos hacer por nosotros mismos, pero que podemos seguir ese camino para salvarnos: vivir nuestra vida en solidaridad, al servicio de los demás, haciéndonos pobres con los pobres y siendo buenos samaritanos con nuestros hermanos.
Por tanto, esta tesis doctoral no es sólo un trabajo teológico excelente, sino un esfuerzo espiritual importante, del que podemos extraer consecuencias para la vida de fe, personal y comunitaria, que nos ayuden a vivir el amor y la esperanza que Cristo nos regala en los hechos cotidianos, en las grandes y pequeñas decisiones de nuestra vida.
Por Antonio Maqueda. Sacerdote.