La emergencia y la esperanza de la Pastoral Juvenil
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La celebración en Valencia del I Congreso Nacional de Pastoral Juvenil ha vuelto a situar este tema, la pastoral juvenil, en el centro de la atención de la comunidad eclesial. Como contamos en la página 8 de este mismo número de ECCLESIA, el Congreso tuvo un "prólogo" no propio pero sí interpelador para todos con la muerte en una macrofiesta en Madrid de cuatro jóvenes. El congreso de Valencia, que oró en varios momentos de sus celebraciones por ellas y por todos los jóvenes, no podía ser insensible a una desgracia de esta magnitud.
No es voluntad nuestra analizar lo que sucedió en Madrid Arena en la madrugada del 1 de noviembre. Pero sí es preciso lanzar la voz de alerta para reflexionar sobre todas sus causas, las más inmediatas y próximas y también las más hondas, y que exigen por parte de todos ?jóvenes, familias, educadores, autoridades, líderes de opinión, empresarios, jóvenes y también la misma Iglesia- una atenta y exigente reflexión sobre determinados "valores" (más bien, contravalores) y hábitos que se han instalado en nuestra sociedad y que pueden estar en la base de sucesos de esta naturaleza.
En cualquier caso y por lo que a nosotros, Iglesia, concierne el Congreso de Valencia ha vuelto a poner el dedo en la llega sobre uno de los retos más apremiantes de la hora presente como es la pastoral juvenil, la evangelización a los jóvenes, la evangelización desde los jóvenes, primeros y extraordinarios apóstoles y evangelizadores de los mismos jóvenes. ¿Y cómo responder a este reto? Ayudando, iluminando y acompañando a los jóvenes en la búsqueda y en el encuentro con Jesucristo, como acaba de recordar el Sínodo de los Obispos de la Nueva Evangelización (Ver la página 32 de ECCLESIA de la pasada semana). Y al afecto, el Congreso ha detectado lo que podríamos denominar tres grandes "emergencias": la religiosa, la afectiva y la educativa. Y ha propuesto para estas mismas emergencias y sus consiguientes "patologías" la terapia para lograr su sanación que no es otra que conocer y reconocer a Jesucristo como la respuesta verdadera y definitiva que buscan, tantas veces sin saberlo, los jóvenes.
No ha abundado ?no podía ser de otra manera- el Congreso de Valencia en recetas o en soluciones mágicas. Pero sí ha mostrado la belleza que el cristianismo encierra también para los jóvenes. Y lo ha hecho con la vida y el testimonio de muchos de ellos, a través de la plegaria, de la adoración eucarística, del arte, de la música y con distintas iniciativas y experiencias de pastoral juvenil que van abriéndose paso en medio del "desierto": las JMJ, Sentinelle del Matino de Italia, los Cursos ALPHA España, Una luz en la noche y distintos itinerarios de formación y de vida cristiana para jóvenes.
El Congreso de Valencia, en suma, ha reivindicado y ha urgido de nuevo a nuestra Iglesia a que siga afrontando la ardua y hermosa tarea de la pastoral juvenil. Y a que lo haga sin miedos, desesperanzas, derrotismos, lamentos, catastrofismos o nostalgias. Y tampoco minusvalorando, minimizando o escondiendo la realidad, ni instalándonos en el triunfalismo o la autocomplacencia.
Las familias, los centros educativos, las parroquias, las comunidades y movimientos y los medios de comunicación deben comprometerse a formar a los jóvenes en los valores esenciales de la vida. Y las autoridades deben contribuir de manera efectiva, y con la ley en la mano, a ello. Y el mejor camino para ello es el testimonio y el ejemplo. La "culpa" nunca es solo de nadie o dicho de otra manera, la "culpa", la responsabilidad es de todos.
La Iglesia debe invertir tiempos, personas y efectivos de toda índole en la preparación de agentes de pastoral juvenil. Debe asimismo fomentar asimismo ámbitos propios de formación, de ocio y de vida cristiana para los jóvenes y debe confiarles responsabilidades. La Iglesia debe mostrar el Evangelio a los jóvenes tal cual es el Evangelio. Sin rebajas, sin edulcorantes, sin engaños. Con verdad, con valentía, con amor. Como hizo Jesús con el joven rico. Como Ignacio de Loyola interpelaba a Francisco Javier.
La Iglesia debe estar con los jóvenes, acompañándoles de manera efectiva y afectiva, haciéndose presente en medio de ellos, en sus ambientes y en sus vidas. Y debe hacerlo como Iglesia, no con paternalismos o "coleguismos" varios, vanos y, tarde o temprano, estériles, y sí con paciencia, perseverancia y amor.