El fracaso escolar en España es inaceptable y requiere respuestas adecuadas ? editorial Ecclesia
Madrid - Publicado el - Actualizado
4 min lectura
El fracaso escolar en España es inaceptable y requiere respuestas adecuadas ? editorial Ecclesia
La OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos de los países desarrollados y que agrupa a 34 Estados con la misión de promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de sus ciudadanos, hizo público el martes 9 de septiembre, el informe titulado "Panorama de la Educación 2014". Según el mismo, España, junto a Turquía, encabeza el ranking de los países de esta organización con mayor índice de fracaso escolar. En concreto, en España el 25,8% de los jóvenes entre 15 y 29 años, uno de cada cuatro, ni estudia ni trabaja.
Uno tras otro, los sucesivos informes internacionales sobre la educación en España, como el referido de la OCDE o el Informe PISA, vuelven a mostrarnos que el fracaso escolar y su consiguiente paro laboral juvenil, es, sin duda, uno de los problemas principales de la actual sociedad española, que condiciona, además y de modo grave, nuestro futuro.
Y más allá de coyunturas e instrumentalizaciones políticas, del signo que sean, lo cierto y apremiante es que estos informes, con un fiel y doloroso reflejo en la realidad, que todos percibimos, no solo no pueden dejarnos indiferentes, sino que, desde sus causas, nos llaman y urgen a buscar salidas y soluciones.
Creemos que el problema radica, en primer lugar, en las leyes educativas que España ha ido padeciendo en los últimos treinta años, leyes trufadas de ideología y de politización partidaria y más concebidas, en suma, para transformar los criterios y los valores de las personas que para educarlas y situarlas adecuadamente ante el mercado laboral y la verdad de la vida. A nuestro juicio, la LOGSE y la LOE han sido un inmenso fracaso y a ellas y a quienes las promovieron y las consistieron corresponde, en primer lugar, la responsabilidad de este desaguisado.
¿Y qué decir ahora de la LOMCE? En los dos últimos años, hemos reflexionado en ecclesia sobre la nueva ley de educación, que, parcialmente, entra en vigor con el nuevo curso. No cabe duda de algunos de sus logros en pos de la mejora de la calidad del sistema educativo español. Lamentablemente (ver ecclesia, números 3.751 y 3.754), la aplicación concreta de la LOMCE, al menos en lo que a la clase de Religión se refiere, está encontrando en algunas regiones una presencia real en su impartición escolar reducida al 50% en relación a las anteriores leyes. Por otro lado, y como también es sabido, la oferta de esta asignatura queda a merced de la opción libre de las Comunidades de Autónomas, e incluso de los colegios, sin tener así en cuenta los Acuerdos Iglesia-Estado.
Pero, volviendo al tema de fondo de nuestro comentario editorial de hoy, pensamos que las responsabilidades del actual fracaso educativo español conciernen también y, en buena medida, a otras dos instituciones capitales de la sociedad. Son las familias y los medios de comunicación social.
La blandenguería, el relativismo, el subjetivismo, el individualismo y la pérdida de valores han hecho y siguen hacienda presa de nuestras familias, que muchas veces renuncian, o se ven obligadas a renunciar, a su tarea educativa, primigenia y fundamental, en pos del buenismo y la resignación e incluso, a veces, del narcisismo y la autocomplacencia. Entendemos que la tarea de los padres al respecto es enorme y ardua, pero la solución no es dejarse engullir por las olas de la "cultura" predominante y del permisivismo.
Por su parte, los poderosos medios de comunicación ?los convencionales y los emergentes como internet y las redes sociales- tampoco están contribuyendo, sino muchas veces, todo lo contrario, a la necesaria educación de nuevas generaciones. Es más, los medios de comunicación, al servicio del dinero, del consumo y de las modas, están, incluso, subvirtiendo la misma educación en valores de las generaciones adultas y hasta de las personas de la tercera edad, con el riesgo de transformarnos a todos en un inmenso y nocivo plató de televisión o en una banal pantalla de ordenador o teléfono móvil.
El futuro de un país con más de la cuarta parte de jóvenes que ni estudian ni trabajan es imposible que sea un futuro halagüeño. Por ello, algo, mucho, habrá que hacer, empezando por reconocer que buena parte de lo que hasta ahora se ha hecho y se está haciendo es un fracaso sin paliativos e intolerable. Y en esta tarea, también la Iglesia ha de comprometerse renovada y decididamente, porque también la Iglesia se juega mucho.