La iglesia apostólica de Jerusalén

La iglesia apostólica de Jerusalén

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La iglesia apostólica de Jerusalén

Los apóstoles, después de las apariciones de Jesús resucitado y de su ascensión a los cielos, regresan al Cenáculo en Jerusalén. Perseveran unánimes en la oración junto con María, la madre de Jesús, con su hermana, María de Cleofás, y con sus hijos, primos hermanos de Jesús, con María Magdalena y con los demás discípulos. Todos ellos, forman la primitiva Iglesia apostólica de Jerusalén, pobre y piadosa, pero unida por un solo corazón y por una sola alma. Aman con locura a su Maestro, Jesús de Nazaret, que tan fuertemente los había conquistado y seducido.

Su recuerdo es el móvil de su vida, del tal modo, que solo viven para él. Contentos y felices recuerdan la verdad, bondad y belleza de sus palabras, de sus predicaciones del Reino de Dios y de sus hechos y milagros. El amor y afecto a Jesús era cada día más grande. Les llaman los hermanos de Jesús o los nazarenos. Eligen por sorteo a Matías, en lugar de Judas Iscariote.

En la fiesta judía de Pentecostés, los apóstoles estando todos juntos reunidos, se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron hablar en varias lenguas a todos los judíos nativos y de la diáspora presentes en Jerusalén. Pedro en pie junto a los otros once les dice: Quiero que toda la casa de Israel conozca que al mismo Jesús que, a quien vosotros habéis crucificado, Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor y Mesías (Hec. Apos. c. 2, v.36).

Aquel día se bautizaron unos tres mil oyentes y fueron agregados a la primitiva Iglesia apostólica de Jerusalén. Perseveran en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común. Vendían sus posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudía a diario al templo, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alaban a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo (Hec. Apos. c. 2, vs 42al 47)

Durante el día los apóstoles solían reunirse en los pórticos del Templo, sobre todo, en el pórtico de Salomón que dominaba todo el valle de Cedrón, cuyo lugar les recordaba los alegres y felices días que habían pasado en su compañía de Jesús. Creían que era el Mesías, el Salvador del Pueblo de Israel, que ha resucitado y estaba sentado en la diestra de Dios Padre y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Por la noche, los discípulos reunidos en grupos, los apóstoles cortaban el pan en trozos, los bendecían y los daba a cada uno en recuerdo de la Última Cena del Señor-

Pedro cura milagrosamente a lesionado de nacimiento en el templo, y junto con Juan hablan al pueblo judío anunciándoles la resurrección de los muertos. Los sacerdotes judíos y los saduceos indignados, los meten en la cárcel y los sueltan no hallar causa de castigo. De nuevo los encarcelan, pero el fariseo Gamaliel, doctor de la ley y respetado por todo el pueblo, les dice: No os metáis con esos hombres, soltarlos, si su idea y actividad es cosa de hombres se disolverá, pero si es cosa de Dios no lograreis destruirlos, y os exponéis a luchar contra Dios. Los azotan, les prohíben hablar en nombre de Jesús y los sueltan (Hechos Apost. c, 5, vs. 38 al 40).

Los discípulos del habla griega se quejan a los apóstoles de que sus viudas no están estaban bien atendidas, quienes acuerdan escoger siete hermanos, de buena fama y llenos de sabiduría, y eligen a Esteban, Felipe Prócoro. Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás. Les encargan la tarea de su cuidado y orando sobre ellos les imponen las manos. De este modo, instituyen el orden del diaconado.

El diácono Esteban, lleno de gracia y de poder, realiza grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos judíos de la sinagoga de los libertos le acusan falsamente que hablaba mal contra Moisés y contra Dios. Le agarran y le llevan al Sanedrín, acusándole de que le habían oído decir: Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés (Hec. Apos, c.6, v. 14). Le llevan fuera de Jerusalén, le apedrean, y el joven Saulo presencia dicho acto cruel. Esteban repetía: Señor Jesús recibe mi espíritu. Cayendo de rodillas clamó con voz potente: Señor no le tengas presente este pecado y muere (Hec. Apos. c.7, vs. 59 al 60). Su martirio debió acaecer el año 38. En este mismo año se desata una violenta persecución contra la Iglesia apostólica de Jerusalén, dispersándose todos sus miembros por Judea y Samaria, pasando a Damasco y Antioquia, menos los apóstoles que permanecerán en Jerusalén hasta el año 60.

El joven fariseo Saulo se ensaña contra los miembros de la Iglesia de Jerusalén penetrando en sus casas cristianas y arrastrando a los hombres y a las mujeres a la cárcel. Posteriormente, se presenta al sumo sacerdote y le pide cartas para las sinagogas de Damasco con el fin de que le autoricen a traer encadenados a Jerusalén a todos los discípulos de Jesús, sean hombres o mujeres. De camino a Damasco, muy cerca de esta ciudad, una luz celestial lo envuelve con su resplandor, cae en tierra y oye una voz que le dice: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Le pregunta ¿quién eres, Señor? Le responde soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer (Hec. Apos. c.9. vs. 4 al 6). El discípulo Ananías le impuso las manos diciéndole: Hermano Saulo, el Señor Jesús me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Recobra la vista, es bautizado y se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios (Hec. C. 9, vs.17 al 20).

Los judíos de Damasco, pasmados de su predicación y de su enseñanza, planearon matarlo, pero Saulo, enterado de dicha conspiración, de noche, regresa a Jerusalén. Bernabé lo presenta a los apóstoles y les cuenta como Saulo había visto al Señor en el camino a Damasco y lo que había trabaja por su causa de Jesús. En Jerusalén habla y discute con los helenistas que se propusieron matarlo, pero los apóstoles al enterarse de ello, le enviaron a Tarso.

A dicho año de persecución de la Iglesia apostólica de Jerusalén, siguen unos años de paz y tranquilidad, en los que Pedro cura a Eneas, resucita a Tabita y visita la casa del centurión del centurión Cornelio en Cesarea. Al ver su fe, bautiza a los a todos los parientes y amigos en había en casa y al conocer que unos hermanos de Chipre y de Cirene anuncian el Evangelio a los griegos en Antioquía, envían a Bernabé, hombre bueno y lleno del Espíritu Santo, quien al ver la acción de Dios sobre ellos, se alegra y les exhorta a seguir unidos en el Señor.

De Antioquía, Bernabé sale para Tarso con el fin de buscar a Saulo y traerlo a Antioquía, donde están juntos instruyendo a muchos durante un año. En esta ciudad, los discípulos de Jesús son llamados cristianos por primera vez. La Iglesia de Antioquía reúne unos recursos económicos y se los envían a la Iglesia de Jerusalén por medio Bernabé y Saulo, la cual se hallaba muy pobre y necesitada.

Herodes Agripa, nieto del Herodes el Grande, recompone el reinado de su abuelo, gracias al favor de emperador Calígula. Así como Herodes el Grande vivía más bien para los griegos y romanos, al contrario, su citado nieto observa la religión judía, no deja de hacer diariamente sus oraciones judías y persigue violentamente a los apóstoles y discípulos de la Iglesia de Jerusalén. En el año 44, manda cortar la cabeza del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan, y ordena encerrar al apóstol Pedro en la Torre Antonia, de la cual saldrá milagrosamente. Los doce apóstoles permanecieron en Jerusalén hasta el año 60, poco más o menos, y no salieron de la ciudad, sino para hacer misiones de corta duración dentro Israel.

El apóstol Pedro goza de cierta autoridad entre los demás apóstoles. En los primeros años, Pedro apenas se separó de su hermano Juan, que tenía a su cuidado a María, la madre de Jesús. Su concordia y hermandad fue la piedra angular de la Iglesia apostólica de Jerusalén. Toda la fe y teología de la Iglesia apostólica de Jerusalén era: Jesús de Nazaret es el Mesías, en griego el Cristo, y el Hijo de Dios, al que ama con todo su corazón esperando su segunda venida a la tierra para resucitar los muertos y darnos la vida eterna. Como hermanos se saludaban con la palabra maran atha (el Señor va a venir).

José Barros Guede

A Coruña, 12 de febrero del 2016