Iglesia, ¿qué es lo que crees?: artículo de José-Román Flecha ante el 50 aniversario del Concilio Vaticano II
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Concilio Vaticano II dedicó una profunda atención a la revelación divina, fuente y norma de la fe que cree y confiesa la Iglesia. Esta reflexión quedó recogida en la constitución que, de su propio comienzo, recibe el título "Dei Verbum": "La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el santo Concilio, obedeciendo a aquellas palabras de Juan: Os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos manifestó".
El texto dice que es posible conocer a Dios con la luz natural de la razón. Sin embargo, gracias a la Revelación ese conocimiento natural puede ser alcanzado por todos, con mayor facilidad y sin error.
De hecho, Dios se ha revelado a sí mismo por medio del mundo creado, por medio de los primeros padres, de los patriarcas y de los profetas y, finalmente por medio de su Hijo Jesús. Él nos ha iluminado por medio de su palabra y de sus obras, de signos y milagros, y sobre todo, por medio de su muerte y resurrección y por el envío del Espíritu Santo. Ese es el contenido y el motivo fundamental de la fe de la Iglesia.
Gracias a los apóstoles y sus sucesos, la revelación de Dios nos ha sido transmitida por la Tradición y la Escritura. Ambas nacen de la misma fuente, forman una sola cosa, tienden al mismo fin y han de ser aceptadas con igual piedad y reverencia.
En la Escritura se contiene lo que Dios ha querido comunicar a los hombres, sirviéndose de expresiones humanas. Por ser humanas, hay que aprender a interpretarlas según su estilo literario y su origen en el tiempo y en el lugar en el que fueron transmitidas y puestas por escrito.
La Iglesia acoge cordialmente toda la Biblia, puesto que el Nuevo Testamento estaba escondido en el Antiguo y el Antiguo ha sido explicado e iluminado por el Nuevo. Para muchos ha resultado muy sorprendente esta solemne afirmación conciliar: "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (DV 21).
De acuerdo con esa convicción, el Concilio manifestaba el deseo de que el estudio de la Sagrada Escritura fuese como el alma de la teología, de la predicación de la Iglesia y de todo el ministerio de la palabra.
Pero deseaba también el Concilio que todos los fieles laicos tuvieran un fácil acceso y una mayor familiaridad con los textos sagrados. De ese modo el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia ha de ir llenando el corazón de todos los creyentes (DV 26).
A cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, es el momento oportuno para preguntarse si aquellos deseos se han cumplido. Es cierto que muchos católicos conocen ahora las sagradas Escrituras mucho más que hace medio siglo. Pero siempre tendremos que preguntarnos si vivimos de acuerdo con su mensaje.
José-Román Flecha Andrés