Lampedusa y el alma de Europa, por Teresa García-Noblejas
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Lampedusa y el alma de Europa, por Teresa García-Noblejas
Hace una semana de la última tragedia en Lampedusa, la puerta a Europa para miles de emigrantes africanos. El lugar había sido proféticamente visitado por el papa Francisco en el mes de julio; los medios de todo el mundo, con los focos situados sobre el pontífice argentino, dieron cuenta de aquella visita.
Hoy nos informan del rescate de cientos de cadáveres y las desgarradoras escenas de los buzos que lloran al salir a la superficie aterrados porque miren donde miren hay cuerpos muertos.
La catástrofe tiene, evidentemente, numerosas y complejas dimensiones jurídicas, políticas, económicas y administrativas que urgen respuesta y prevención global, no solo europea. También soy consciente del uso partidista y demagógico de corto plazo que se hace a partir de estas tragedias.
Pero viendo las escenas y leyendo las crónicas de la catástrofe no he podido evitar recordar el discurso de Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982. Si lo recuerdan, se trataba de un acto europeísta en la que el Papa polaco se refería al "alma de Europa" caracterizada por "valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz. (?) Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: lo puedo".
Otro Papa, Francisco, expresó su primer sentimiento sobre lo ocurrido en Lampedusa con una frase demoledora: sólo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza. La Iglesia católica, no lo olvidemos, identifica con la cultura de la muerte cualquier atentado contra la vida y la dignidad de las personas.
Robert Schuman, cofundador de la UE y político católico, buscaba un alma para Europa. Juan Pablo II la definió con nitidez. Me pregunto si no la hemos encontrado o la hemos perdido para siempre con cada vida humana destrozada por los agentes de la cultura de la muerte.