Las víctimas en el centro
Una reflexión sobre los pasos que ha ido dando la Iglesia para dar visibilidad a las víctimas de los abusos y crear conciencia sobre esa lacra
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Vamos acabando esta semana que la Conferencia Episcopal Española arrancaba con la celebración de una Asamblea Plenaria Extraordinaria. Era urgente valorar el informe presentado por el Defensor del Pueblo el pasado 27 de octubre sobre los abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia. En la nota final, recordaban nuestros obispos el dolor por esos abusos cometidos en la Iglesia al tiempo que manifestaban también la sorpresa por la extrapolación de los datos obtenidos en una encuesta adjunta al informe porque, decían, no corresponden a la verdad ni representan al conjunto de sacerdotes y religiosos que trabajan lealmente y con entrega de su vida al servicio del pueblo de Dios.
El coordinador de Repara en Madrid, que participó además en este informe, muestra su indignación en una entrevista en el semanario 'Alfa y Omega' por la utilización de las víctimas como munición política.
Claro que no hace falta que el Defensor del Pueblo recordara cómo debe o qué debe hacer la Iglesia que desde hace años contribuye a erradicar los abusos sexuales y pone al servicio su dura y triste experiencia para hacerlo; la prevención, atención y reparación a las víctimas de abusos. La última iniciativa, el informe encargado al Despacho de abogados Cremades & Calvo-Sotelo, con la que se ha sumado a lo que ya venía realizando en las oficinas de protección de menores abiertas en todas las diócesis españolas. Todo ello es reflejo claro de los esfuerzos para encontrar soluciones entre todos, en medio de ese camino de tanto dolor y sufrimiento.
La Iglesia española se sumó, desde el primer momento, a la petición del Papa, con ese firme compromiso para intentar reconstruir lo dañado. Ventilar esta realidad abriendo las puertas a la compasión y ternura del Señor, sin confundir misericordia con justicia, caminando siempre hacia esa cultura del cuidado y la protección
Se trata de dar visibilidad a las víctimas y crear conciencia sobre esa lacra que corrompe el corazón de la Iglesia. Romper con la cultura de la ocultación para que no se repitan y también, claro, para dignificar a las víctimas porque, como muy bien nos recuerda Francisco, la cultura del abuso y del encubrimiento son incompatibles con la lógica del Evangelio. Un camino lento pero imprescindible para que estas personas sean sanadas y encuentren de nuevo en la Iglesia el abrazo del Señor a través de una fe y de una alegría restaurada.