Lecciones, catequesis y polémicas de la renuncia de Benedicto XVI

Lecciones, catequesis y polémicas de la renuncia de Benedicto XVI

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El mismo martes 12 de febrero, al comenzar la preparación de este número de nuestra revista, tuvimos clara la fotografía y de su leyenda para la portada de hoy. Entendimos que, con el histórico y profético gesto de la renuncia de Benedicto XVI al ministerio apostólico petrino, el, hasta el jueves 28 de febrero de 2013, Pastor Supremo de la Iglesia católica nos ofrecía nuevas y extraordinarias lecciones y catequesis. Y la primera que queremos glosar, y que alude a nuestra portada, la formuló él mismo en la audiencia general del miércoles 13 de febrero con estas palabras: "Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla".

Jesucristo, en efecto, es el Señor, el único Señor de la Iglesia. Y, como ya comentábamos la pasada semana en esta misma página editorial, Él, Jesucristo, estará también grande con nosotros mediante la elección de su nuevo Vicario. Y desde esta confianza y certeza y desde la comunión y la eclesialidad auténticas, hemos de orar ya para que la Capilla Sixtina vuelva a ser el aula del Espíritu Santo, el Pentecostés, de donde surja el nuevo Pastor que el mundo y la Iglesia de hoy necesitan.

La segunda gran lección y catequesis de este acontecimiento de primera magnitud se llama servicio. Cuando el 19 de abril de 2005, el cónclave elegía, en cuarta votación, a Joseph Ratzinger como nuevo Sucesor de San Pedro, este se presentó ante la comunidad eclesial y la humanidad entera como "un humilde trabajador de la viña del Señor". Aquellas palabras, que han quedado tan extraordinariamente corroboradas tras sus casi ocho magníficos años de ministerio y, por ende, como el principal líder religioso y autoridad moral del mundo, nos han de interpelar también ahora a vivir su renuncia y su sucesión -al igual que nuestra entera pertenencia eclesial- desde la clave del servicio. Y servir ?recordémoslo todos y apliquémonoslo todos, una vez más- es, por voluntad de Jesucristo, condición y cimiento inexcusables para construcción de su Iglesia.

Como ha escrito el padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, quienes, durante estos años, han seguido y conocido de verdad a Benedicto XVI, tenían ?teníamos- "absolutamente claro que estaba desarrollando una misión recibida, en lugar de ejercitar un poder poseído". Y que precisamente por fidelidad a esa misión recibida de lo alto, su renuncia, en razón -los siguientes entrecomillados son frases del Papa (ver página 34)- de su "avanzada edad", ha sido fruto de un escrupuloso ?y por ello sagrado- discernimiento de conciencia. Discernimiento que le ha llevado a la conclusión, a la "certeza" de que "para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".

En cuarto lugar, esta renuncia no va, ni contra nadie ni contra nada. No nos está diciendo que, por ejemplo y por citar algunas de las pequeñas polémicas de estos días, su antecesor, "el amadísimo" ?es frase del todavía Papa- beato Juan Pablo II, obrara mal por no renunciar. Ni mucho menos. ¿Quién es nadie para juzgar para la conciencia del otro? ¿Cómo dudar del inmenso testimonio que ofreció Juan Pablo II con su permanencia al frente de la Iglesia en medio de su deterioro y enfermedad, tan notables y tan lacerantes? ¿Y cómo dudar asimismo de que Benedicto XVI, con su renuncia, nos brinda otro impagable testimonio de humildad, generosidad y búsqueda del mejor bien para la Iglesia? La renuncia de Benedicto XVI es el penúltimo servicio de un humilde -y tan eficiente, eminente y luminoso- trabajador de la viña del Señor. Y responde a un ejercicio y hasta deber de conciencia, responsabilidad y libertad, mediante el cual, además, nos llama a todos a la reflexión y a actuar asimismo en conciencia, responsabilidad y libertad.

Y como última consideración por hoy, con su renuncia, Benedicto XVI tampoco ha renunciado o ha traicionado a ninguna tradición y menos aún a la Tradición. Aunque las circunstancias son sustancialmente distintas, Benedicto XVI no ha sido el primer Papa en la historia en renunciar. Y, por tanto, él tampoco se ha "inventado" o ha interpretado a su gusto la correspondiente legislación canónica.