A la luz de tu mirada (sobre las personas mayores), por José Moreno Losada, sacerdote

A la luz de tu mirada (sobre las personas mayores), por José Moreno Losada, sacerdote

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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A la luz de tu mirada (sobre las personas mayores), por José Moreno Losada, sacerdote

La persona con la que más comparto ahora es mi madre, que pronto va a cumplir los ochenta y siete años. La vejez, con su enfermedad, ha avanzado y la ha ido paralizando poco a poco. Últimamente, ha perdido las fuerzas en los pies, y la silla de ruedas ha sustituido el poco dinamismo que le quedaba; pero sigue firme su mirada.

Y su mirada tiene luz y brillo especial, su mirada entiende y escucha todo lo que le llega, al mismo tiempo que dice y expresa lo que ella es y sigue queriendo. Y, en su mirada, estoy profundizando yo la mirada de lo trascendente, la que quiero que sea mi luz en el camino de la vida. Desde ahí oro y reflexiono con la sacramentalidad que encuentro en esa mirada de la maternidad gastada, confieso y comparto las grandezas de esta mirada en el silencio y en la inmensidad de la ternura.

Tu mirada me abarca y me sobrecoge, es sublime. En ella siento la historia consumada de un mirar diario, silencioso, oculto, a la vez que tierno, compasivo, afectado y entregado. ¡Cómo se me hace evidente en tu rostro que lo esencial es invisible a los ojos y que sólo se ve bien con los ojos del corazón! Se aúnan en tu mirada sentimientos y gritos, que acojo con una intensidad que me hacen fuerte en mi debilidad. En tu mirada estoy encontrando el agradecimiento profundo de lo gratuito, habiendo sido tú quien lo has dado todo siempre, quedándote radicalmente sin nada para que tuviéramos vida.

Veo el reconocimiento de lo interno, de una unidad que no la rompe ninguna limitación, sino que se ha hecho fuerte en la complicidad de los que han comprendido el sentido y el signo de la vida, donde el tener y el hacer han quedado obnubilados por un querer que no tiene más apoyo y fundamento que las entrañas de cada uno, las que se funden en únicas y originales como nunca se habían sentido.

Y, desde las entrañas, me muestras en tu mirada tu debilidad gozosa, consciente de que me estás enriqueciendo como nadie nunca lo había hecho, y lo haces con la nada de tu dependencia total y con la mirada llena de satisfacción y alegría al ver cómo me muevo y soy contigo; veo en tus ojos el orgullo felicitante que me hace reconocerme como un hijo querido de la madre buena que siempre sabe sacar lo mejor de su prole sin pedirlo, y mucho menos exigirlo.

Tu mirada así se hace sanante para mí como nunca fui sanado, y me libera de muchos miedos, de muchas culpas, dolores y sentimientos, que se enroscan en mi debilidad y quieren hacerse dueños míos en la dependencia. Tú me haces mucho más libre cuando, en tu mirada, observo que no te tiene retenida, menos aún esclavizada, la quietud de tu cuerpo y de tus miembros. Más bien, tu prisión está siendo plataforma de una libertad indescifrable, que solo es entendible en el lenguaje de la cruz sencilla del carpintero; la de los dos maderos que, en el Crucificado, marcan la verticalidad de la mirada al Padre que enraíza en la confianza del absoluto, y la de la horizontalidad de una entrega hecha pan para los otros, donde no te han quedado ni migajas, y ahora ya sólo te falta ir entregando el espíritu con mucho Espíritu.

Pero tu mirada sería triste, o mi tristeza sería grande, si no te viera como te veo resucitada; tu mirada tiene risa, a veces carcajada, y la tiene cuando más falta hace y cuando menos razones hay para tenerla. Es un milagro y yo me estoy convirtiendo como el ciego del camino que comienza a ver. Como un tesoro vengo guardando tu mirar, pero ya es tan grande que no puedo no gritarlo; en tu mirada estoy encontrando la fuerza del resucitado. Mientras más te apagas, más fijas tu mirada en mí, más me clavas en la esperanza y en el sentido, más fuerte me siento, más ganas tengo de vivirte y de vivir sin miedo.

Deseo ser transparente como tu mirada; con el riesgo asumido porque en ti no hay temor y tienes fuerza, cuando ya parece que no eres nada en la revolución de darlo todo, en una trascendencia de la divinidad regalada que, en tu dolor y en tus dolores, se hace eternidad amada y gozo contenido. Así nos preparas para que, cuando tú te vayas en la puesta de sol agradecida y silenciosa, cerrando suavemente tus párpados, sepamos que te vas para arribar a la alegría completa y poder hacer que nosotros la recibamos, de una vez para siempre, comulgando en tu vida y en tu mirada, que entonces ya estará transfigurada y cristificada en la radicalidad del absoluto.

José Moreno Losada. Sacerdote.