Pablo VI y Franco, por Vicente CÁRCEL ORTÍ, Historiador
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Pablo VI y Franco, por Vicente CÁRCEL ORTÍ, Historiador
En los días previos a la canonización de Pablo VI, el relator general de la causa, Mons. Guido Mazzotta, durante un encuentro con los periodistas, les comunico que la Congregación para las Causas de los Santos pidió un suplemento de instrucción a varios expertos sobre algunos temas. Y, en concreto, sobre sus relaciones con Franco se me pidió un informe para aclarar algunas dudas.
Tuve siempre reservado este informe, pero al hacerlo público el relator, la corresponsal en Roma de la Agencia EFE, Cristina Cabrejas, me hizo un larga entrevista, de la que entresacó la noticia difundida el 10 de octubre por la prensa. La noticia era correcta, con un solo error, pues el telegrama de Montini no fue en favor del comunista Grimáu, sino del estudiante catalán Jordi Cunill, condenado a muerte por haber colocado un artefacto explosivo ante un edifico público de Barcelona, que no produjo víctimas. El arzobispo de Milán intercedió ante Franco y el gobierno se escandalizó por este hecho, pues Cunill no había sido condenado a muerte sin a una pena de prisión, con lo que dejaban mal al cardenal, aunque su telegrama, prudentemente, no habla de "condenado a muerte", sino de "peligro de vida". Pero cientos y cientos de periodistas repitieron como papagayos que Montini era enemigo de España.
Sobre las relaciones entre Pablo VI y Franco dije en mi informe que el Papa distinguió tres planos: primero, hacía el Jefe del Estado fue siempre respetuoso, a pesar de que no respondió positivamente a la petición del pontífice cuando le pidió la renuncia al privilegio de presentación de candidatos al episcopado.
Segundo, con el gobierno y la política en general fue muy crítico y lo de demostró en varios momentos; por ejemplo, durante el discurso del 24 de junio de 1969, que provocó comentarios encrespados en las primeras horas. La reacción de ciertos sectores de la prensa española contra el Papa, o contra los que informaban al Papa, fue muy violenta. Se recrudeció entonces una cierta desconfianza que venía acompañando, ya desde tiempo, la figura del Papa Montini en la vertiente de sus relaciones con España. Y esta desconfianza crecía entre aquellos que gustaban de mostrarse más doctrinalmente seguros, más fieles a la cátedra de Pedro.
Se distinguía cuidadosamente, con extraña precaución, entre lo que decía Pablo VI y lo que aconsejaba Montini. Se aludía a la tradicional incomprensión que la nación española había encontrado en el Vaticano. Las palabras de Pablo VI, fueron en general mal recibidas o "respetuosamente" silenciadas, pero su discurso tuvo un denso significado para España. El silencio de los comentarios pudo explicarse por la sorpresa y el dolor que muchos españoles sintieron al verse incluidos en un contexto que les parecía inadecuado, porque el Papa habló de España y también del Vietnam, de Nigeria y del Oriente Medio, y de la guerra que azotaba a esos países desde hacía años.
En sus palabras se vio claramente que Pablo VI hablaba como Pastor de la Iglesia con amor sincero para guiar en caridad hacia objetivos apostólicos más permanentes y generales, pues las palabras dirigidas a España fueron palabras pastoralmente exigentes para hombres cristianamente robustos.
Tercero: Pablo VI demostró siempre mucho amor hacia España. En sus palabras quedó expresada una defensa de la vida y no del terrorismo, una exigencia y no una ofensa a España, un deseo de ayuda y no de hostilidad hacia los gobernantes. En aquellos años difíciles para el país, tal vez lo que más necesitaba España eran verdaderos amigos. Y no eran los mejores los que siempre y en todo daban la razón al régimen español, sino los que se atrevían a exigirle caminos mejores, más altos, ejemplares y difíciles. Entre estos amigos estaba Pablo VI, que deseaba una transición pacífica de España hacia la democracia, impulsada por él mismo desde el comienzo de su pontificado en 1963.
Tarancón y Franco
Presentado como uno de los artífices de la transición política por su espíritu crítico hacia el régimen durante sus últimos años y por su trayectoria personal, el cardenal Tarancón fue siempre fidelísimo a Pablo VI y, a la vez, mostró admiración hacia Franco, dejando constancia de ello durante la homilía pronunciada en la misa "corpore insepulto", celebrada en el palacio de El Pardo, en la mañana del 20 de noviembre de 1975, en la que comenzó diciendo: "La vida de los justos está en manos de Dios" (Sab., 3, 1). Yo, que como sacerdote, he pronunciado tantas veces estas palabras, siento hoy una especialísima emoción al repetirlas ante el cuerpo de quien, durante casi cuarenta años, con una entrega total, rigió los destinos de nuestra Patria. En esta hora nos sentimos todos acongojados ante la desaparición de esta figura auténticamente histórica. Nos sentimos, sobre todo, doloridos ante la muerte de alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos ... Nos hemos reunido para rezar. No debéis esperar de mis palabras ni un juicio histórico, ni tampoco un elogio fúnebre. Ni es éste el momento de tales juicios, ni es función de la Iglesia el formularlos. La Iglesia es madre. Su función es amar. Y ante el cuerpo del hijo que se ha ido a la casa del Padre casi el único modo de amar es rezar.
Cada hombre tiene distintas maneras de amar. Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diría incluso, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento espiritual y material de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida. Yo estoy seguro de que Dios perdonará sus fallos, premiará sus aciertos y reconocerá su esfuerzo. Nosotros, con nuestra oración de hoy, le acompañaremos para que ese perdón y ese reconocimiento sea completo (B.O. de la Archidiócesis de Madrid-Alcalá, nº. 20 y 21, pp.801-803).