El pastor fúnebre

El pastor fúnebre

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El mes de noviembre nos invita a acercarnos a la tumba de nuestros seres queridos y a preguntarnos por el sentido de la muerte. Ante ese enigma siempre será de sabios volver a la Revelación.

En las páginas del Antiguo Testamento se presenta a la muerte como el salario del pecado. El hombre ha de volver al polvo del que ha sido formado (Gén 3, 19).

El Decálogo incluye el precepto "No matarás", sin añadir excepción alguna (Éx 20, 13). No es extraño que los profetas Elías y Eliseo luchen contra la muerte, denunciando el asesinato (1Re 21, 19 y 2Re 8, 12) y resucitando a su paso a algunos difuntos (1Re 17, 17-24 y 2Re 4, 8-37).

A veces, la muerte reaparece en una angustiada invocación a Dios, como en el caso de Job, que ve casi imposible encontrar un sentido a su desgracia (Job 6, 9; 7, 15).

La muerte es amarga para quien goza de la vida. Pero es vista como la liberación definitiva por quien es víctima del sufrimiento. Ese es el sentido de los versos del Sirácida: "¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo entre sus bienes, para el hombre despreocupado que prospera en todo y todavía es capaz de saborear la comida. ¡Oh muerte, qué dulce es tu sentencia para el hombre necesitado y carente de fuerzas, para el viejo acabado, preocupado por todo, que se rebela y ha perdido la paciencia!" (Eclo 41, 1-2).

Según el piadoso israelita, Dios no hizo la muerte (Sab 1, 13).La muerte ha llegado a la escena por la envidia del diablo (Sab 2, 23-24).

Aún estimando estas tradiciones, los cristianos pensamos que habrá que esperar el ejemplo y las palabras de Jesús para encontrar un sentido salvífico a la muerte y al morir.