Sobre la fecha de la Navidad

Existen suficientes evidencias como para aceptar que fue el 25 de diciembre

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Alfonso V. Carrascosa

Publicado el - Actualizado

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Las primeras evidencias del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre son escritos de Sexto Julio Africano en el año 221 d.C. La celebración aparece ya en el calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”). En España algunos señalan el 384 como año de inicio de la celebración navideña.

Aunque la tradición cristiana no fue inicialmente celebrar el cumpleaños, si no el día del paso al Padre, el llamado ‘dies natalis’, el del fallecimiento, acabó apareciendo la conmemoración del nacimiento del Señor el 25 de diciembre. De ahí que la fiesta de las fiestas católicas sea la Pascua, la noche de Pascua ‘…noche realmente gloriosa, que reconcilia al hombre con su Dios…’: el paso de este mundo al Padre de Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo. En la misma línea y yendo un poco más allá, afirma Juan Chapa que en un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte, Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33). Por otra parte, el cardenal Ratzinger señaló: “Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 131).

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No obstante lo dicho, se mantiene una corriente laicista que repite ad nauseam como un mantra, que en el fondo la fecha se eligió por cristianizar el día del sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga, día a partir del cual los días comienzan a alargarse. Vamos, que la fecha sería una imposición: de esto no sólo no hay evidencia alguna sino que el sentido común debilita dicha hipótesis sin más que considerar lo poco apetecible que sería elegir arbitrariamente una fiesta pagana para celebrar algo tan sagrado cristianamente hablando. Antes de que se me olvide, decir que en los países socialistas y luteranos la celebración de la Navidad estuvo temporalmente prohibida –en algunos sigue perseguida- aunque finalmente se recuperara la tradición.

Los estudios del profesor Shemarjahu Talmon, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, han contribuído de modo contundente a aceptar la fecha como probable. Partiendo del pasaje del Evangelio de San Lucas (1, 5-13) en el que se cuenta que siendo Herodes rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías, marido de Isabel…“…mientras Zacarías oficiaba ante el Señor, en el turno de su clase, según la usanza del servicio sacerdotal, le tocó a suertes entrar en el templo para hacer la ofrenda del incienso…” oficiando la cual el ángel le anunció el nacimiento de su hijo Juan el Bautista, de su mujer estéril.

Esa ofrenda del incienso era muy importante, y se cree que se hacía sólo una vez en la vida. Recomponiendo los turnos de actuación sacerdotal a tal fin, se averiguó que el turno de la clase de Abías era el octavo en el orden oficial. Según el calendario de la comunidad esenia de Qumrân, el profesor Talmon reconstruyó los turnos, el segundo de los cuales caía en septiembre. Coincidente con esto es que las antiguas Iglesias de Oriente celebran la concepción de Juan entre el 23 y el 25 de septiembre. Como el angel Gabriel se apareció seis meses después a la Virgen María, hablaríamos precisamente del mes de marzo, por cierto en el tiempo de Pascua, tal vez en la misma noche de Pascua: sabemos que las liturgias orientales y occidentales concuerdan en la identificación de esta fecha con el 31 del mes de Adar, que corresponde a nuestro 25 de marzo, fecha en la que la Iglesia celebra el anuncio del ángel y la concepción de Jesús. Nueve meses después daría a luz, efectivamente en diciembre.

Queda el escollo de que los pastores dice san Lucas que pasaban la noche al raso, más propio de primavera que de invierno. Si se echa mano de las normas de purezadel judaísmo, resulta que las ovejas de lana negra, que eran consideradas impuras por los judíos, no podían nunca estar en rediles dentro de la ciudad, y había que acompañarlas siempre al raso, fuera: tal vez por eso, por el rigor invernal, los pastores hacían turnos, como señala Lucas.

Como dice Benedicto XVI en sus libros de Jesús de Nazaret, no creamos a piés juntillas las hipótesis alternativas a lo revelado, simplemente para hacernos los progres, porque corremos el riesgo de infundir halos de falsedad absolutamente inventados: por eso es por lo que en el fondo dichas invenciones se propagan, para que dejemos de creer que el cristianismo es la religión de la historia.