Tradición y modernidad, por José-Román Flecha Andrés en "Diario de León" (26-10-2013)

Tradición y modernidad, por José-Román Flecha Andrés en "Diario de León" (26-10-2013)

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Tradición y modernidad, por José-Román Flecha Andrés en "Diario de León" (26-10-2013)

Muchas veces nos preguntan si la Iglesia no puede modernizarse y ponerse al ritmo de los tiempos actuales. Seguramente, la pregunta es muy justa. Pero la respuesta no es fácil.

Se dice que todas las instituciones religiosas son conservadoras. La experiencia religiosa tiende a relativizar lo temporal al contraponerlo a lo eterno. El creyente piensa que lo que en otro tiempo ofrecía sentido para la vida humana, ha de ofrecerlo siempre y en todas partes. La oferta de la salvación no tiene fecha de caducidad.

La memoria de los orígenes ayuda a los fieles a redescubrir la riqueza y la frescura del carisma original. Recordar el mensaje significa testimoniar el valor de una revelación superior. Además, esa fidelidad a los orígenes comporta una dedicación al ser humano. Y exige la atención que merece por su misma vulnerabilidad, por su debilidad natural o por las desgracias coyunturales que le pueden acaecer.

De ahí que la experiencia religiosa tenga que dialogar en el lenguaje que resulta comprensible para ese espacio social. La misma fidelidad al carisma inicial exige la renovación del lenguaje y de los gestos y la creatividad a la hora de señalar los lugares y los modos de presencia en la sociedad.

En los evangelios, encontramos unas frases que nos llevan a pensar en la necesidad de armonizar la fidelidad con la creatividad. Jesús dijo: "Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan." (Mt 9, 16-17).

Esta doble metáfora del paño y del vino se sitúa en la polémica sobre el ayuno de los discípulos. Pero nos dice también que es preciso verter el vino fresco del Espíritu en estructuras que puedan conservarlo y hacerlo atrayente en cada época de la historia.

De la Iglesia se espera novedad. Pero esa novedad no puede reducirse solamente a la forma artística o musical. Y menos aún, a la aceptación de actos o de leyes que van contra la dignidad de la persona y contra los valores morales. Esa novedad implica sencillez y verdad.

El Papa Francisco nos enseña, de palabra y de obra, que lo más novedoso y atrayente para las gentes de hoy es precisamente la fidelidad al evangelio. Lo nuevo es la misión que nos confío el Señor. Lo nuevo es el valor de quien sabe nadar contracorriente. Lo nuevo es el servicio humilde y generoso a los hermanos que se encuentran en las periferias del mundo.

El vino burbujeante de la vida evangélica no puede ser contenido en los viejos odres de la autorreferencia y de una lejanía que dificulta el diálogo y el encuentro. La atención al hoy de Dios nos ha de llevar a una fidelidad que se convierte en evangelización y en servicio.

José-Román Flecha Andrés