Una inteligencia sin alma

Mario Alcudia reflexiona sobre el uso de la IA y su influencia en nuestra vida: "Delegar nuestras acciones en algoritmos, nos hace renunciar a parte de nuestra libertad"

Mario Alcudia

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Sin duda, una de las noticias de esta semana ha sido la difusión de imágenes manipuladas por la Inteligencia Artificial mostrando a menores desnudas en la localidad extremeña de Almendralejo. Una treintena de adolescentes se han visto afectadas por este suceso que deja ver los potenciales peligros de la IA de la que ya nos ha advertido el Papa Francisco, quien por cierto hace unos meses fue objeto de un montaje vestido con un abrigo de Balenciaga al más puro estilo rapero. Y es que, no es que el Papa vea o entienda la tecnología como algo malévolo pero pide prudencia en su uso; hacer uso de ella de una forma responsable.

En mayo de este año, en Alemania, en la catedral de Ratisbona, el sacerdote Bernhard Piendl, al reflexionar en su homilía sobre el pasaje evangélico de san Juan en el que se habla de la despedida de Jesús a sus discípulos, avisaba a los fieles que parte de su reflexión la había realizada través del chat GPT. El propio presbítero señalaba poco después que, aunque la reflexión era buena y sencilla de comprender, resultaba imposible sustituir esa predicación por la persona, pues siempre debe nacer de la reflexión y del diálogo con el Señor.

Todos estos hechos, que nos plantean profundos interrogantes, que es a la vez tan fascinante como temible, deja en evidencia nuestra vulnerabilidad. Delegar nuestras decisiones y acciones en algoritmos, nos hace renunciar a una parte de nuestra libertad.

Llevamos ya tiempo viendo numerosos avances provocados por la revolución tecnológica, esa fe 3.0 a través del continente digital, que tiene ahora como último eslabón la Inteligencia Artificial que, probablemente, bien empleada pueda ser una estupenda herramienta o instrumento para la evangelización; siempre como decimos, claro, que no se olvide el sentido trascendente y espiritual y que ponga en el centro a la persona.

En este sentido va precisamente la afirmación del dominico francés, Éric Salobir, consultor de la Santa Sede en materia de nuevas tecnologías en su obra ‘Dieu et la Silicon Valley’, que nos recuerda que “necesitamos estar en diálogo permanente con los desarrolladores de esas tecnologías porque no podemos sencillamente pensar que hacer algo bueno es parte de su responsabilidad. En parte, es responsabilidad de las empresas, pero también lo es de la sociedad y de todas las instituciones, como la Iglesia católica, que debe acompañar este movimiento. No podemos quedarnos callados. Tenemos que ser parte de la conversación”.