En los días del crucificado y siempre, Sí al Crucifijo

En los días del crucificado y siempre, Sí al Crucifijo

Jesús de las Heras

Publicado el - Actualizado

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En los días del crucificado y siempre, Sí al Crucifijo

El clamor de la Semana Santa, el clamor del Viernes Santo es clamor en pro de la Cruz y del Crucifijo y de las distintas iniciativas a favor de este símbolo

Hoy es uno de los días más santos del año y de la historia. Hoy es Viernes Santo, el día de la Cruz y del Crucificado, el día del amor y de la redención. Hoy es día del Crucifijo, que requiere un sí a este símbolo no solo para esta jornada en que el crucifijo será elevado, adorado, venerado, mostrado y procesionado por doquier, sino también durante todos los días y en todas las circunstancias de nuestra vida.

Lo que es la Cruz, lo que significa el Crucifijo

Y es que la cruz es la clave del evangelio, la llave de la puerta santa del cielo. Es la gran escuela del amor y de la sabiduría de un Dios clavado y abierto. En ella, en la cruz está la vida y el consuelo y ella sola es el camino para el cielo. Es una oliva preciosa la santa cruz, que con su aceite nos unta y nos da luz. Hecha está la cruz a la medida de Dios, de nuestro Dios. Y hecha está también a la medida del hombre. La cruz es el torrente sanguíneo que nutre nuestras arterias del alma. La cruz es el símbolo y la prenda de la vida verdadera. La cruz es el camino de la misericordia, de la bondad, de la verdad, de la valentía y del amor. La cruz es la escuela de la fe, el motor de la esperanza y el horno de la caridad. La cruz es el árbol único en nobleza, el árbol de la vida. Porque la cruz es la gloria y la gloria es la cruz.

¿Qué habría sido de España, de Europa, de Occidente sin la aportación decisiva en su historia, en su cultura, en su idiosincrasia del cristianismo, cuya señal es la cruz? ¿Cómo es posible que Europa reniegue de su misma identidad? ¿Cómo es posible rechazar el crucifijo en nombre de los derechos humanos cuando el crucifijo representa a una Persona a la que le fueron negados precisamente los principales de los derechos como son los de la defensa y la vida? ¿Cómo es posible que se relegue el signo de quien murió perdonando y amando? ¿Cómo es posible que se ignore que donde estuvo y sigue estando el cristianismo han sido y son posible la libertad, los derechos, la tolerancia, la pluralidad y el progreso?

El crucifijo es, sí, la señal del cristianismo, es un símbolo religioso. Pero su significación va mucho más allá. El crucifijo es un símbolo universal de acogida, de solidaridad, de amor, de perdón, de reconciliación, de paz. Los caminos de la humanidad -muy singularmente de Europa y de España- están llenos de cruces. La cruz se ha pintado y se pinta, se ha labrado y se labra en talla con primor, con esplendor y con modestia. Da igual su apariencia porque ningún signo además es más fácil de hacer y de reproducir. La cruz se ha cincelado y se cincela en metales preciosos y en metales humildes. La cruz se ha cantado y se canta, se ha versificado y se versifica con las mejores y más inspiradas músicas y letras. La cruz se lleva junto al pecho y preside los rincones más entrañables del hogar. La cruz es la protagonista indiscutible de estos días de fiesta y de pasión, de estas jornadas de Semana Santa. ¿Por qué relegarla, ocultarla y hasta proscribirla? ¿A quién y por qué molesta el crucifijo?

Mirar al Crucificado

Mirarán, sí, al que atravesaron. A aquel que clavado enseña tanto. A aquel que siempre está abierto. Al Cristo Crucificado, sí, al Cristo de Viernes Santo, ciencia eterna, libro santo, salud perpetua, esperanza única.

"¡Oh maravillosa y nueva virtud! ?escribió San Juan de Ávila ante su Crucifijo de tamaño natural de Montilla (Córdoba)- ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".

Escuchar al Crucificado

"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen", Hoy estarás conmigo en el Paraíso","Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre", "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, "Tengo sed", "Todo está consumado" y "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" fueron las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz. Vivir, sufrir, servir y amar según la voluntad del Padre son los cuatro verbos que sintetizan estas siete palabras.

Tres claves fundamentales, tres respuestas definitivas se escuchan desde el silencio y el tormento de la cruz de Cristo: la fidelidad a la voluntad del Padre en el cumplimiento de la misión encomendada (Palabras 1 -"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" y 6 -"Todo está consumado"-), el ejercicio heroico y sublime del amor hasta el extremo -amor transido de solidaridad y de servicio al prójimo- (Palabras 2 -"Hoy estarás conmigo en el Paraíso", 3 -"Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre", 4 -"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?- y 5 -"Tengo sed") y la confianza plena en que el Padre sabe lo hace y que siempre -máxime en el dolor, en la prueba y en la misión- nos acoge en sus manos misericordiosas, en su regazo materno (Palabra 7 -"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"-).

Las Siete Palabras de Jesús en la cruz son, por ello, la síntesis de su vida y de su muerte, la prenda y anticipo de su resurrección. Son su testamento. Comienzan y acaban invocando, con dolor y amor infinitos, el nombre del Padre. He ahí, pues, su significado y su legado: vivir en la voluntad de Padre cuya gloria es la vida del hombre.

Las palabras de Jesús en la cruz no son un monólogo desesperado. Son un cántico de alabanza, desgarrado y confiado, atormentado y esperanzado. Son palabras para los demás. Son palabras pendientes de los demás: del buen ladrón -"Hoy estarás conmigo en el Paraíso-, de la Madre y del discípulo -"Madre, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre"- y de la humanidad gimiente y redimida -"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen", "Tengo sed". Son palabras del Hijo en diálogo de dolor y amor con el Padre: "Todo está consumado"."En tus manos encomiendo mi espíritu".

Por ello y desde entonces, la vida tiene sentido. La cruz es no solo un suplicio atroz e inhumano. Del costado de Cristo, abierto y traspasado por una lanza, brotan sangre y agua. La cruz es el árbol de la vida. El dolor es salvador. La muerte es la puerta de la resurrección. ¿Y va entonces nuestra sociedad a prohibir la cruz?