Lo que es el Vía Crucis: El Vía Crucis es el camino de la misericordia

Lo que es el Vía Crucis: El Vía Crucis es el camino de la misericordia

Jesús de las Heras

Publicado el - Actualizado

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Lo que es el Vía Crucis: El Vía Crucis es el camino de la misericordia

Nos invita a emprender el camino del bien y a poner con Jesús un límite al mal.

"El Vía Crucis -afirmaba el Papa Benedicto XVI al término del rezo del Vía Crucis en el Coliseo Romano, en al anochecer del Viernes Santo- es el camino de la misericordia. Es el camino de la bondad, de la verdad, de la valentía, del amor… No es simplemente una lista de lo oscuro y triste del mundo, no es tampoco un moralismo, en definitiva, ineficiente, y no es un grito de protesta que no cambia nada; por el contrario, es el camino de la misericordia, la misericordia que pone un límite al mal. Es el camino de la misericordia y, de este modo, es el camino de la salvación. Nos invita a emprender el camino de la misericordia y a poner con Jesús un límite al mal".

El Vía Crucis es memoria viva de la historia más sagrada, escuela de fe y de virtudes e interpelación para el compromiso y el testimonio de la vida cristiana. Es contemplar y mirar al que atravesaron. Es reproducción vivida, escenificada y sentida de los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo. Es evocación del camino de la cruz. Es acompañamiento del Señor en las intensas y dramáticas horas del Amor más grande. Es compartir y completar en nosotros lo que le falta a la Pasión de Cristo. Es inmersión en la historia de fe y de devoción del pueblo cristiano. Es apurar la compañía de Jesús y pregustar y presentir los mismos sentimientos de Cristo, Quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, despojándose de su rango, actuando con un hombre cualquier y sometiéndose a una muerte y muerte de cruz.

El Vía Crucis es celebrar y anticipar la Pascua. Es hogar de contemplación y unción. Es escuela de perdón, de arrepentimiento y de conversión. Es horno de caridad. Es hontanar de vida y de compromiso. Es fuente de transformación y de apostolado. Es una de las más bellas plegarias que ha brotado del alma del pueblo fiel y una de las más extraordinarias, oportunas y fecundas praxis de cuaresma.

Memoria de la historia más sagrada

El Vía Crucis es la Vía Dolorosa jerosolimitana, traspasado y trasplantado a nuestros templos, a nuestras comunidades, a nuestras calles y a nuestras plazas. Es recorrer las estaciones del dolor y del amor más grandes: del Pretorio de la condena nuestra de cada al jardín de la vida y del sepulcro abierto, vacío y resucitado; del Getsanamí del Cristo y del hombre que permanacen en agonía hasta el final de los tiempos hasta la tumba florecida en la Pascua sin ocaso.

Cuentan las crónicas que cuando los cristianos, a partir del siglo IV, comenzaron a peregrinar a Jerusalén, tuvieron especial interés y celo por redescubrir y recuperar los "mismísimos" lugares de la Pasión, y que ellos les dieron el nombre de la Vía Dolorosa y que sobre ellos construyeron templos, por el "Liítos rotos" (La Iglesia de la Flagelación) y, ante todo y sobre todo, la Basílica del Santo Sepulcro.

Cuentan también las crónicas que fueron los franciscanos, a partir del siglo XIII, quienes, siguiendo la estela y huela de San Francisco de Asís, peregrino en Tierra santa y testigo inigualable de la cruz, de la pasión y de la pascua, popularizaron y divulgaron este ejercicio de piedad, que todavía mantienen impertérritos todos los viernes del año. Ellos fueron quienes expandieron por toda la cristiandad esta devoción. Y ellos, los franciscanos españoles, fueron quienes en el siglo XVII, formularon las catorce estaciones clásicas y tradicionales del Vía Crucis, que continúan entre nosotros como un magnífico mosaico y muestrario de la Pasión.

En la Semana Santa de 1991, el Papa Juan Pablo II, quiso enriquecer aún más este ejercicio piadoso y formuló catorce nuevas estaciones, todas ellas transidas de sabor y referencias neotestamentarias, convergentes con las catorce anteriores, y que hoy sirven, unas y otras, de complemento y de alternación.

Escuela de fe y virtudes

El Vía Crucis, al recordar la Pasión, vuelve a traernos al corazón aquellos misterios de gracia y de amor inconmensurables. Hacemos memoria de lo acontecido y aprendemos, renovamos y "reciclamos", de nuevo, lo aprendido. De este modo, el Vía Crucis se convierte también en escuela de fe y de virtudes.

El Vía Crucis nos muestra la grandeza y la debilidad, el llanto y la gallardía de Jesucristo. Contemplamos también a los principales personajes de la Pasión, ante quien debemos confrontarnos. ¿Somos como Judas? ¿Cómo Pedro? ¿Cómo Anás y Caifás, como Pilato? ¿Cómo con el buen ladrón o como el mal ladrón? ¿Cómo María? ¿Cómo Simón de Cirene, o la Verónica, o las mujeres llorosas de Jerusalén?

El Vía Crucis nos muestra la gravedad del pecado, simbolizado en tres caídas. Cristo no pecó y cayó tres veces por nuestros pecados. El Vía Crucis nos enseña la dureza y la excelencia de la cruz, "árbol fiel, único en nobleza", árbol de la vida y del amor.

El Vía Crucis se detiene orante y apesadumbrado ante el Calvario. Se conmueve en el Descendimiento y espera, con María, ante el sepulcro nuevo de José de Arimatea, cerrado tres días y abierto para la eternidad.

En el Vía Crucis aprendemos lo que es obediencia, lo que es fidelidad, lo que es solidaridad, lo que es entrega, lo que es dolor, lo que es espera. En el Vía Crucis aprendemos lo que es Amor, el Amor más grande y definitivo.

Interpelación para la vida

Por todo ello, el Vía Crucis es estímulo, acicate e interpelación para la vida, para el compromiso, para el testimonio. El Vía Crucis nos interpela a ser mejores cristianos. Y lo hace a través de cinco grandes actitudes.

La primera de ella es la necesidad de la oración y de la contemplación, que requieren asimismo del ámbito de la educación y de la formación de la fe, para tener y dar respuestas adecuadas, creíbles y convincentes de nuestra esperanza.

En tercer lugar, el Vía Crucis nos transforma en personas de Eucaristía porque el Vía Crucis es también imagen de la parábola del grano de trigo que sólo si cae en la tierra y muere en ella da fruto y brota la espiga de oro.

El Vía Crucis nos interpela a vivir en Iglesia, a ser Iglesia, a sentirnos Iglesia, a experimentar su comunión, su gozo, su don y su compromiso. Cada vez que rezamos el Vía nos unimos a millones y millones de cristianos como nosotros que lo han rezado, rezan y rezarán.

El Vía Crucis es llamada apremiante y exigente en pro de la caridad, de la verdadera y cristiana solidaridad. En el Vía Crucis no sólo evocamos y celebrábamos la Pasión de Cristo, sino también la Pasión de la humanidad y su anhelo irrefrenable de Pascua.

Jesús de las Heras Muela