Ángel Guerra Sierra

A lo largo de su carrera, este científico católico español vivo, estudioso del mundo marino, se ha preocupado de divulgar la complementariedad ciencia-fe

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Alfonso V. Carrascosa

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Ángel Guerra Sierra (Madrid, 1947), casado y con dos hijos, es doctor en Biología por la Universidad de Barcelona y ha sido profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Jefe del grupo de investigación ‘Ecología y Biodiversidad Marinas’ y del Departamento de Recursos Naturales y Ecología Marina en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo.

Consultor de la UE y FAO, ha presidido el Centro Nacional de Investigaciones Pesqueras y la organización internacional Unitas Malacologica. Ha dirigido catorce expediciones científicas en el Mediterráneo, Atlántico y Pacífico. Ha sido profesor de cursos de doctorado y másteres en tres universidades españolas, y director de 21 tesis doctorales y 6 de licenciatura. También ha impartido cursos y conferencias en varias universidades europeas y americanas.

Entre sus publicaciones pueden citarse más de 200 artículos científicos en revistas nacionales e internacionales, 12 libros sobre Ecología y Biología Marina, y unos veinte capítulos en volúmenes colectivos. También ha realizado una importante actividad en divulgación de la ciencia a través de varias decenas de artículos y libros. Algunos de sus títulos han sido El Calamar Gigante (CSIC, 2010), Salvaguardar el medio ambiente (Ediciones Internacionales Universitarias. EIUNSA, 2012) o El anzuelo. Una expedición en aguas de California (Bubok Ediciones, 2013). Ha recibido algunos premios como el primer premio en la 35º edición del Ciclo Internacional de Cine Submarinos de San Sebastián por asesoramiento científico en el documental O mar da fin do mundo, y haber sido nombrado miembro de honor del Consejo Internacional sobre Cefalópodos en 2012.

Debido a tratarse de un científico creyente católico practicante, ha llevado a cabo también diversas colaboraciones sobre Ciencia, Fe y Sociedad, y publicado libros como Onésimo, el esclavo que convirtió San Pablo (Ed. Palabra, 2009), El vaticinio de la Cruz (Ed. Cobel, 2010), Hombres de ciencia, hombres de fe (Ed. Rialp, 2011) o El dinamismo de la información en la naturaleza (Ediciones Encuentro, 2015) del que ya hablamos aquí.

Ciencia y fe

En su libro Hombres de ciencia, hombres de fe, Ángel Guerra parte de una frase de Einstein —la ciencia sin religión es coja y la religión sin ciencia es ciega— para mostrar las vidas de algunos importantes científicos en los que ciencia y fe católica se han encontrado sin conflicto alguno, como Lemaitre y Roger Boscovich, John Eccles y Gaudi, Lejeune e Hildegarda de Bigen, Morgagni, Pasteur y otros. «La compatibilidad y la sintonía entre ciencia y religión, al hilo de personas que emplearon su talento para profundizar en el mundo natural y demostraron también una profunda fe» (p. 11) es lo que señala el autor que es su pretensión.

Dice también en el libro que «asumimos con frecuencia que entre ciencia y religión siempre hubo un antagonismo inevitable e irreducible. Pero lo que la Historia revela es que no fue así, sino que hubo más etapas de mutua fecundidad y convivencia que de conflictos» (pp. 45-46). Ángel Guerra manifiesta asímismo su convicción de que la fe católica incrementa en el científico la eficacia de su trabajo: «a lo largo de la historia muchos grandes científicos y pensadores han tratado de añadir al trabajo una respuesta a sus inquietudes interiores. Han conectado el atractivo y la satisfacción subjetiva de sus propios descubrimientos con una Verdad que lo explica y lo invade todo» (pp. 13-14).

Además, no duda en afirmar que la ciencia debe mucho al cristianismo, no tratando de mostrar necesariamente una contribución teórica sobre el modo de entender la relación entre ciencia y fe, sino el testimonio y el ejemplo de científicos creyentes. Demuestra que los científicos elegidos estudiaron las claves del mundo natural y mantuvieron una honda religiosidad personal. Para Ángel Guerra ciencia y fe son ámbitos de conocimiento que «conservando su propia independencia y autonomía, entre ciencia y religión hay puentes sólidos por los que transitar; la convergencia es posible a distintos niveles» (p. 220).

CONTRA FACTUM NON VALET ARGUMENTUM