Benedicto XVI y el bautismo del Señor

En esta fecha que marca el final de la Navidad, recordamos las reflexiones del recién fallecido Papa acerca del bautismo del Jesús

Benedicto XVI y el bautismo del Señor

Alfonso V. Carrascosa

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En su libro Jesús de Nazaret, primero de la trilogía publicado en 2007 —Año de la Ciencia en España—, Benedicto XVI señalaba que la vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan Bautista. Lucas nos dice que Jesús tenía unos treinta años, es decir, la edad que le autorizaba a realizar actividades públicas. Lucas sitúa históricamente el acontecimiento dentro de la historia universal y de la local evitando así que la narración pueda ser entendida como un mito: es un hecho histórico.

La mención a Poncio Pilato señala directamente la Cruz. Tierra Santa está en ese momento ocupada por una fuerza pagana: Roma. Israel vive la oscuridad de Dios, como consecuencia de la cual está dividido: fariseos, saduceos, esenios y celotas. Estos últimos producen levantamientos brutalmente sofocados por los romanos. La lectura de la misa de hoy señala a un miembro de esta fuerza de ocupación, el centurión Cornelio, como miembro de la naciente Iglesia, porque Dios no hace acepción de personas, como comenta san Pedro.

Más allá de la tradición

Sigue Benedicto XVI comentando que el bautismo va más allá de las abluciones religiosas purificadoras en la mikvá: se trata de un gesto que señala el deseo de una nueva forma de pensar y actuar. Juan dice que viene alguien detrás de él y que hay que preparar el camino a este que es el Otro: preparado el camino al Señor, éste bautizará con espíritu Santo. El bautismo de Juan incluye el reconocimiento de los pecados y su confesión: quien lo recibe manifiesta querer dejar la vida de pecado. La inmersión simboliza la muerte: hace pensar en el Diluvio, señala un nuevo comienzo. Toda Judea y Jerusalén acudían para bautizarse: Jesús viene desde Nazaret de Galilea a bautizarse en el Jordán. Jesús viene de lejos y se mezcla entre la multitud gris de los pecadores. ¿Cómo podía Jesús confesar sus pecados? «Déjalo ahora: está bien que cumplamos así toda justicia»... Entonces Juan lo permitió: en una determinada situación provisional, vale una determinada forma de actuación, apostilla Benedicto XVI.

La palabra justicia es la respuesta del hombre a la Torá: la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del yugo del Reino de Dios. Jesús es lo que está expresando: la realización de la voluntad de Dios comporta un acercarse a esa necesidad de empezar de nuevo. Este gesto expresa solidaridad con los hombres que se han hecho culpables. Jesús recibió el bautismo mientras oraba. Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad: entró con ella en el Jordán, tomando el puesto de los pecadores. Se puso en la fila de los pecadores que no sabían cómo dejar de pecar ni qué hacer con sus vidas, iluminados sin duda por el Espíritu Santo a través de la predicación del Bautista.

Morir por los pecados de la humanidad

Jesús es el verdadero Jonás, que dice a los marineros «¡Tomadme y lanzadme al mar!», porque viene a cumplir toda justicia, algo que se manifestará plenamente en la Cruz. Este bautismo de Jesús es una primera manifestación de la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad. «Este es mi Hijo amado». Anticipa la resurrección. Solo a partir de aquí se puede entender el bautismo cristiano, la anticipación de la muerte en la Cruz.

Todo esto se refleja en los iconos de la Iglesia Oriental. El que se muestra en este artículo es de Kiko Argüello, que ha hecho resurgir la iconografía para toda la Iglesia, algo prácticamente olvidado en las liturgias occidentales. El Bautismo del Señor es la Epifanía: una voz del Cielo indica la filiación divina. «No se haga mi voluntad, sino la tuya» parecemos escuchar como eco de Getsemaní al contemplar esta imagen, en ese cumplir toda justicia. En el icono del Bautismo, Jesucristo está sumergido en un sepulcro líquido, que es la representación iconográfica del Hades, indicando el descenso de Jesús a los infiernos. Dice Cirilo de Jerusalén «sumergido en el agua ha vencido al poderoso» y Juan Crisóstomo «la entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y la resurrección».

Indica además en su escrito Benedicto XVI que los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: el Jordán se retiró ante el manto de Eliseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco con Moisés, como imagen auténtica del bautismo por el que avanzamos por el camino de la vida. El bautismo de Jesús ha de entenderse así como compendio de toda la historia de salvación: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al infierno, no solo como espectador que es lo que hacen Dante, sino como compadecido… sufrimiento transformador. Abriendo las puertas del abismo, el descenso a la casa del mal con el poder de atar al poderoso, invencible por las meras fuerzas de la historia universal.

La historia de la Salvación

En el cuarto Evangelio se indica que Juan el Bautista al ver a Jesús pronunció «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», que hace referencia a Isaías 53, 7 «como oveja ante el esquilador», al cordero pascual, también al siervo que carga con los pecados del mundo. La universalidad de la misión de Jesús: Israel no existe solo para sí mismo. La expresión «Cordero de Dios» tiene relación con la teología de la Cruz: el cielo se rasgó, apareció una paloma que recuerda al espíritu que aleteaba sobre las aguas. El cielo se abrirá también en la Transfiguración. El cielo se abre cuando Jesús se manifiesta: el Cielo es donde se cumple, se hace la voluntad de Dios, donde se cumple toda justicia. Es una escena Trinitaria: el Hijo Predilecto, el Padre y el Espíritu Santo, que hace referencia a la misión de los discípulos «bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Pues bien, señala finalmente Benedicto XVI que hay toda una teología liberal que habla de que esta escena es una experiencia vocacional, una experiencia estremecedora, siendo esto más bien asimilable a las novelas sobre Jesús, pero nada de eso se encuentra en los textos. No se puede imaginar la intimidad de Jesús, no debemos inventárnosla. Jesús está por encima de nuestras psicologías, como dice Romano Guardini. Lo que expresa esta escena es la relación de Jesús con Moisés y los profetas. Jesús es totalmente Otro, por eso puede ser contemporáneo de todos nosotros, más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro, que dice San Agustín.

Todo lo dicho hasta aquí no es más que un torpe resumen de lo dicho inspiradísimamente por Benedicto XVI. Una pena que muchas veces nos inventemos lo que significan las cosas, cuando la profundidad de una exégesis respetuosa con los textos y el Magisterio es lo que verdaderamente ayuda en el hoy que nos es dado vivir.