Divulgación científica y fe católica
Pocos saben que la divulgación científica fue un invento católico, pero como en tantos ámbitos la Iglesia no reclama la autoría de tanta obra buena realizada durante los siglos
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Galileo Galilei (1564-1642), astrónomo, matemático y físico considerado como el padre de la ciencia incluso por ateos y laicistas, es probablemente el científico católico más importante de todos los tiempos. Su libro “Sidereus Nuncius” (Mensajero Sideral) publicado en 1611 inaugura lo que actualmente se conoce como divulgación científica que hoy en día es la base de la cultura científica, en la cual suelen colarse aspectos ideológicos y no propiamente científicos sin más. En 1623 escribió otra parte de sus hallazgos en un tono capaz de llegar al gran público y ser entendido, inaugurando de este modo con sus “Diálogos sobre los Dos Grandes Sistemas del Mundo”, donde los personajes Sagredo, Salviati y Simplicio departen en italiano sobre el candente problema del centro del universo. Pero no es ésta la única manera de conocer que la divulgación científica es un fenómeno creado por la Iglesia Católica.
Y es que fue también en el siglo XVII, cuando se forman y consolidaron las sociedades científicas. La primera de ellas, la Academia dei Lincei, es fundada en Roma el año 1603, siendo su actividad el someter temas a debate entre críticos expertos, favorecer el intercambio de ideas y publicar libros y artículos, proporcionando y propagando ideas científicas entre la ciudadanía de la época. Supone la institucionalización de la cultura científica, y en ella fue determinante la actuación de la institución promotora de la ciencia más importante de la época: la Iglesia Católica. Al frente de dicha academia y con el aliento del Papa Clemente VIII, se puso al también científico católico Federico Cesi. Sería más tarde, en 1660, cuando se fundase la Royal Society, y seis años después la Académie Royale des Sciences.
A ella ingresó en 1611 Galileo Galilei, que llegó a aseverar en carta dirigida a Benetto Castelli el 21 de diciembre de 1613 que “…la Escritura Santa y la naturaleza, al provenir ambas del verbo divino, la primera en cuanto dictada por el Espíritu Santo, y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios, no pueden contradecirse jamás”. Con el paso del tiempo dicha academia ha llegado a ser la Academia Pontificia de Ciencias, y su cometido lo reflejaba el propio Galilei.
En la actualidad las ideologías materialistas y ateas han convertido la divulgación científica en cultura científica que es el hecho científico más la ideología materialista camuflada no explícitamente. La creación del discurso laicista que no habla de la religiosidad de la ciencia ha de ser contrarrestada con un inteligente planteamiento que nos toca hacer a los católicos, entre otras cosas porque es algo muy nuestro lo de divulgar la ciencia. Sorprende a este respecto el poco contenido conciliador ciencia fe hacen muchos medios que se presentan como católicos. Recuperar la apologética urge, sobre todo por la gente joven. Muchos dicen perder la fe por creer que es incompatible con la ciencia., nada más falso y anticientífico. Que por inspiración laicista no se haga mención alguna a la relación que la Iglesia Católica ha tenido y tiene con la ciencia es algo carente de rigor científico, lo cual debilita la credibilidad de los que así actúan: cuando Galileo creó la divulgación científica, y el papa Clemente VIII la institucionalizó al fundar la Academia dei Lincei, ninguno de los que en la actualidad se presentan como padres y madres de la divulgación científica habían nacido.