José María Penado Rodríguez

Este cura católico descubrió las ruinas romanas de Santa Eulalia de Bóveda, uno de los monumentos más importantes de Lugo

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Alfonso V. Carrascosa

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Ahora que se conmemora el Centenario del descubrimiento arqueológico de la tumba de Tutankamon por el inglés Howard Carter, concretamente el 4 de noviembre de 1922, debemos recordar que en España este tipo de descubrimientos los han realizado en ocasiones curas, algo a lo que ya nos hemos referido aquí en ECCLESIA al hablar, por ejemplo, de Ignacio Calvo Sánchez, primer excavador del castro del Monte Santa Tecla, enviado por el Museo Arqueológico Nacional.

Pero nos vamos a referir a otro caso, hasta ahora prácticamente desconocido para el gran público, nuevo ejemplo de conciliación ciencia-fe católica en Galicia: el caso del monumento de Santa Eulalia de Bóveda. A este caso se refiere, entre otros, el periodista José de Cora, Académico Xacobeo, en artículo publicado en El Progreso, del que es director general, artículo del que tomamos la foto y algunos datos que a continuación incorporamos al relato junto con otros de diversas fuentes.

Según relata Enrique Jorge Montenegro Rúa en varios artículos relacionados con su tesis doctoral, como Los descubrimientos de José María Penado en Santa Eulalia de Bóveda y otros, José María Penado Rodríguez nació en San Pedro de Calde (Lugo) en 1874, y después de estudiar en el Seminario de Lugo fue ordenado presbítero el 21 de diciembre de 1901. Tras ocupar diversos cargos, llegó en 1909 a la parroquia de San Xillao de Vilachá de Mera y sus curatos anejos de Santiago de Prógalo y Santa Eulalia de Bóveda. Se dice que llegó con conocimiento probablemente por parte de algún familiar suyo de la posible existencia de otro templo debajo de la iglesia de San Eulalia. Allí estuvo hasta su fallecimiento el 14 de noviembre de 1975 a los 101 años de edad.

Declaración de Monumento histórico-artístico

Fue en 1914, al tener la necesidad de rebajar parte del terreno del atrio y comprobar que en determinadas zonas el firme cedía por la existencia de oquedades, cuando se percató de la existencia de una estancia debajo del suelo de la iglesia. No se haría público el descubrimiento hasta 1926, año en el que Luis López-Martí y el arquitecto del ayuntamiento Ricardo García Puig, vocales de la Comisión de Monumentos de Lugo, visitaron el yacimiento y dieron cuenta de la trascendencia del hallazgo. Ese mismo año, Penado, licenciado en Filosofía y Letras, fue designado maestro de obras de las excavaciones, y Luis López-Martí y Ricardo García Puig directores de la misma. A partir del verano de 1927 Manuel Gómez-Moreno supervisó minuciosamente toda la actuación desde Madrid.

La actitud de José María Penado no cuadra con el estereotipo laicista de la leyenda progre, en el sentido de enemigo de la ciencia y la cultura, ya que mientras sus obligaciones como párroco no se lo impidiesen, colaboraría con la excavación y albergaría en su casa a no pocos científicos que se interesaron por el tema y participaron en los trabajos. Tras varios fondos locales y nacionales destinados a la excavación y recuperación del monumento, el Comité ejecutivo de la Junta del Patronato para la protección, conservación y acrecentamiento del Tesoro Artístico Nacional declaró a Santa Eulalia de Bóveda monumento histórico-artístico mediante el Decreto de 3 de junio de 1931 (Gaceta de Madrid del 4 de junio), en plena monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII, en el transcurso de la cual transcurrió la práctica totalidad de la Edad de Plata.

Tras varias interpretaciones arqueológicas del lugar, su mayor experto, el ya aludido Enrique Montenegro, dio una conferencia interpretando el conjunto -iglesia cristiana aparte- como un monumento funerario romano de características prácticamente únicas en nuestro país: fue descubierto por un cura católico, como Altamira lo fuera por la hija del laico católico practicante Marcelino Saez de Sautuola.