Benedicto XVI y la evolución

Las reflexiones de Papa sobre evolución refuerzan el convencimiento de que solamente un uso ideológico del fenómeno evolutivo puede enfrentarlo con la fe católica

Benedicto XVI y la evolución

Alfonso V. Carrascosa

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Benedicto XVI habló de la evolución, con clarividente magisterio, algo de mucha de utilidad para profundizar en el convencimiento de que solamente un uso ideológico del fenómeno evolutivo puede enfrentarlo con la fe católica.

Para empezar tal vez convenga recordar que Darwin, considerado padre de la teoría de la evolución, sólo tuvo un título universitario, el de teólogo anglicano. Los expertos nos dicen que cuando propuso la evolución de las especies y la selección natural era creyente, algo coincidente con lo que dejó escrito en, por ejemplo, El origen de las especies: "No veo ninguna razón válida para que las opiniones expuestas en este libro ofendan los sentimientos religiosos de nadie. Un famoso autor y teólogo me ha escrito que gradualmente ha ido viendo que es una concepción igualmente noble de la Divinidad creer que Ella ha creado un corto número de formas primitivas capaces de transformarse por sí mismas en otras formas necesarias, como creer que ha necesitado un acto nuevo de creación para llenar los huecos producidos por la acción de sus leyes".

Parece que perdió la fe cristiana cuando murió su hija pequeña, echándose en brazos de la mitología materialista que sostiene sin ninguna prueba que la materia orgánica se autoorganiza. Tampoco ha visto nadie a una especie transformarse en otra.

En julio de 2005, el cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, publicó en el New York Times un artículo en defensa de la teoría del diseño inteligente que generó un debate de resonancia mundial. El papa Benedicto XVI señaló al cardenal la conveniencia de que profundizara en la relación entre evolucionismo y creacionismo, junto a su círculo de antiguos alumnos. El resultado quedó plasmado en el libro Creación y evolución, que incluye la mayor parte de lo dicho en verano de 2006 en Castel Gandolfo durante un encuentro realizado a propósito, en el cual participó el propio papa Benedicto XVI con numerosas intervenciones. Es decir, el Papa consideró de interés hablar del tema abiertamente, tal vez porque sigue siendo un tema que no se termina de entender incluso por los católicos.

Y algo ocurrió ese mismo año que muestra bien a las claras cómo el mundo de la prensa no estuvo a la altura intelectual de Benedicto XVI. Me refiero al titular ‘Benedicto XVI: "La teoría de la evolución es irracional" ‘ que se repitió como un mantra ‘copipasteado’ ad nauseam, tras indicar el Papa en un discurso la debilidad del pensamiento actual manifestada al considerar el fenómeno de la evolución de las especies y la aparición de la especie humana como producto de la casualidad.

Declaraciones en viaje apostólico en Alemania

En el viaje apsotólico a Munich, Altötting y Ratisbona en seseptiembre de 2006 el Papa dijo, literalemnte, lo siguiente:

«Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional’»

En el mismo viaje pronunció el famoso discurso titulado "Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones", que pronunció en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona. En el mismo sentido comentaba en este caso:

«Este concepto moderno se basa, por decirlo brevemente, en la síntesis entre el platonismo (cartesianismo) y el empirismo, una síntesis confirmada por el éxito de la tecnología…Esto permite que emerjan dos principios que son cruciales para el asunto al que hemos llegado. Primero, sólo la certeza que resulta de la sinergia entre matemática y empirismo puede ser considerada como científica. Lo que quiere ser científico tiene que confrontarse con este criterio. De este modo, las ciencias humanas, como la historia, psicología, sociología y filosofía, trataron de acercarse a este canon científico. Para nuestra reflexión, es importante constatar que el método como tal excluye el problema de Dios, presentándolo como un problema acientífico o precientífico. Pero así nos encontramos ante la reducción del ámbito de la ciencia y de la razón que necesita ser cuestionada…Pero tenemos que decir más: si la ciencia en su conjunto no es más que esto, el hombre acabaría quedando reducido. De hecho, los interrogantes propiamente humanos, es decir, "de dónde" y "hacia dónde", los interrogantes de la religión y la ética no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la "ciencia" entendida de este modo y tienen que ser colocados en el ámbito de lo subjetivo»

Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias

El viernes 31 de octubre de 2008 Benedicto XVI pronunció un discurso a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias, en el que dijo:

«Evolucionar" significa literalmente "desenrollar un rollo de pergamino", o sea, leer un libro. La imagen de la naturaleza como un libro tiene sus raíces en el cristianismo y ha sido apreciada por muchos científicos. Galileo veía la naturaleza como un libro cuyo autor es Dios, del mismo modo que lo es de la Escritura. Es un libro cuya historia, cuya evolución, cuya "escritura" y cuyo significado "leemos" de acuerdo con los diferentes enfoques de las ciencias, mientras que durante todo el tiempo presupone la presencia fundamental del autor que en él ha querido revelarse a sí mismo»

En la Homilía de la Vigilia Pascual en Basílica Vaticana (23-IV-2011), diría en el mismo sentido:

«El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. “Logos” significa “razón”, “sentido”, “palabra”. No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la ausencia de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial. Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con san Juan: en el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina».

Otras reflexiones

San Agustín, catecúmeno de san Ambrosio, ya en el siglo IV, en su obra ‘Interpretación literal del Génesis’, dejó escrito:«

«Sucede de hecho muchas veces que un no cristiano tenga conocimiento o bien por una razón evidente o bien por experiencia personal sobre la tierra, el cielo, u otros elementos de este mundo, o sobre el movimiento, la revolución o también el tamaño y distancia de los astros, o sobre los eclipses del Sol y de la Luna, sobre el ciclo de los años y de las estaciones, sobre la naturaleza de los animales, de las plantas, de las piedras y todas las cosas de este género. Sería una cosa vergonzosa, dañina y necesaria de evitarse a cualquier precio, si aquel escuchase a un creyente decir cosas absurdas sobre aquellos argumentos, como si fueran propias de las Escrituras. Cuando han encontrado a un cristiano sostener su propio error en nuestros libros sagrados en aquello que conocen perfectamente, ¿como tendrán fe en estos libros cuando le hablen sobre la resurrección de los muertos, sobre la esperanza de la vida eterna y sobre el Reino de los Cielos, desde el momento que juzguen que esos escritos contengan errores relativos a cosas que han podido conocer ya por propia experiencia o mediante cálculos matemáticos seguros?»

Al hilo de todo lo anterior, decir que ya en el primer tercio del siglo XX, o Edad de Plata, el famoso biólogo Antonio de Zulueta (1885-1971), considerado pionero de la genética en España y vinculado al Museo Nacional de Ciencias Naturales y para nada asimilable a un católico o religioso científico, señaló en 1929 que el Darwinismo era sólo una manera de interpretar la evolución mediante el concepto de selección natural y que, en términos generales, la teoría evolucionista constaba de dos partes: una era

«…el admitir pura y simplemente, como un hecho real, el que las especies de seres vivos que hoy pueblan la Tierra se han originado por transformación de otras especies distintas que vivieron anteriormente; y la otra parte de la teoría es la que se ocupa de averiguar el modo como se ha efectuado la transformación de unas especies en otras y las causas que la han producido…el conocer con certeza un hecho, o el juzgarlo sumamente probable, no implica el que hayamos de saber forzosamente cómo ni por qué se ha realizado…».

En nada es esto incompatible con el magisterio de Benedicto XVI. Como conclusión podría decirse que el fenómeno evolutivo, de ser cierto no prueba nada en contra de la acción de Dios en la historia humana a través de la Creación.

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