César Nombela

A lo largo de su carrera, este microbiólogo compaginó su labor académica con la gestión de organismos cientificios como el CSIC, del que llegó a ser presidente

César Nombela

Alfonso V. Carrascosa

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Hoy, 14 de octubre de 2022 nos ha dejado César Nombela Cano, ex Catedrático de Microbiología de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. En la web del CSIC podemos leer que «trabajo como investigador postdoctoral en Estados Unidos (1972-75), con el Premio Nobel Severo Ochoa, en la Universidad de Nueva York y en el Instituto Roche de Biología Molecular en Nueva Jersey. En 1975 se incorporó por oposición al Instituto de Microbiología Bioquímica del CSIC en Salamanca, del que pasó a la Universidad Complutense, obteniendo la cátedra de Microbiología de la Facultad de Farmacia (1981)».

Además, la misma web explica que «su investigación en Biología Molecular Microbiana y Biotecnología se ha centrado en microorganismos modelo, abordando la biogénesis de la pared celular, la transducción de señales en la célula, patogenicidad y factores de virulencia, y aplicaciones a la producción de proteínas recombinantes. Destaca su empleo de la tecnología genómica y proteómica, dirigiendo desde 2001 la primera cátedra extraordinaria de Genómica y Proteómica de la universidad española (patrocinada por los laboratorios Merck, Sharp & Dhome).

Añade el sitio web que «es autor de más de 140 trabajos de investigación original, director de más de 25 tesis doctorales, y publica también artículos de divulgación y debate público en áreas como la bioética, la política universitaria y la política científica».

«Ha ocupado importantes cargos en fundaciones, siendo presidente de la Fundación Carmen y Severo Ochoa por designación testamentaria del Nobel. Miembro de varias sociedades científicas, ha presidido la Sociedad Española de Microbiología (1982-90) y la Federación Europea de Sociedades de Microbiología (1995-98). Asimismo, ha sido miembro del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO (1998-2003) y, en España, presidente del Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Tecnológica (2002-2005). Es miembro de la Academia Europea y de la Real Academia Nacional de Farmacia (2007). Está en posesión, entre otras distinciones, de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil (2001) y de las medallas de oro de la Universidad de Lérida (2000) y de la de Castilla-La Mancha (2001).

Además, en 2013 recibió reciben la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.

Un hombre de fe y ciencia

Tuve la suerte de conocerle personalmente. Me honró con su amistad. Su impulso fue decisivo para reflotar el Departamento de Microbiología del extinto Instituto de Fermentaciones Industriales durante el período que yo fui jefe del mismo. Me acompañó en la presentación de mi enciclopedia El desarrollo de la microbiología en España escribiendo un capítulo en el volumen 1 .

En César confluyeron la ciencia y la fé católica en perfecto hermanamiento durante toda su vida, algo que nunca ocultó y que además le llevó a adoptar posturas políticamente incorrectas y a contracorriente, sobre todo en relación con la defensa de la vida y contra la cultura de la muerte. Así se expresaba en el magnífico artículo Ciencia y Religión: dos senderos en busca de la verdad (2018, Fe y Libertad, Vol. 1, Nº 2):

«La indagación científica y la experiencia religiosa, son dos vías que el ser humano concreto, en el ejercicio de su autonomía, puede incorporar en su actitud vital de acercamiento a la realidad. Dos actitudes del ser humano libre para configurar una cosmovisión, un esquema de referencias para interpretar el mundo y su existencia dentro de él… Ciencia y religión, he aquí dos tareas, dos ámbitos para el ejercicio de algo que es profundamente humano, dos senderos de búsqueda para saciar las ansias por la verdad que están inscritas en nuestra propia naturaleza. También, ¿por qué no decirlo?, dos territorios en los que algunos creemos poder encontrar una auténtica armonía –la que se basa en la búsqueda honrada de la verdad– mientras que otros se empeñan en su mutua exclusión».

Su apuesta en base científica por las células madre adultas frente al bulo de la eficacia de las embrionarias nos permitió saber mucho al respecto, pero sobre todo conocer la mentira como herramienta de ingeniería social en contra de la verdad revelada. Lo contó en muchos foros, uno de ellos la Sección Ciencia de ‘Tribuna Complutense’, el 29 de mayo de 2007, en medio de un auténtico aporreo absolutamente falso de las bondades de las células madre embrionarias, es decir, provenientes de personas humanas a las cuales había que eliminar en pro del bien de la humanidad, algo así como los razonamientos de Hitler. Por cierto, este individuo fue el primero en aplicar la denominada eutanasia, otro tipo de homicidio

Defensa de la vida

Nombela a este respecto siempre defendió la muerte natural frente a la artificial, práctica incongruente con la idolátrica defensa de lo natural que esta generación promueve dentro de la más estricta ideología de la cultura de la muerte. Llegó a firmar en 2008 con otros científicos el «Manifiesto por la dignidad de la muerte natural», en el que se declaraba a la eutanasia, entendida como el acto deliberado de acabar con la vida de una persona, y el suicidio asistido como «ética y moralmente reprobables», aunque ello no significaba, matizaban, que se hubiera de practicar ningún tipo de «obstinación terapéutica (o encarnizamiento terapéutico) hasta extremos injustificables para la práctica médica», subrayando la importancia del desarrollo de los cuidados paliativos. «El Estado debe proteger la vida incluso cuando su titular parezca no darle valor» recogía el manifiesto, diciendo también sobre la vida humana que es «inviolable por su dignidad intrínseca, que no puede estar sujeta a gradaciones, ya que es universal, independiente de la situación de edad, salud o autonomía que se posea, y está radicalmente vinculada a los derechos humanos fundamentales».

El 8 de abril de 2010 , en pleno Tiempo Pascual, declaraba en Alfa y Omega desvelaba de manera sencilla de dónde le venía la fuerza para declarar públicamente sus opiniones:

«La Resurrección de Cristo es lo que da sentido a mi vida… La mejor noticia. La única importante. Significa que mi vida tiene sentido, como lo tiene mi libertad; es un don que debo merecer. No estamos abocados ni al vacío ni al absurdo, si no a la esperanza. La justicia histórica se consumará para todos. Y no desde las estrechas categorías de un sentir meramente humano, sino desde la redención que brota del corazón de Dios, Padre Bueno que ha querido hacerse presente en la Historia del Hombre. Es proyecto, presencia e invitación que requiere una respuesta libre y comprometida, con toda una vida para hacerla realidad».

Ha sido la ciencia de la Microbiología disciplina a la que se han dedicado bastantes científicos que han conjugado fe católica y ciencia a la perfección, figuras como Louis Pasteur, Jaime Ferran o Julio Rodríguez Villanueva.

Humildemente, sin ánimo de ofender, con todos mis respetos, creo que su ejemplo debería hacernos reflexionar en el sentido de que hoy no está de moda declararse católico públicamente, y el número de científicos que lo somos es muy superior al que la gente cree. A veces sí hacemos declaraciones políticas, pero las de fe creo que son mucho más importantes, apremiantes diría yo, para ayudar a la gente a convertirse a Dios.

Gracias César, por tu honestidad en tu trabajo, y por haberte declarado por Cristo delante de los hombres de hoy. Ya entonces, cuando esto hacías, Él hacía lo que ahora a buen seguro le estarás viendo hacer: declararse por ti en la Casa del Padre.

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